Había una vez, en un pueblo muy colorido, una niña pequeña llamada Athenea y su papá. Athenea tenía un corazón lleno de alegría y una curiosidad que iluminaba sus ojos como estrellas. Su papá, un hombre amable y atento, siempre estaba dispuesto a acompañarla en sus pequeñas aventuras.
Un soleado sábado por la mañana, Athenea y su papá decidieron ir al parque. El parque era su lugar favorito, lleno de árboles altos, flores de mil colores y un arenero donde Athenea podía jugar durante horas.
Mientras caminaban, Athenea no paraba de hablar sobre todo lo que quería hacer: jugar en los columpios, hacer castillos de arena y, con suerte, ver algunos patos en el estanque.
Al llegar al parque, Athenea corrió hacia el arenero, pero algo en el camino captó su atención. En el césped, bajo la sombra de un árbol, había un pequeño gatito. Era de color gris con rayas blancas y negras y tenía los ojos más grandes y brillantes que Athenea había visto jamás.
«¡Papá, mira! ¡Un gatito!» exclamó Athenea emocionada, señalando al pequeño felino.
Su papá se acercó y se arrodilló junto a ella. «Parece que está solo», dijo con voz suave. «Quizás está perdido y necesita ayuda».
Athenea miró al gatito con preocupación. «¿Podemos ayudarlo, papá? No quiero que esté solo y triste».
Así, con cuidado y mucha dulzura, Athenea y su papá se acercaron al gatito. El pequeño animal, al principio asustado, pronto comenzó a ronronear cuando Athenea extendió su mano y lo acarició suavemente.
Decidieron que lo mejor sería llevar al gatito a su casa para darle algo de comer y beber, y luego buscar a su familia. Athenea estaba emocionada por tener un nuevo amigo, aunque fuera por poco tiempo.
Durante el camino a casa, Athenea no dejó de hablarle al gatito. Le contó sobre su casa, su habitación y hasta sobre su peluche favorito. El gatito, acomodado en los brazos de su papá, parecía escuchar cada palabra.
Al llegar a casa, le dieron al gatito un poco de leche y un lugar cómodo para descansar. Athenea, llena de alegría, jugaba con él, le ponía nombres divertidos y se reía cada vez que el gatito intentaba atrapar su dedo.
Mientras tanto, su papá se ocupaba de buscar a la familia del gatito. Preguntó a los vecinos, llamó a la protectora de animales y puso anuncios en internet. Athenea esperaba con ansias que alguien respondiera, pero también sentía un poco de tristeza al pensar en despedirse de su nuevo amigo.
Pasaron dos días y nadie había reclamado al gatito. Athenea comenzó a soñar con la idea de quedárselo. «Seríamos las mejores amigas», pensaba, imaginando todas las aventuras que podrían tener juntas.
Finalmente, al tercer día, recibieron una llamada. Una familia del barrio había perdido a su gatito y lo estaban buscando desesperadamente. Athenea sabía que era lo correcto devolver el gatito a su verdadera familia, pero no pudo evitar sentir un nudo en la garganta.
La familia llegó esa tarde. Eran una pareja mayor y sus dos hijos, quienes al ver al gatito corrieron a abrazarlo. El reencuentro fue emotivo; el gatito, llamado «Rayas», lamía las caras de sus dueños con alegría.
Athenea, aunque triste por la despedida, se sintió feliz de ver a Rayas con su familia. La pareja agradeció infinitamente a Athenea y su papá, y prometieron cuidar muy bien de Rayas.
Esa noche, antes de dormir, Athenea estaba pensativa. Su papá se sentó a su lado y le preguntó qué le pasaba.
«Estoy feliz por Rayas, pero lo extraño», confesó Athenea con los ojos llorosos.
«Lo sé, cariño», dijo su papá abrazándola. «Pero hiciste algo muy especial. Ayudaste a alguien que lo necesitaba y eso es maravilloso. Rayas siempre recordará tu bondad».
Athenea sonrió a través de sus lágrimas y se acurrucó en los brazos de su papá. «¿Crees que algún día podremos tener un gatito solo para nosotros?» preguntó con esperanza.
«Quizás algún día», respondió su papá con una sonrisa. «Y cuando ese día llegue, estaremos listos para darle todo nuestro amor».
Y así, Athenea se durmió, soñando con futuros amigos peludos y las aventuras que podrían tener. Había aprendido que a veces decir adiós era necesario, pero también había descubierto la alegría de ayudar y la esperanza de nuevos comienzos.
Desde ese día, cada vez que Athenea y su papá iban al parque, buscaban nuevas aventuras y nuevos amigos, sabiendo que cada día traería algo especial. Y aunque Rayas ya no estaba con ellos, su recuerdo viviría siempre en sus corazones.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.