Cuentos de Aventura

Guardianes de la Naturaleza: La Lucha por la Salvación de los Animales Nativos de Chile

Lectura para 10 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un hermoso y colorido bosque de Chile, tres amigos inseparables vivían emocionantes aventuras todos los días. Santiago, un niño curioso de cabello oscuro, Lucía, una pequeña amante de los animales con trenzas rubias y ojos brillantes, y Tomás, un hábil inventor que siempre llevaba su mochila llena de herramientas, eran conocidos en su pueblo por su gran espíritu aventurero y su deseo de cuidar la naturaleza.

Un día, mientras jugaban cerca de un río que serpenteaba entre los árboles, Lucía se dio cuenta de algo extraño. «¡Miren allí!» exclamó mientras señalaba con el dedo. Los chicos siguieron su mirada y vieron a un grupo de aves exóticas posadas en una rama. Sus plumajes eran de colores vibrantes, pero había una cosa que los preocupaba: las aves parecían asustadas y se movían nerviosamente.

—¿Qué les pasa a esas aves? —preguntó Tomás, ajustándose las gafas.

—Tal vez necesitan ayuda —sugirió Santiago con su voz llena de determinación.

Lucía se acercó lentamente para no asustar a las aves y, al observar mejor, notó que un pequeño zorrillo se acercaba a ellas. “¡Oh no! ¡Pobre de ellas!” gritó. A Lucía le preocupaba que el zorrillo pudiera asustar a las aves.

Con un plan rápido en la mente, los tres amigos decidieron actuar. “Debemos alejarlas de ese zorrillo,” dijo Tomás, y comenzó a buscar en su mochila. “¡Tengo una idea!”

Tomás sacó una trompeta de juguete. “Haré un ruido fuerte para asustarlo,” dijo, muy convencido. Sin perder tiempo, tocó la trompeta con todas sus fuerzas. El sonido resonó en el aire, y el zorrillo, confundido por el ruido, decidió escapar rápidamente. Las aves, al verse libres del peligro, comenzaron a volar en círculos felices.

—¡Lo logramos! —gritó Lucía, saltando de alegría. Santiago aplaudió mientras admiraba la belleza de las aves que se alzaban en el cielo.

Pero de repente, algo oscuro y gris se desplazó entre los árboles. Al acercarse, vieron que era un lobo viejo con un parche en el ojo. Se notaba que tenía el pelaje enmarañado y un andar un poco torpe. El lobo se detuvo frente a los niños y los miró fijamente.

—¿Qué hacen aquí, pequeños? —les preguntó con voz grave.

—¡Hola, señor Lobo! —dijo Santiago, sintiéndose un poco asustado pero valiente. —Ayudamos a las aves que estaban en problemas. El zorrillo era un poco travieso.

El lobo pareció relajarse un poco. “¿De veras? Bueno, yo tengo un problema aún más grande. Las cosas en este bosque no están bien”, explicó el lobo. “Los animales están desapareciendo cada vez más. Casi no se escucha el canto de las aves ni se ven a los ciervos saltando en el claro. La gente del pueblo no se da cuenta de lo que está pasando.”

Lucía frunció el ceño, preocupada por lo que el lobo decía. “¿Por qué sucede eso?” preguntó.

—Porque han comenzado a talar los árboles para construir más casas y carreteras. Los animales pierden su hogar y no saben a dónde ir —respondió el lobo, con tristeza en su voz.

Tomás pensó durante un momento y preguntó: “¿Podemos hacer algo para ayudar?”

El lobo los miró a los tres con gratitud. “Sí. Si ustedes se convierten en los Guardianes de la Naturaleza, podrían hablar con los adultos del pueblo y hacerles ver lo que está sucediendo. Pero debo advertirles, no será fácil. La gente a veces no escucha a los niños.”

“Nosotros no nos rendiremos,” dijo Santiago decidido. Con la chispa de la aventura en sus ojos, los tres amigos acordaron ayudar a los animales del bosque y a su nuevo amigo lobo.

