Era una brillante mañana en el bosque, donde los árboles danzaban suavemente con la brisa. En este hermoso lugar vivían tres amigos: Eli, un pequeño ciervo de pelaje suave y ojos grandes y brillantes; Lira, una tortuga alegre con un caparazón decorado con colores vibrantes; y Aron, un audaz patito que siempre estaba curioso por descubrir cosas nuevas. Los tres amigos jugaban juntos, explorando cada rincón del bosque y disfrutando del sol tibio.
Un día, mientras Eli, Lira y Aron estaban jugando cerca de un claro lleno de flores, Lira miró hacia el cielo y dijo: “¡Chicos, vean! Hoy es un día perfecto para hacer una competencia de saltos. Quiero ver quién puede saltar más alto”. Eli, emocionado, saltó de un lado a otro, mostrando su habilidad para brincar. Aron, no queriendo quedarse atrás, intentó imitar a Eli, pero sus patitas no eran tan largas y no podía saltar tanto como su amigo ciervo.
“¡No te preocupes, Aron! Cada uno tiene sus propias habilidades”, le dijo Lira con una sonrisa. “Tal vez puedas nadar más rápido que nosotros en el río”. Aron se sintió un poco mejor, pero todavía quería ser tan alto como Eli.
Después de un rato de saltar, decidieron que era hora de descansar y disfrutar de su alrededor. En ese momento, Lira notó una flor muy peculiar creciendo en una esquina del claro. Sus pétalos eran de un color azul brillante, diferente a cualquier otra flor que habían visto antes. “¡Miren eso! ¿No es hermosa?” dijo Lira.
“Sí, pero parece diferente. ¿Por qué no tiene el mismo color que las otras flores?” preguntó Eli, nuevamente un poco preocupado. Aron, que era un pato muy curioso, se acercó y la olfateó.
La flor, al ver tanto interés, les respondió: “¡Hola, amigos! Soy Floris, la flor del jardín de las diferencias. Aquí, en mi jardín, todas las flores son diferentes, pero todas son igualmente bellas”.
Aron movió su cabecita y dijo: “Nunca había hablado con una flor antes. ¿Qué quieres decir con que todas son bellas?”
Floris sonrió y explicó con dulzura: “Cada flor tiene su propio color, forma y fragancia. Algunas son grandes, otras pequeñas. Algunas son rosas, otras amarillas, y algunas, como yo, son de un azul brillante. Cada una tiene su propio propósito y forma de ser. Lo importante es aceptarse y quererse tal como son, ¡sin importar las diferencias!”
Eli, pensativo, se dio cuenta de que, aunque él podía saltar más alto que Aron, eso no hacía que Aron fuera menos divertido o especial. “Entonces, ¡no hay problema si no somos iguales!” exclamó Eli, emocionado por el nuevo entendimiento. “Podemos disfrutar de nuestras diferencias”.
“A veces siento que me gustaría ser más rápida como tú, Lira”, dijo Aron un poco triste, recordando que no soaría tan alto. “Pero ahora entiendo que cada uno tiene su propio ritmo del cual estar orgulloso”, agregó con una sonrisa.
Lira estaba feliz de que sus amigos habían aprendido algo tan importante. “Eso es, Aron. Lo que realmente importa es que somos amigos y disfrutamos juntos de nuestras aventuras”, dijo. “No necesitamos ser iguales para ser felices”.
Floris, al escuchar estas palabras, se sintió muy alegre. “Eso es lo que quería que aprendieran, amigos. En este jardín hay muchas más flores con historias que contar. Cada una de ellas tiene talentos y características únicas, así como ustedes”.
Intrigados por esta idea, Eli, Lira y Aron decidieron visitar a otras flores en el jardín de Floris. Se acercaron a las flores amarillas que brillaban como el sol. “Hola, amigas”, saludó Lira.
“¡Hola!” respondieron las flores amarillas. “Somos las Girasoles del Sábado. Cada sábado, bailamos al ritmo de la música del viento. Nos encanta girar y disfrutar del sol”.
A continuación, encontraron unas flores rojas que parecían encender el cielo. “¡Hola, hermosas flores rojas!” dijo Eli. “¿Cuál es su historia?”
“Nosotros somos las Rosas Rojas del Amor. Nacemos con el propósito de dar alegría y amor a quienes nos rodean”, dijeron las flores, llenando el aire con su fragancia dulce.
Con cada nueva flor que conocían, aprendían algo nuevo. Había flores moradas que brillaban bajo la luna y hasta flores verdes que podían moverse cuando el viento soplaba. Cada una contaba con su propio talento y su forma especial de ser.
Finalmente, Eli, Lira, Aron y Floris se sentaron juntos, recordando todas las historias. “Lo que hemos aprendido hoy es tan valioso. Cada uno es único y eso nos hace especiales”, dijo Eli. “Y juntos, formamos un hermoso jardín de amistad”.
“¡Sí!” coincidieron Lira y Aron. “Así como las flores, estamos aquí para apoyarnos y querernos en nuestras diferencias”.
Floris sonrió con orgullo de ver a los pequeños amigos aprender y comprender la importancia de la aceptación y el respeto.
Desde aquel día, Eli, Lira y Aron nunca olvidaron la lección que aprendieron en el jardín de las diferencias. Pasaban sus días jugando y explorando juntos, celebrando lo que los hacía únicos y disfrutando de sus diferencias.
Con el tiempo, Eli saltó más alto, Lira se movió más rápido y Aron nadó más lejos, pero lo más importante es que cada uno se aceptó tal como era y se apoyó mutuamente. Y así, su amistad floreció como las más hermosas flores del jardín, llenando el bosque con risas y amor.
La historia nos enseña que ser diferentes es algo maravilloso. Todos somos especiales a nuestra manera, y cuando nos aceptamos y celebramos nuestras diferencias, formamos un hermoso jardín que crece con cariño y alegría.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La danza de los sentimientos en un viento de pasión
Los Defensores del Orden
La Aventura de Lunita y Estrellita
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.