En una casa de campo, alejada del ruido de la ciudad, vivía una hermosa gata llamada Luna con sus tres adorables cachorros: Canela, Vinicius y Copito. La casa estaba rodeada de árboles y flores, y se podía escuchar el trinar de los pájaros todos los días.
Luna era una mamá cariñosa y siempre cuidaba de sus pequeños. Les enseñaba a cazar mariposas, a subirse a los árboles y a jugar escondiéndose entre las flores. Por las noches, Luna les contaba historias sobre sus propias aventuras de juventud, y los cachorros escuchaban con ojos brillantes, soñando con tener sus propias aventuras algún día.
Un día, Luna comenzó a sentirse débil. A pesar de los esfuerzos de todos en la casa, incluido el amable granjero que siempre la había cuidado, Luna siguió deteriorándose. Una tarde, rodeada de sus cachorros y con una última mirada cariñosa, Luna cerró sus ojos y partió de este mundo.
Esa noche, el cielo estaba más oscuro de lo normal. Canela, Vinicius y Copito estaban muy tristes, extrañando a su querida madre. Sin embargo, poco antes de la medianoche, una luz brillante apareció en el cielo. Una luna más grande y brillante que nunca iluminaba la noche, despejando la oscuridad.
El granjero, al verla, sonrió y les dijo a los cachorros: «Miren, esa es nuestra Luna. Ahora cuida de nosotros desde el cielo y nos ilumina cada noche».
Desde ese día, cada vez que los cachorros miraban al cielo por la noche, sentían el cariño y la protección de su mamá. Aunque ya no estaba físicamente con ellos, su espíritu vivía en esa luna brillante que los observaba desde arriba.
Conclusión:
Aunque las personas o animales queridos puedan partir, su amor y cuidado siempre nos acompañan de una forma u otra. En cada recuerdo, en cada enseñanza, están presentes, y como la Luna, brillan en nuestras vidas, iluminando nuestro camino.