Cuentos de Aventura

Cleo y Laya en la Grecia Antigua

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Cleo y Laya eran hermanas, inseparables desde pequeñas. A pesar de tener personalidades muy diferentes, siempre encontraban una forma de complementarse. Cleo, la mayor, era la soñadora; su imaginación no conocía límites. Laya, por otro lado, era la realista; siempre tenía los pies en la tierra, pero eso no significaba que no disfrutara de las aventuras que compartía con su hermana.

Desde que eran niñas, ambas habían desarrollado una fascinación por la Antigua Grecia. Leían sobre mitos, héroes y dioses, y se imaginaban caminando entre templos y ruinas, escuchando historias contadas por los filósofos en las ágoras. Ese sueño finalmente se haría realidad cuando, un verano, sus padres decidieron llevarlas de vacaciones a Grecia. Cleo y Laya no podían contener su emoción. Sería la primera vez que pisarían tierras que solo habían visto en libros y documentales.

El día del viaje llegó, y tras un largo vuelo, aterrizaron en Atenas. Al salir del aeropuerto, el aire cálido y el olor a mar les dieron la bienvenida. Desde ese momento, todo les parecía mágico. Las calles empedradas, los edificios antiguos mezclados con la modernidad, y las vistas de la Acrópolis desde casi cualquier rincón de la ciudad.

Durante los primeros días, visitaron los lugares más emblemáticos: el Partenón, el Ágora, el Templo de Zeus Olímpico, y cada rincón les parecía más impresionante que el anterior. Sin embargo, había un lugar en particular que Cleo estaba ansiosa por ver: el Oráculo de Delfos. Siempre había sentido una conexión especial con los mitos que rodeaban ese lugar. Se decía que allí, los dioses hablaban a través de la sacerdotisa, y que los mortales podían recibir visiones del futuro.

Laya, aunque menos entusiasta, no podía negar que el lugar tenía algo especial. Habían escuchado historias sobre cómo los reyes y generales acudían al Oráculo para tomar decisiones importantes. «Imagina, Laya», decía Cleo, «quizá podamos ver algún signo de los dioses, una señal de su poder». Laya se limitaba a sonreír, no tan convencida como su hermana, pero disfrutando de su emoción.

Finalmente, llegó el día en que viajaron a Delfos. El trayecto en autobús desde Atenas fue largo, pero cuando llegaron, la vista les quitó el aliento. El santuario estaba enclavado en las laderas del monte Parnaso, rodeado de montañas y bosques. Desde el momento en que pusieron un pie allí, Cleo sintió una energía extraña en el aire, como si el pasado y el presente se mezclaran.

Caminaron por los senderos antiguos, admirando las ruinas de los templos y las estatuas. Finalmente, llegaron al Templo de Apolo, donde se encontraba el famoso Oráculo. Cleo y Laya se detuvieron en la entrada, observando la estructura que había sido testigo de tantas profecías a lo largo de los siglos.

«Es increíble», susurró Cleo, como si no quisiera romper el hechizo del lugar. Laya asintió, también sintiendo la magia del momento.

Decidieron explorar los alrededores del templo, y mientras Cleo avanzaba más hacia el interior, algo extraño comenzó a suceder. El aire a su alrededor pareció cambiar de densidad, volviéndose más pesado. Laya, que estaba unos pasos detrás, notó que su hermana se detenía y giraba sobre sí misma, como si estuviera buscando algo invisible.

«Cleo, ¿qué ocurre?» preguntó Laya, adelantándose para alcanzarla. Pero antes de que pudiera llegar hasta ella, una luz brillante envolvió a Cleo, y en cuestión de segundos, desapareció ante sus ojos.

«¡Cleo!», gritó Laya, corriendo hacia donde su hermana había estado, pero no encontró nada. El lugar donde Cleo había estado parada un momento antes estaba vacío, como si hubiera sido tragada por la tierra.

Desesperada, Laya buscó por todos lados, llamando su nombre, pero no había rastro de ella. Solo el eco de su voz resonaba entre las antiguas columnas del templo. Justo cuando la desesperación comenzaba a apoderarse de ella, una voz suave pero profunda se escuchó en el viento.

«Tu hermana ha sido llevada a otro plano», dijo la voz, que parecía provenir de todas partes y de ninguna. «Los dioses la han retenido como ofrenda. Si quieres que vuelva, deberás hacer un sacrificio en su nombre».

Laya miró a su alrededor, buscando el origen de la voz, pero no vio a nadie. Sin embargo, no dudó en que lo que había escuchado era real. Recordando las historias de los antiguos griegos, supo que debía hacer algo más que buscar físicamente a Cleo. Los dioses requerían una ofrenda, pero ¿qué podría darles?

Se dirigió rápidamente al pequeño museo cercano al santuario, esperando encontrar alguna pista en los antiguos escritos o reliquias. Allí, encontró un pergamino que describía un antiguo ritual de ofrenda en el Santuario de Apolo. Se decía que aquellos que deseaban una audiencia con los dioses debían ofrecer algo que fuera de gran valor para ellos, algo que demostrara su verdadera devoción.

Laya pensó en lo que más valoraba. No tenía joyas ni objetos preciosos consigo, pero recordó el amuleto que siempre llevaba colgado al cuello. Era un colgante que había pertenecido a su madre, un objeto que siempre había considerado su mayor tesoro. Sabía que los dioses no aceptarían menos.

Con el amuleto en mano, Laya se dirigió al centro del templo, donde una antigua estatua de Apolo se erguía majestuosa. «Dioses del Olimpo», susurró, arrodillándose frente a la estatua. «Os ofrezco lo que más valoro en este mundo. Por favor, devolvedme a mi hermana».

El viento comenzó a soplar con fuerza, y el suelo bajo sus pies tembló ligeramente. Laya cerró los ojos, esperando una señal, un indicio de que los dioses la habían escuchado. Después de lo que pareció una eternidad, el viento se calmó, y cuando Laya abrió los ojos, allí, delante de ella, estaba Cleo, confundida pero ilesa.

«¿Qué ha pasado?», preguntó Cleo, mirando a su alrededor con ojos desorbitados. Laya, con lágrimas en los ojos, corrió a abrazar a su hermana.

«Los dioses te retuvieron», explicó Laya. «Tuve que hacer una ofrenda para traerte de vuelta».

Cleo miró a su hermana con gratitud, entendiendo lo que había sucedido, aunque aún estaba sorprendida por la experiencia. Juntas, salieron del templo, sabiendo que habían vivido algo que cambiaría sus vidas para siempre.

La conclusión del cuento lleva a entender la fuerza del lazo familiar, la importancia del sacrificio y la aventura inolvidable que Cleo y Laya experimentaron en la Grecia Antigua, donde la realidad y el mito se entrelazaron de formas inesperadas. Aunque las leyendas de los dioses parecían lejanas, en ese viaje descubrieron que el pasado y el presente podían encontrarse en los lugares más mágicos, y que el amor de hermanas podía superar incluso los desafíos impuestos por las deidades del Olimpo.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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