Era el año 1933 y Berlín se encontraba en un momento de gran tensión. Las calles, llenas de gente, tenían un aire de incertidumbre. Ana, una joven de once años, se encontraba en la plaza central de la ciudad, disfrutando de un día soleado, pero con el corazón pesado. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente.
Ana vivía con su hermano Max y sus padres en un pequeño apartamento. Eran judíos, y las noticias de los cambios políticos en Alemania la mantenían inquieta. Ese domingo, se llevarían a cabo las elecciones presidenciales, y se rumoreaba que Adolf Hitler ganaría el poder. La familia de Ana sabía que no podrían quedarse en Berlín si eso sucedía.
Ana miró a su alrededor y vio a su amiga Elsbeth, quien también parecía preocupada. “Ana, ¿estás lista para irte?”, preguntó Elsbeth con un nudo en la garganta. “No sé si puedo soportar despedirme”. “Lo sé, Elsbeth”, respondió Ana, con los ojos llenos de lágrimas. “Pero tenemos que ser fuertes. Es lo mejor para nuestras familias”.
Max, su hermano menor, se acercó con una expresión decidida. “Voy a extrañar a Gunter”, dijo. “Él siempre fue un buen amigo”. Ana sonrió, reconociendo el dolor en su hermano. “Nos llevaremos los buenos recuerdos, Max. Siempre podremos volver a visitarlos algún día”, intentó consolarlo.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, el ambiente se volvía más melancólico. Ana sabía que debía despedirse de Elsbeth y de todos los amigos que había hecho en su barrio. “Prométeme que estarás bien”, le dijo Elsbeth mientras se abrazaban. “Prometo que siempre te recordaré”, respondió Ana, sintiendo que su corazón se rompía un poco más.
Con la despedida hecha, Ana, Max y sus padres se prepararon para el viaje. Subieron a un tren que los llevaría a Zúrich, Suiza. Mientras el tren avanzaba, Ana miraba por la ventana, observando cómo Berlín se alejaba. Se sentía triste, pero también emocionada por lo que vendría.
“¿Qué pasará en Suiza?”, preguntó Max, con curiosidad. “No lo sé, Max, pero espero que sea un lugar seguro donde podamos comenzar de nuevo”, respondió Ana. La familia se abrazó, sintiendo el calor del amor en medio de la incertidumbre.
El tren siguió su camino, atravesando paisajes hermosos, con montañas y lagos que reflejaban el cielo. Ana imaginaba cómo sería su vida en Suiza. “Tal vez podré encontrar un lugar donde seguir mis sueños”, pensó. Desde pequeña, siempre había querido ser actriz, y no estaba dispuesta a renunciar a su sueño, incluso en tiempos difíciles.
Después de varias horas de viaje, llegaron a Zúrich. La ciudad era hermosa, con calles limpias y gente amable. Ana y su familia se instalaron en un pequeño apartamento. Aunque todo era nuevo y diferente, Ana sentía que había una nueva oportunidad en el aire.
Al día siguiente, Ana decidió explorar su nuevo vecindario. Mientras caminaba por las calles, vio un pequeño teatro con un cartel que anunciaba audiciones para una obra. Su corazón dio un vuelco. “¿Podría ser una señal?”, se preguntó.
Sin pensarlo dos veces, decidió entrar. Dentro, conoció a una amable señora llamada Greta, que era la directora del teatro. “Hola, pequeña, ¿qué deseas?”, preguntó Greta con una sonrisa. Ana, con un brillo en los ojos, respondió: “Quiero audicionar para la obra. Siempre he soñado con actuar”.
Greta la miró con curiosidad. “¡Eso es maravilloso! Pero debes saber que aquí en Suiza tenemos una gran competencia. ¿Estás lista para dar lo mejor de ti?”. Ana asintió, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Era el momento que había estado esperando.
El día de la audición llegó, y Ana estaba nerviosa. A medida que se acercaba su turno, recordó las palabras de su madre: “Siempre da lo mejor de ti y nunca dejes de creer en tus sueños”. Con esas palabras en mente, subió al escenario.
Cuando comenzó a actuar, sintió que todo se desvanecía a su alrededor. Se sumergió en su personaje y dejó que la emoción fluyera. Cuando terminó, el público estalló en aplausos. Greta sonrió, satisfecha. “Eres muy talentosa, Ana. Quiero que formes parte de nuestra obra”.
Ana no podía creerlo. “¡Gracias! ¡Lo haré!”, exclamó, sintiéndose más feliz que nunca. Era el comienzo de un nuevo capítulo en su vida.
