En un valle escondido donde las flores susurran historias y los árboles bailan al son del viento, vivían Shadiana y Gael, dos hermanos unidos por la curiosidad y la valentía. Shadiana, con sus rizos castaños y ojos chispeantes, tenía tres años y amaba explorar el mundo con su hermanito Gael, quien a sus tiernos un año, seguía sus pasos con una risa contagiosa.
Un día soleado, mientras jugaban en su jardín, un destello peculiar atrajo su atención hacia el viejo roble al final del camino. Bajo la sombra del roble, encontraron una puerta diminuta adornada con piedras brillantes y un pomo de oro que parecía emitir una melodía suave y encantadora.
Intrigados y emocionados, Shadiana tocó la puerta y, para su sorpresa, esta se abrió lentamente, revelando un túnel iluminado por luciérnagas. Sin dudarlo, tomados de la mano, los pequeños aventureros se adentraron en el túnel. La puerta detrás de ellos se cerró con un suave clic, y el camino delante se desplegó con promesas de aventuras.
El túnel los condujo a un bosque encantado donde los árboles tenían hojas de colores brillantes y las flores cantaban melodías dulces. Un conejo blanco con chaleco y reloj de bolsillo se cruzó en su camino, mirándolos con curiosidad. «¡Buenas tardes, jóvenes exploradores! ¿Vienen a la fiesta del té del Gran Duende?» preguntó con una voz amigable.
Shadiana, con una sonrisa, asintió con entusiasmo, y Gael aplaudió feliz. El conejo, haciendo un gesto con su reloj, los guió a través del bosque hasta una clara donde una gran mesa estaba servida con todo tipo de delicias. El Gran Duende, un personaje alegre con barba de musgo y ojos como gemas brillantes, los recibió con una risa burbujeante.
«¡Bienvenidos, amigos! Hoy, en honor a nuestra amistad y valentía, celebramos con un festín,» anunció el Duende. Shadiana y Gael se sentaron en sillas pequeñas, decoradas especialmente para ellos, y disfrutaron de pasteles de nube y jugo de estrellas.
Mientras comían, una leve brisa agitó las copas de los árboles y una sombra pasó rápidamente por la clara. El rostro del Duende se tensó por un momento. «Mis queridos, necesito de su ayuda. Una sombra traviesa ha robado la llave de la luz del día, y sin ella, el bosque permanecerá en penumbra.»
Shadiana, con los ojos llenos de determinación, se ofreció a ayudar, y Gael, aunque pequeño, asintió con firmeza. Con instrucciones del Duende, se dirigieron hacia la colina de las sombras, un lugar donde la luz se desvanecía y los susurros eran secretos del viento.
El viaje no fue fácil. Raíces como manos antiguas intentaron detenerlos, y neblinas espesas ocultaban el camino. Pero Shadiana, guiada por su valiente corazón, y Gael, con su risa que dispersaba la oscuridad, encontraron la cueva de la sombra.
Dentro de la cueva, la sombra les esperaba, una figura hecha de miedos olvidados y susurros tristes. «¿Por qué necesitas la llave?» preguntó Shadiana con voz suave. La sombra, sorprendida por la inocencia y la valentía en su pregunta, susurró, «Para recordar cómo era la luz.»
Shadiana, comprendiendo su dolor, se acercó y tomó la mano de la sombra. «Si compartimos la luz, nunca tendrás que olvidarla,» dijo, y extendió la otra mano hacia Gael. Juntos, con la sombra, caminaron de regreso a la clara, donde el Duende y los otros habitantes del bosque los esperaban.
Con la llave en su lugar, la luz del día regresó al bosque, más brillante y cálida que antes. La sombra, ahora menos temible y más brillante, se quedó como guardiana del equilibrio entre la luz y la oscuridad.
El Duende, agradecido, bendijo a los hermanos con un don especial: siempre encontrarían luz, incluso en los días más oscuros. Shadiana y Gael, con corazones llenos de nuevas amistades y aventuras, regresaron a casa sabiendo que su valentía había iluminado no solo su bosque sino también sus almas.
Al cruzar nuevamente el umbral del viejo roble, la puerta se cerró con un suave clic, dejando atrás el bosque encantado, pero llevando consigo la magia y la promesa de más aventuras.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.