En el pequeño pueblo de Valleverde, donde las calles empedradas relucían bajo el sol y las risas de los niños resonaban en cada rincón, vivían cuatro amigos inseparables: Marcos, Irene, Ángel e Isabel. Todos ellos compartían una pasión insólita para niños de su edad: la caza de fantasmas.
Marcos, el líder no oficial del grupo, era un chico de pelo rubio y ojos azules, siempre vestido con su mono rojo y su mochila repleta de extraños aparatos para detectar y atrapar fantasmas. Irene, su mejor amiga desde la infancia, era igualmente rubia y alta, siempre vestida con un mono morado y equipada con su cámara de visión espectral.
Ángel, el bromista del grupo, lucía un rizado cabello negro y vestía un mono blanco, siempre llevaba consigo su grabadora de sonidos paranormales, mientras que Isabel, la más reflexiva, con su cabello castaño y mono granate, se especializaba en la historia y leyendas de los fantasmas que perseguían.
Una tarde de otoño, mientras los cuatro amigos exploraban los alrededores del pueblo, descubrieron una antigua mansión abandonada en lo alto de una colina. La mansión, conocida como la Casa de los Ecos, tenía fama de estar embrujada. Según las leyendas locales, los espíritus de sus antiguos habitantes todavía vagaban por sus salones y pasillos.
«¡Este es el lugar perfecto para nuestra próxima aventura!» Exclamó Marcos con entusiasmo, ajustando su equipo.
Irene asintió con una sonrisa. «¡Podríamos ser los primeros en descubrir la verdad sobre la Mansión de los Ecos!»
Ángel, con una sonrisa traviesa, bromeó: «A menos que los fantasmas nos descubran primero».
Isabel, hojeando un viejo libro sobre la historia de la mansión, comentó: «Hay algo extraño en este lugar. Se dice que aquí ocurrieron sucesos inexplicables».
Con un sentimiento de excitante curiosidad, los cuatro amigos se adentraron en la mansión. La puerta principal, vieja y desgastada, chirrió al abrirse, revelando un amplio vestíbulo cubierto de telarañas y polvo.
El vestíbulo de la mansión era un reflejo del tiempo pasado. Cuadros descoloridos colgaban en las paredes, y una gran escalera de caracol se alzaba majestuosamente hacia los pisos superiores. La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas rotas, creando sombras fantasmales que bailaban en las paredes.
Marcos sacó su detector de entidades y lo encendió. La pantalla parpadeó antes de estabilizarse, mostrando una serie de luces intermitentes. «Según esto, deberíamos dirigirnos al sótano,» sugirió, liderando al grupo hacia una puerta debajo de la escalera.
Irene, con su cámara en mano, grababa cada rincón, esperando captar algo sobrenatural. Ángel, siempre listo para una broma, imitaba los sonidos de fantasmas, causando que Isabel rodara los ojos en diversión.
Al llegar al sótano, se encontraron con una serie de pasillos oscuros y habitaciones llenas de muebles cubiertos con sábanas blancas. El aire estaba cargado de una sensación eléctrica, y un frío inexplicable recorría el lugar.
«Escuchen,» susurró Isabel, deteniéndose. Todos se quedaron quietos, y en la tranquilidad, comenzaron a oír susurros apenas perceptibles. Eran voces etéreas, casi como un eco distante, que parecían llamarlos desde las profundidades de la mansión.
Siguiendo los susurros, llegaron a una habitación cerrada con llave. Ángel, con su grabadora en mano, captó una serie de sonidos que ninguno podía explicar. Marcos, con una decisión firme, forzó la cerradura y la puerta se abrió con un chirrido.
Dentro de la habitación, encontraron un antiguo estudio, lleno de libros, pergaminos y diversos objetos extraños. En el centro, un gran espejo de marco dorado se alzaba imponente. Era un objeto fascinante, y sus reflejos parecían moverse independientemente de la realidad.
«Este espejo… no es normal,» murmuró Irene, acercándose cautelosamente. Su reflejo en el espejo parecía mirarla con una curiosidad similar, pero con una expresión ligeramente diferente.
De repente, el espejo brilló intensamente y una figura espectral emergió de él. Era una dama vestida con ropas antiguas, su rostro era sereno pero triste. Los cuatro amigos retrocedieron, asombrados y asustados, pero la figura no mostró intención de hacerles daño.
«¿Quién eres?» Preguntó Isabel con voz temblorosa.
La figura espectral miró a cada uno de ellos antes de hablar con una voz que resonaba como el viento entre las hojas. «Soy Elisa, la última dueña de esta mansión. He estado atrapada en este plano por siglos, incapaz de encontrar la paz.»
Elisa, la aparición, comenzó a relatar su historia. Habló de cómo, en vida, había sido una amante de los misterios y lo oculto. Experimentó con espejos como portales a otros mundos, pero un experimento salió mal, atrapándola en un limbo entre la vida y la muerte.
«Mi espíritu ha estado atado a este espejo desde entonces, incapaz de moverse más allá,» explicó con tristeza.
Marcos, fascinado y compasivo, preguntó, «¿Hay alguna manera de ayudarte a encontrar la paz?»
Elisa asintió. «Sí, pero requiere que alguien complete el ritual que empecé hace muchos años.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.