A medida que pasaban los días, Ana se sumergió en el mundo del teatro. Aprendió sobre actuación, danza y técnicas vocales. Se hizo amiga de otros jóvenes actores, y juntos formaron un lazo especial. En el escenario, Ana brillaba como nunca. Cada actuación la hacía sentir más segura y fuerte.
Sin embargo, en su corazón, siempre llevaba consigo la memoria de su hogar en Berlín. Las noticias sobre la situación política seguían llegando, y Ana sabía que su familia no estaba a salvo. “Debemos estar siempre preparados”, decía su madre. “La libertad que hemos encontrado aquí no puede ser tomada por sentada”.
Un día, durante un ensayo, Ana recibió una carta de su abuela, que todavía vivía en Berlín. En la carta, su abuela hablaba de la difícil situación y de cómo la vida había cambiado drásticamente. Ana sintió un nudo en el estómago. “No puedo quedarme de brazos cruzados”, pensó. “Tengo que hacer algo”.
Después de mucho pensar, Ana decidió que quería utilizar su talento para ayudar a su familia y a otros que estaban sufriendo. Comenzó a organizar funciones benéficas en el teatro, donde todo lo recaudado se destinaba a ayudar a las familias que huían de la persecución.
La primera función fue un gran éxito. Ana subió al escenario y habló sobre la importancia de la solidaridad y la empatía. “Si todos hacemos nuestra parte, podemos ayudar a quienes más lo necesitan”, dijo, mientras el público la escuchaba con atención.
A través del teatro, Ana no solo estaba cumpliendo su sueño de actuar, sino que también estaba dando voz a quienes no la tenían. Con cada actuación, su mensaje de esperanza y valentía se extendía, inspirando a muchos a unirse a su causa.
Con el tiempo, el teatro se convirtió en un lugar de refugio para los jóvenes que necesitaban apoyo. Ana y sus amigos se aseguraban de que todos se sintieran incluidos y valorados. “El teatro es un lugar mágico, y aquí todos somos importantes”, decía Ana con una sonrisa.
Un día, mientras ensayaban para una nueva obra, Ana recibió una visita sorpresa. Era su madre, con una expresión de alegría en su rostro. “Ana, ¡hemos recibido noticias de Berlín! Tu abuela y muchos amigos han logrado escapar. Están aquí con nosotros”.
Ana no pudo contener las lágrimas de felicidad. “¡Eso es increíble! ¡Podemos ayudarles!”. Su corazón estaba lleno de esperanza, y sabía que juntas podrían enfrentar cualquier desafío.
Cuando su abuela llegó al teatro, Ana corrió a abrazarla. “¡Te extrañé tanto!”, exclamó. “Pero ahora estás aquí, y todo estará bien”. Juntas, compartieron historias sobre la vida en Berlín y la lucha por sobrevivir.
La llegada de su abuela trajo una nueva energía al teatro. Ana decidió que sería una gran oportunidad para que todos se unieran y ayudaran a aquellos que aún estaban en peligro. Así, organizó una nueva función benéfica, donde las historias de su abuela y de los demás se compartirían a través de la actuación.
El día del evento, el teatro estaba lleno. Ana, su abuela y otros actores compartieron sus historias de valentía y esperanza. El público estaba conmovido, y al final, todos se pusieron de pie para aplaudir. La función fue un gran éxito y recaudaron más dinero del que jamás imaginaron.
Con el tiempo, la fama del teatro creció, y Ana se convirtió en una figura reconocida en su comunidad. Usó su plataforma para seguir luchando por la justicia y la igualdad. Su mensaje de unidad resonó en muchos corazones, y más personas se unieron a su causa.
Mientras miraba el teatro lleno de personas, Ana reflexionó sobre su viaje. Desde su hogar en Berlín hasta su nueva vida en Suiza, había aprendido que los sueños son valiosos, pero más aún es el poder de ayudar a los demás. Cada actuación no solo la acercaba a su sueño de ser actriz, sino que también ayudaba a crear un mundo mejor.
Y así, Valentina continuó brillando en el escenario, llevando consigo la memoria de su hogar y la lucha por la libertad. Sabía que, mientras tuviera la oportunidad de contar historias, siempre habría esperanza.
Con cada acto, con cada risa y con cada lágrima, Ana siguió transformando su dolor en fuerza, convirtiendo el escenario en un lugar de sanación y amor. Y así, su historia se extendió más allá de los límites del teatro, inspirando a otros a ser valientes y a nunca dejar de luchar por sus sueños.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.