Había una vez, en una ciudad llena de luces brillantes y calles ruidosas, un niño llamado Sebastián. Sebastián vivía en una casita pequeña con su Mamita y su hermanita, que se llamaba Ana. A Sebastián le encantaban los animales, y todos los días miraba por la ventana con la esperanza de encontrar un amiguito peludo con quien jugar. Mamita siempre le decía: “Sebastián, los amigos pueden estar en cualquier parte, solo tienes que abrir tu corazón.”
Una mañana soleada, Sebastián decidió que quería salir a la calle para buscar un amigo especial. Mamita le puso su sombrero azul y Ana tomó su muñeca, muy emocionada también porque quería acompañar a su hermano mayor. Juntos salieron de la casa, con mucha energía y ganas de descubrir quién estaba esperando por ellos en las calles de la ciudad.
Mientras caminaban, Sebastián vio un perrito callejero que se escondía detrás de unos arbustos. El perrito tenía el pelaje despeinado y parecía un poco triste. Sebastián se agachó y le dijo: “Hola, amiguito, ¿quieres jugar conmigo?” El perrito movió su cola lentamente, como si estuviera pensando en confiarle a Sebastián su amistad. Mamita sonrió y les dijo a los niños que si querían podían darle un poco de su bocadillo.
Sebastián sacó una galleta que Mamita le había dado y se la ofreció al perrito, quien la tomó con cuidado. Ana también quiso acercarse y tocó suavemente la cabeza del perro. En ese momento, el perrito se sintió feliz y comenzó a brincar alrededor de Sebastián y Ana. “¡Mirá, Mamita! ¡Es nuestro nuevo amigo!”, exclamó Sebastián con alegría. Mamita asintió con cariño y dijo: “Pero debemos darle un nombre a nuestro amigo.”
Sebastián pensó mucho y finalmente dijo: “Lo llamaré Rayo, porque es rápido y alegre.” Rayo ladró contento y se acercó más a Sebastián, lamió la mano de Ana, y ellos sintieron que ese perrito era el amigo fiel que habían estado buscando.
Continuaron caminando juntos por las calles y en un momento llegaron a un parque donde vieron a una gatita blanca y suave que dormía bajo un árbol. Sebastián se acercó despacito para no despertarla, pero la gatita abrió sus ojos y los miró con dulzura. Mamita explicó que algunos animales también pueden ser amigos a su manera, y que la gatita parecía tranquila y feliz.
Ana acarició suavemente a la gatita y esta empezó a ronronear. “Creo que ella también quiere ser nuestra amiga”, dijo Ana con una sonrisa. Sebastián decidió que la gatita se llamaría Luz, porque su pelaje blanco parecía brillar a la luz del sol. Luz se acercó más para sentarse en el regazo de Sebastián, y los niños se sintieron muy contentos de tener ahora dos amigos especiales en su paseo.
Mientras seguían explorando el parque, escucharon un pequeño ruido detrás de unos arbustos. Rayo y Luz se acercaron para investigar, y Sebastián y Ana los siguieron con cuidado. De entre los arbustos salió un pequeño conejo marrón con grandes ojos brillantes. El conejo parecía tímido y asustado, pero Sebastián se arrodilló y le dijo con voz dulce: “No tengas miedo, amiguito. Queremos ser amigos.” Mamita les recordó a los niños que tenían que ser pacientes y cuidar a los animales, porque algunos pueden necesitar más tiempo para confiar.
El conejito, llamado por Sebastián como Saltarín, poco a poco se acercó más y empezó a olfatear los dedos de Ana. Ana se reía porque Saltarín daba saltitos divertidos mientras exploraba todo. Lucía muy feliz y confiada, como si hubiera encontrado un lugar seguro entre ellos.
Los cinco amigos — Sebastián, Ana, Mamita, Rayo, Luz y Saltarín — continuaron su paseo por la ciudad. Visitaron la plaza grande donde veían a otros niños jugando y a más animales que corrían y cantaban con el viento. Sebastián comprendió que en una ciudad tan grande y llena de cosas, siempre hay lugar para nuevos amigos, especialmente si los buscas con el corazón abierto y la mente llena de cariño.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.