Había una vez, en un bosque mágico lleno de misterios, un búho muy sabio llamado Sócrates. Sócrates vivía en lo alto de un árbol encantado, desde donde podía ver todo el bosque. Le encantaba descubrir los secretos de la naturaleza y compartir su conocimiento con los animales que vivían cerca. Sócrates siempre decía: «La sabiduría comienza con la curiosidad».
Sofi, la ardilla aventurera, era una de sus mejores amigas. Siempre saltaba de un lado a otro, buscando nuevos lugares por explorar. Luego estaba Rápido, el conejo travieso, que amaba correr por el bosque y hacer carreras con todos. Y por último, Tula, la tortuga sabia, que aunque caminaba despacio, tenía una paciencia infinita y siempre escuchaba con atención las palabras de Sócrates.
Todos los días, Sócrates les hacía preguntas interesantes a sus amigos. «¿Qué es la aventura?» preguntaba. Y Sofi, con su energía, respondía: «¡La aventura es descubrir nuevos rincones del bosque!». Rápido solía decir: «Para mí, la aventura es correr tan rápido como el viento». Pero Tula, con su calma, decía: «A veces, la verdadera aventura es tomarse el tiempo para observar lo que hay a nuestro alrededor».
Sus conversaciones eran siempre divertidas y todos aprendían mucho de ellas. Sin embargo, no todos los animales del bosque estaban de acuerdo con Sócrates. Había un zorro astuto que siempre trataba de encontrar maneras de salirse con la suya sin pensar mucho, y un lobo gruñón que no entendía por qué Sócrates hacía tantas preguntas.
Un día, mientras el sol brillaba fuerte y los rayos dorados iluminaban el bosque, el zorro y el lobo decidieron que estaban cansados de escuchar a Sócrates hablar sobre la sabiduría. «¡Es demasiado pensar para nosotros!» dijo el zorro. «¡Sólo queremos hacer lo que nos gusta sin complicaciones!» agregó el lobo.
Juntos, decidieron llevar a Sócrates a un lugar especial en el bosque para juzgarlo. Querían que otros animales escucharan lo que pensaban. Así que convocaron una reunión en un claro del bosque donde el ciervo elegante, la lechuza sabia y el oso fuerte los esperaban.
Sócrates, aunque sorprendido por lo que planeaban el zorro y el lobo, mantuvo la calma. Con sus alas suaves, voló hasta el claro, acompañado de Sofi, Rápido y Tula, quienes no dejarían solo a su amigo.
—¿Por qué están molestos conmigo? —preguntó Sócrates con serenidad, mirando a sus antiguos compañeros.
El zorro, con su astucia, fue el primero en hablar.
—Sócrates, siempre nos haces pensar demasiado. No necesitamos tantas preguntas. Queremos vivir nuestras vidas sin complicaciones —dijo con un tono de superioridad.
El lobo gruñón asintió y añadió:
—Tantas palabras no nos sirven de nada. Nosotros solo queremos hacer lo que nos gusta, sin reflexionar.
El ciervo, la lechuza y el oso escuchaban con atención. Querían entender por qué había tanto desacuerdo en el bosque. Entonces, Sócrates, con una sonrisa tranquila, habló:
—Entiendo que a veces mis preguntas pueden parecer complicadas. Pero lo que trato de enseñarles es que la curiosidad nos ayuda a descubrir el mundo y a tomar mejores decisiones. No se trata de complicar las cosas, sino de entenderlas mejor.
Sofi, siempre entusiasta, saltó y dijo:
—¡Sócrates nos ha enseñado a ver la belleza en cada rincón del bosque! Gracias a él, he encontrado lugares maravillosos que nunca hubiera imaginado.
Rápido, el conejo, intervino:
—Y me ha enseñado a pensar antes de actuar. Aunque me encanta correr, ahora sé cuándo es el momento adecuado para detenerme y observar.
Tula, con su voz pausada, añadió:
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.