Cuentos de Animales

La magia de la Navidad y el regalo soñado

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En la noche del 24 de diciembre, una magia silenciosa se arremolinaba en el aire de la casa de Bárbara. El aroma de las galletas recién horneadas bailaba por las habitaciones, mezclándose con una suave melodía de campanas que hacía eco de la calidez de la risa. Bárbara caminaba despacito por la sala bajo las luces centelleantes del árbol de Navidad. Sus dedos rozaban con cuidado los adornos brillantes que colgaban entre las ramas verdes y esponjosas. Cerró los ojos y fantaseó con el pequeño cachorro que esperaba encontrar acurrucado a sus pies cuando amaneciera.

Aquel cachorro no sería cualquiera. En toda la familia, Bárbara había sido quien más había soñado con un compañero peludo. Durante semanas, la niña había dibujado perros de todos los colores y tamaños, imaginando cómo sería vivir junto a uno. Saúl, su mejor amigo del colegio, siempre se reía cariñosamente cuando Bárbara le contaba los grandes planes que tenía: “Vamos a ir al parque a jugar con la pelota”, decía ella, “y en invierno le pondré un suetercito para que no tenga frío”. Además, Bárbara había prometido que cuidarían del cachorro con mucho amor, alimentándolo, peinándolo y contándole historias con voz susurrada antes de dormir.

Pero no todos en la casa compartían la misma alegría sin preocupaciones. Su padre, Jorge, la observaba a distancia con una mezcla de ternura y una pizca de ansiedad. Sabía cuánto deseaba Bárbara esa mascota, y admiraba la responsabilidad que mostraba la niña cuando hablaba de sus cuidados. Sin embargo, también pensaba en la gran responsabilidad que implicaba tener un perro en casa. Traer un cachorro era una promesa que no terminaba con las fiestas, sino que duraría años y años. Se preguntaba si Bárbara podría cumplir con sus obligaciones día tras día.

Esa noche, mientras Bárbara jugaba con las luces y tejía sueños, en la cocina Mari, la abuela, preparaba una taza de chocolate caliente con canela. Ella había sido quien le enseñó a la niña a hornear las galletas de jengibre que ahora decoraban la mesa. Mari le sonrió pensando en la ilusión que veía en su nieta y en el esfuerzo sincero que ella hacía para demostrar que podía encargarse de un cachorro. Sin embargo, también sabía que la abuela debía ser parte del gran plan, porque un animalito necesitaba la atención de toda la familia.

Desde la ventana, el gato de la casa, llamado Misterioso, observaba curioso. Misterioso era un gato juguetón pero a veces celoso. Había vivido solo para él en la familia hasta ahora, y el pensamiento de compartir el hogar con un perro le causaba un poco de intriga y nervios. Caminó silencioso por la sala, bajo los parpadeos de las luces, y se acomodó en el sofá, como esperando que todo aquello pasara pronto, o que quizás la llegada del cachorro llenara aún más la casa de vida y risas.

Esa noche Bárbara no pudo dormir. Cada vez que cerraba los ojos, se imaginaba al cachorro saltando de la caja de regalo bajo el árbol, con sus patitas mojadas y sus ojos llenos de cariño. También pensaba en las promesas que le había hecho a sus amigos y a sí misma. “Seré la mejor amiga que pueda tener”, murmuró. A la madrugada, cuando toda la casa estaba en silencio y la nieve caía suavemente en el jardín, escuchó un ruido leve que la despertó. Bajó corriendo las escaleras y vio a su padre que tenía en brazos una caja con una sorpresa envuelta en papel brillante.

“Buenos días, pequeña”, dijo Jorge con una sonrisa cansada pero feliz. “Hay un regalo que no podía esperar más para darte”. Bárbara estalló en alegría cuando vio asomarse una cabecita peluda y unas orejitas suaves dentro de la caja. Enseguida, el pequeño cachorro la lamió con entusiasmo mientras movía la cola sin parar. Era un perro pequeñito, con manchas marrones y blancas, que parecía estar tan contento de estar ahí como Bárbara de recibirlo.

Pero la llegada del cachorro no era solo una sorpresa para Bárbara. Su padre se volvió hacia la abuela Mari, quien ya estaba sentada con una sonrisa llena de afecto. “Ahora te toca ayudar a Bárbara a cuidar de él”, dijo, mientras el cachorro, que ahora se llamaría Nieve, buscaba cariño de todos.

Por otro lado, Misterioso, el gato, se acercó con cautela. Al principio se movía desconfiado, con la espalda arqueada y la cola inflada. Pero Nieve fue paciente y gentil; dejó que el gato se acercara, oliendo con curiosidad. Poco a poco, Misterioso comenzó a relajar su postura y terminó por acurrucarse cerca del cachorro, aceptando la nueva amistad que comenzaba en la casa.

Pasaron las semanas, y Bárbara cumplió cada una de sus promesas. Madrugaba para dar de comer a Nieve, le enseñaba a obedecer pequeños comandos, y cada noche le contaba historias susurradas antes de dormir. Mari la ayudaba con consejos, y Jorge no solo apoyaba a Bárbara sino que también aprendió a amar al pequeño cachorro que llenaba de alegría la casa.

Un día, mientras paseaban por el parque, Saúl vio cómo Nieve corría tras la pelota sin cansarse. “¡Vaya, Bárbara! Es un perro perfecto”, dijo su amigo. La niña sonrió y respondió: “No es solo perfecto, es parte de nuestra familia”.

Con el tiempo, la magia de aquella noche de Navidad se hizo más fuerte y palpable. Lo que había comenzado con un deseo y un regalo se había convertido en una aventura llena de amor, aprendizaje y amistad. Bárbara entendió que tener una mascota era mucho más que juegos o caricias; era cuidar, ser paciente y compartir momentos buenos y malos.

Aquella noche del 24 de diciembre, la magia silenciosa que arremolinaba el aire en la casa se había transformado en un amor tangible, un lazo que unía a Bárbara, su padre, la abuela y hasta al pequeño gato Misterioso con Nieve, el cachorro que llegó no solo para ser un compañero, sino para enseñarles el verdadero significado de la Navidad.

Y así, cada Navidad desde entonces, Bárbara recordaba ese momento especial con una sonrisa, comprendiendo que los regalos más valiosos no siempre vienen en cajas, sino en el amor y la compañía que se eligen con el corazón.

La magia de la Navidad no estaba solo en las luces ni en las galletas, sino en la promesa cumplida de cuidar juntos lo que se ama.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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