En la lejana comarca de Llano Grande, donde el sol brillaba con fuerza y las flores sangraban colores vibrantes, vivía un lechuzo anciano llamado Ruku Kuskunku. Ruku era un búho de grandes ojos amarillos y plumaje suave como el terciopelo. A pesar de su apariencia sabia y tranquila, el pobre Ruku se sentía solo. Había perdido a su mejor amigo, el viejo zorro llamado Canelo, quien había pasado a otro mundo. Desde entonces, Ruku únicamente se pasaba las noches llorando su ausencia, su llanto resonaba entre los árboles como un eco lejano, lleno de tristeza.
Una mañana, mientras Ruku Kuskunku reposaba en su rama preferida, la Señora, una amable ardilla de cola rizada, se acercó a él. La Señora era conocida en Llano Grande por su energía inagotable y su corazón bondadoso. Siempre preocupada por sus amigos, había notado la tristeza de Ruku y decidió hacer algo al respecto.
—Buenos días, Ruku —saludó la Señora con su voz melodiosa—. ¿Por qué lloras tanto? Desde que perdimos a Canelo, no te he visto sonreír.
Ruku limpió sus ojos con una de sus alas.
—Oh, querida Señora —suspiró—. La ausencia de Canelo es un peso que llevo en mi corazón. Era mi mejor amigo. Compartíamos historias, aventuras y secretos. Sin él, la vida en Llano Grande ha perdido su brillo.
La Señora se sentó a su lado y miró al horizonte, donde los rayos de sol danzaban entre las hojas de los árboles.
—Entiendo tu tristeza, Ruku, pero creo que podría ayudarte a encontrar una forma de recordar a Canelo que te haga sonreír en vez de llorar —sugirió la ardilla.
Intrigado, Ruku preguntó, —¿Cómo podríamos hacerlo?
—Podríamos organizar una celebración en honor a Canelo —propuso la Señora—. Invitemos a todos los animales del bosque. Haremos un gran festín y compartiremos historias sobre él. Así, en vez de llanto, llenaremos el aire de risas y recuerdos felices.
Ruku se quedó pensativo. La idea de celebrar la vida de su amigo parecía hermosa, pero sentía que no podría borrar la tristeza de su corazón.
—No sé, Señora —respondió con un tono melancólico—. Me parece que es difícil reír sin él aquí.
La ardilla se acercó, ofreciéndole una pequeña sonrisa.
—Es natural sentir tristeza, Ruku. Los buenos recuerdos nunca se van, y al compartirlos, honramos la memoria de nuestros seres queridos. Te prometo que lo haremos juntos. Serán historias, canciones y, quizás, un baile.
Entonces, después de unos momentos de espera, Ruku asintió. Con el corazón aún un poco pesado, finalmente decidió que sí, harían la celebración.
La Señora se encargó de correr la voz entre todos los habitantes de Llano Grande. Pronto, la noticia del gran festín en honor a Canelo se esparció por el bosque como el viento en una tarde cálida. El día de la celebración, todo el mundo estaba emocionado. Los pájaros cantaban, las ardillas recolectaban nueces y las tortugas preparaban un gran pastel.
Ruku Kuskunku, aunque nervioso, decidió que participaría y compartiría sus recuerdos de Canelo. Y cuando llegó la noche, el bosque se iluminó con luciérnagas que llenaron el aire de un brillo mágico. Los animales se reunieron alrededor de un gran árbol que todos conocían: era el árbol bajo el cual Canelo solía contar sus historias.
La Señora fue la primera en hablar, su voz resuena entre todos.
—Queridos amigos —comenzó—, hoy nos reunimos para recordar y celebrar la vida de nuestro querido Canelo. Comenzamos con una historia sobre cómo él solía encontrar las mejores nueces.
Los animales rieron mientras escuchaban las anécdotas. Ruku se sonrió al recordar cada travesura que Canelo había hecho, recordando cómo el zorro solía robar nueces y compartirlas con todos. Después de que la Señora terminó su relato, fue el turno de Ruku.
Con un poco de nerviosismo, el lechuzo se aclaró la voz.
—Canelo era más que un amigo —dijo—. Era un hermano para mí. Una vez, me enseñó a ver la belleza en la noche. Siempre decía que las estrellas son las risas de nuestros seres queridos que han pasado. Quiero que sepáis que, aunque ya no está con nosotros, su luz sigue brillando en nuestros corazones.
Los animales guardaron un hermoso silencio mientras las palabras de Ruku se deslizaban en el aire. Muchos de ellos tenían lágrimas en los ojos, pero también sonrisas en el rostro.
Después de contar sus historias, el ambiente se llenó de música. Una bandada de pájaros formó una pequeña orquesta y los animales comenzaron a bailar. Las tortugas se movían lentamente, pero sus pasos eran tan alegres que todos a su alrededor se contagiaban de su entusiasmo.
Ruku observó cómo todos disfrutaban, riendo y bailando, sintiendo que, a pesar de la ausencia de Canelo, su espíritu seguía presente. Y entonces, por primera vez en muchos días, sintió el calor de una sonrisa. Era cierto que la tristeza aún podía aparecer de vez en cuando, pero también podía haber alegría al recordarlo.
Al final de la noche, los amigos tomaron un momento para mirar hacia el cielo estrellado. Era una noche hermosa y clara. Ruku, con la mirada puesta en las estrellas, pronunció un último pensamiento:
—Canelo, amigo mío, siempre estarás aquí con nosotros, brillando entre las estrellas.
Así, en la comuna de Llano Grande, los animales comenzaron a entender que el luto, aunque doloroso, puede transformarse en una celebración de los recuerdos. Desde ese día en adelante, cada año se realizó un festín en memoria de Canelo, lleno de historias, risas y música. Y en el corazón de Ruku Kuskunku, aunque la tristeza nunca desapareció del todo, había un nuevo espacio para la alegría y la esperanza.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.