Era otoño en el bosque y las hojas comenzaban a caer suavemente de los árboles. Todas eran de un color amarillo brillante, secas y crujientes, que volaban en el aire como si fueran pequeñas mariposas danzando en el viento. Una de esas hojas, que se llamaba Hojita, se soltó del alto roble con cuidado y bajó girando y dando vueltas hasta aterrizar delicadamente sobre el suelo cubierto de hojas crujientes.
Cuando Hojita tocó el suelo, miró a su alrededor con curiosidad. Todo estaba lleno de tonos dorados y anaranjados, y el aire olía a madera y tierra mojada. De repente, escuchó un ruido. Era un pequeño y rápido movimiento entre las hojas caídas. Hojita giró la mirada y vio a Ardillín, una ardilla juguetona de pelaje suave y color marrón, que estaba ocupada guardando nueces en un rincón escondido detrás de un tronco. Ardillín levantó la mirada y sonrió al ver a Hojita.
—¡Hola, Hojita! —dijo la ardilla—. ¿Quieres ayudarme a guardar las nueces? El invierno está cerca y debo hacer mi despensa.
Hojita se sintió muy feliz de hacer un nuevo amigo y aceptó con entusiasmo. Mientras Ardillín buscaba nueces bajo los árboles, Hojita se movía suavemente con el viento para no perderlos de vista. Entonces, de pronto, apareció otra pequeña criatura. Era una Hormiguita muy trabajadora llamada Anita, que llevaba en sus patas pequeñas hojas y semillas. Anita se acercó rápidamente y saludó a Hojita y a Ardillín.
—¡Hola a los dos! Estoy preparando mi casa para los días fríos. ¿Quieren venir conmigo y ver cómo nos preparamos los animalitos del bosque para el invierno?
Hojita y Ardillín se miraron emocionados y dijeron que sí al mismo tiempo. Así los tres amigos comenzaron su aventura. Mientras caminaban por el bosque, Hojita vio cómo otras hojas secas caían lentamente y se unían a la alfombra dorada sobre la tierra. El viento hacía que las hojas danzaran y se movieran de un lado a otro, como si jugaran a esconderse y encontrarse.
Primero fueron a la pequeña casa de Anita, que estaba hecha de tierra, ramitas y hojas. Allí, Anita mostró a sus amigas cómo almacenaba semillas en su despensa para que en invierno no les faltara comida. Ardillín estuvo muy atento y guardó en su memoria los lugares donde encontrar nueces y frutas, mientras Hojita escuchaba y movía sus bordes con alegría.
Mientras continuaban explorando, encontraron un tronco hueco donde vivía un grupo de pajaritos que hacían sus nidos para protegerse del frío. Hojita decidió quedarse un rato cerca de ellos, disfrutando del suave viento que la hacía girar y bailar alrededor del tronco. Ardillín y Anita charlaron con los pajaritos para aprender qué hacían en otoño, y así, entre todos, compartieron secretos del bosque y sus encantos.
De repente, el viento sopló con más fuerza y arrastró a Hojita lejos del grupo. Giró en el aire, bajó, subió, y por un momento no pudo ver a Ardillín ni a Anita. Se asustó un poquito, pero recordó que era una hoja del bosque y que había vivido muchas aventuras con el viento. Así que decidió confiar y dejarse llevar para ver dónde la llevaría el aire fresco de otoño.
Al volar, vio a lo lejos un claro donde el sol todavía calentaba fuerte. Allí encontró otras hojas secas que también danzaban y jugaban. Hojita se unió a ellas y juntas formaron una hermosa rueda de hojas que giraban y cantaban con el ritmo del viento. Fue un baile muy alegre que llenó de felicidad a todas las hojas del bosque.
Mientras tanto, Ardillín y Anita buscaron a Hojita con mucho cuidado. Preguntaron a los pajaritos, a los árboles y hasta a una tortuga que pasaba por allí, pero nadie la había visto. Entonces Ardillín tuvo una idea.
—¡Vamos a buscarla siguiendo las hojas que se mueven con el viento! —exclamó.
Los tres amigos comenzaron a moverse siguiendo las hojas que el viento soplaba, brincando entre troncos y saltando pequeñas piedras. A medida que avanzaban, escucharon risas y cantos y, finalmente, llegaron hasta el claro donde Hojita y sus nuevas amigas hojas estaban bailando felices.
—¡Hojita! —gritó Ardillín—, ¡aquí estás!
—¡Hola, amigos! —respondió Hojita—. Estaba bailando con mis amigas hojas, pero ya me alegra mucho verlos otra vez.
Los tres amigos se abrazaron—bueno, Hojita con un suave movimiento y Ardillín y Anita con un abrazo de verdad—y decidieron regresar juntos al rincón del bosque donde Ardillín guardaba sus nueces y Anita su despensa. En el camino, Hojita contó todo lo que había vivido con las hojas danzarinas, y Ardillín y Anita les contaron a las otras hojas cómo ellos se preparaban para el invierno.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.