En un lugar donde lo imposible se tornaba cotidiano y lo mágico era simplemente otra faceta de la realidad, vivía un niño muy especial llamado Manzana. Como su nombre indica, Manzana no era un niño ordinario; tenía la curiosa forma de una manzana roja, con brazos y piernas que le permitían explorar el mundo que lo rodeaba con una energía inagotable y una sonrisa que nunca se desvanecía.
Un día, mientras jugaba en el huerto de su casa, Manzana resbaló y rodó hacia un misterioso agujero que apareció de repente en el suelo. Antes de que pudiera detenerse, se encontró deslizándose por un tobogán oscuro y sin fin. Manzana, con su casco y gafas de protección siempre puestos, se maravilló ante la aventura inesperada que la vida le había presentado. No tardó en darse cuenta de que este no era un tobogán ordinario; estaba viajando ¡por el sistema digestivo humano!
El viaje comenzó en el esófago, un túnel largo y oscilante que retumbaba con los ecos de misteriosas gárgaras. Manzana se aferró a su casco mientras se deslizaba hacia abajo, sus ojos brillando con asombro y un toque de nerviosismo. «¡Esto es mejor que cualquier montaña rusa!», exclamó con una risa que resonaba por las paredes del esófago.
Al llegar al estómago, se encontró en un vasto mar de ácidos y enzimas. Pero Manzana no tenía miedo; sabía que su aventura apenas comenzaba. Usando su ingenio, esquivó las olas de ácido gástrico, maravillándose ante la idea de ser el primer visitante en este ambiente tan único. «¡Es como explorar un planeta desconocido!», pensó.
A medida que el viaje continuaba, Manzana se adentraba más en el intrincado laberinto del intestino delgado. Aquí, el paisaje cambiaba constantemente, con villi que se alzaban como árboles en un bosque encantado. Cada giro revelaba nuevas maravillas y secretos ocultos del cuerpo humano. Manzana, con su curiosidad insaciable, no podía evitar detenerse de vez en cuando para investigar y aprender.
A lo largo de su viaje, Manzana encontró diversos personajes: desde un grupo de nutrientes ansiosos por llegar a su destino hasta bacterias benéficas que mantenían el equilibrio del sistema digestivo. Cada encuentro era una oportunidad para hacer nuevos amigos y aprender sobre la importancia de cada componente en el complejo proceso de la digestión.
Finalmente, después de muchas horas de aventuras y descubrimientos, Manzana llegó al colon, la última parada de su viaje. Aquí, se encontró con un ambiente tranquilo y sereno, un contraste con la constante actividad de las secciones anteriores. Manzana reflexionó sobre todo lo que había visto y aprendido, dándose cuenta de la increíble complejidad y belleza del cuerpo humano.
Con una última ola de emoción, Manzana completó su viaje a través del sistema digestivo, emergiendo al mundo exterior transformado por su experiencia. Había comenzado su aventura como un niño curioso, y ahora regresaba como un explorador valiente y sabio, listo para compartir las historias de su increíble viaje con todos los que quisieran escuchar.
Cuentos cortos que te pueden gustar
Aria y el Viaje Interdimensional
Montse y la Gran Aventura de Primero A
El Árbol Mágico y el Niño Aventurero
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.