Era una mañana soleada en una pequeña ciudad llena de colores. Diego, un niño venezolano de piel morena y ojos brillantes, estaba en su habitación, mirando por la ventana. Al otro lado de la calle, se veía un árbol enorme que tenía un montón de flores de mil colores. «¡Qué bonito día para una aventura!», pensó Diego mientras se estiraba y se preparaba para salir.
Con su gorra de rayas y su camiseta favorita de dibujos animados, Diego salió de casa lleno de energía. Corrió hacia el árbol y, al llegar, se dio cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. Las flores del árbol parecían moverse. Diego se acercó con curiosidad, y fue entonces cuando vio que entre las flores brillantes se asomaba un pequeño dragón.
«¡Hola!», dijo el dragón con una voz suave y melodiosa. «Soy Merengue, y vivo en este árbol. Estoy buscando un amigo con quien jugar. ¿Quieres ser tú?»
Diego no podía creer lo que veía. Un dragón de colores brillantes, que parecía hecho de caramelos. «¡Sí, claro! Me encantaría jugar contigo, Merengue», respondió Diego emocionado.
Entonces, Merengue le pidió a Diego que cerrara los ojos y que contara hasta tres. Diego, curioso, hizo lo que le dijo. Uno, dos, tres… Al abrir los ojos, descubrió que ahora estaba en un lugar maravilloso, lleno de nubes de algodón de azúcar y ríos de jugo de frutas.
«Bienvenido al Mundo de los Sueños», exclamó Merengue. «Aquí todo es posible. Podemos volar, explorar, y hasta encontrar tesoros». Diego estaba emocionado. Nunca había visto un lugar tan increíble.
Juntos, comenzaron a volar. Merengue batía sus alas de arcoíris, mientras que Diego se sujetaba de su lomo. Volaron sobre montañas de chocolate y praderas llenas de galletas. Todo era tan delicioso y divertido que Diego no quería que la aventura terminara.
Al volar un poco más lejos, vieron algo brillante en el suelo. «¡Mira eso!», dijo Diego mientras señalaba un objeto que relucía. «Parece un tesoro». Merengue descendió suavemente, y cuando llegaron al suelo, encontraron un cofre antiguo cubierto de polvo.
Diego abrió el cofre con cuidado. Dentro había un montón de caramelos, pero también había un mapa. «¡Guau! Este mapa debe llevar a un tesoro escondido», exclamó Diego emocionado. «¡Vamos a buscarlo!».
Merengue y Diego siguieron el mapa, que los llevó a través de bosques de chicles y lagos de limonada. En su camino, conocieron a una tortuga llamada Loli. Loli era lenta, pero sabia, y podía ayudarles con el mapa. «¿A dónde van, pequeños aventureros?» preguntó Loli con una voz tranquila.
«Estamos buscando un tesoro», respondió Diego. «¿Quieres unirte a nosotros, Loli?»
Loli sonrió y aceptó. Juntos, continuaron la búsqueda, siguiendo las instrucciones del mapa. A medida que avanzaban, se encontraron con obstáculos, como un arroyo que necesitaban cruzar. «¿Cómo lo haremos?» dijo Diego, un poco preocupado.
Merengue propuso volar a través del arroyo, pero Loli sugirió que construyeran un puente con los chicles que encontraban por ahí. Así que, con un poco de esfuerzo y creatividad, formaron un puente de chicles y lo cruzaron juntos.
Siguieron explorando y cantando, y después de un rato, llegaron a una cueva oscura. «¡Esto parece el lugar!», dijo Diego, mirando el mapa. Merengue iluminó la cueva con su aliento de fuego suave, y todos podían ver las paredes cubiertas de piedras preciosas.
En el fondo de la cueva, había una gran puerta de metal, con una cerradura que parecía antigua. «¿Cómo la abrimos?» preguntó Loli, mirando la puerta con curiosidad.
Diego revisó el mapa nuevamente y se dio cuenta de que había un símbolo en el fondo del mapa que parecía una estrella. «¡Tal vez tenemos que hacer un deseo!», sugirió Diego emocionado.
Así que todos juntos, hicieron un círculo, cerraron los ojos y desearon que la puerta se abriera. Al abrir los ojos, escucharon un «clic» y la puerta se abrió lentamente, revelando una habitación llena de luces brillantes.
Dentro, encontraron el tesoro: un arcoíris de dulces, con caramelos, chocolates y galletas de todos los sabores imaginables. «¡Lo logramos!», gritó Diego feliz. Merengue voló alrededor, llenando el aire de risas y chispeantes risas.
«¿Qué haremos con todo esto?», preguntó Loli, mirando a su alrededor con sorpresa. Diego pensó por un momento y sonrió. «¡Podemos hacer una fiesta y compartirlo con todos nuestros amigos!».
Así que, con el tesoro en sus manos, regresaron volando al árbol donde todo había comenzado. Allí, invitaron a todos los animales del bosque a una gran fiesta, donde disfrutaron de todos los dulces y jugaron durante horas.
Cuando la fiesta terminó, el sol comenzaba a ponerse, y Diego sabía que era hora de volver a casa. «Gracias, Merengue, por esta increíble aventura. Nunca olvidaré este día».
Merengue sonrió y le dijo: «Las aventuras siempre estarán en tu corazón, Diego. Recuerda, siempre puedes regresar aquí en tus sueños».
Diego se despidió de Loli y Merengue, sintiéndose feliz y lleno de alegría. Al llegar a casa, se acomodó en su cama, cerró los ojos y sonrió pensando en todas las aventuras que había vivido.
Desde ese día, cada vez que miraba al árbol desde su ventana, sabía que siempre habría un lugar especial para las aventuras en su corazón, donde Merengue y Loli le esperaban en el Mundo de los Sueños. Y así, Diego aprendió que la verdadera aventura es compartir y soñar, y que los amigos vienen en todas las formas, incluso con escamas y alas. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.