Prepararon un pequeño plan. Se sentaron a pensar en cómo podrían comunicar su mensaje. Decidieron hacer carteles con dibujos coloridos que mostraran la belleza del bosque y la importancia de protegerlo. Lucía se encargó de los dibujos con los animales, Santiago escribió mensajes inspiradores, y Tomás diseñó una especie de megáfono para que todos los pudieran escuchar.

Los amigos trabajaron durante días, diseñando y creando sus carteles. Cuando tuvieron todo listo, decidieron que era hora de presentar su plan al pueblo. El lobo les sugirió que esperaran al día del mercado, cuando la gente se reunía y había más posibilidades de que los escucharan.

Finalmente llegó el día. El sol brillaba y el aire estaba fresco. Con los carteles en mano y el megáfono de Tomás, los tres amigos se dirigieron al lugar donde la gente del pueblo hacía sus compras. Con el corazón latiendo de emoción, Lucía tomó el megáfono y, con valentía, comenzó a hablar.

—¡Atención, atención! —gritó, haciendo que todos miraran. —Somos los Guardianes de la Naturaleza y queremos hablar sobre nuestros amigos los animales. Su hogar está en peligro.

Al principio, la gente miraba curiosa, algunos incluso se reían, pero Lucía no se dejó desanimar. A su lado, Santiago levantó uno de los carteles ilustrados: en él estaban los colores vibrantes de las aves, los ciervos saltando y la belleza del bosque. “¡Miren cuántos animales hay aquí! ¡Debemos protegerlos!”

Luego, Tomás, tomando su turno, habló con el megáfono: “Si seguimos talando árboles, no solo perderemos la casa de los animales, sino también el hermoso lugar donde nosotros vivimos. El aire será más sucio y nuestro río ya no será limpio. ¡Podemos cambiar esto si trabajamos juntos!”

Poco a poco, más personas empezaron a escuchar. Algunos se acercaron, intrigados por lo que decían los niños. El lobo se quedó cerca, observando y apoyando la valentía de sus nuevos amigos.

Entonces, un anciano del pueblo, con barba larga y vestimenta de montaña, se acercó. “Es cierto, he notado que ya no escucho a las aves como antes,” comentó. “He visto menos ciervos y más árboles caídos. ¿Qué podemos hacer para ayudar?”

Los niños no podían creer que la gente comenzara a escuchar. Lucía, emocionada, respondió: “Podemos organizar un día de limpieza en el bosque, recoger basura, replantar árboles y educar a todos sobre lo importante que es cuidar de la naturaleza. ¡Con el apoyo de todos, podemos salvar a los animales!”

La gente comenzó a murmurar entre sí, dando ideas y ofreciendo ayuda. Todos estaban interesados en participar. El anciano, conmovido por el compromiso de los niños, propuso que ese mismo fin de semana se llevara a cabo un gran evento para restaurar el bosque, y que se invitaran a todos los vecinos.

Ese fin de semana, se juntó una gran multitud. Adultos, niños y familias enteras llegaron al bosque con palas, semillas y mucho entusiasmo. Santiago, Lucía, y Tomás dirigieron a todos en la limpieza del área. Limpiaron el río, llenaron bolsas de basura y comenzaron a plantar nuevos árboles. Como símbolo de unidad, los niños invitaron a cada persona a plantar un árbol o una planta en un espacio determinado.

El lobo miraba todo con una gran sonrisa. Los animales del bosque, como las aves, los ciervos y otros, se acercaron a los humanos, sintiendo el amor que estos estaban brindando a su hogar. La armonía comenzó a regresar poco a poco a ese lugar tan especial.

Al paso de los días y semanas, el bosque comenzó a recuperar su magia. Las aves regresaron, y el río se limpió de su basura. Con el tiempo, el pueblo también cambió. La gente empezó a ver el valor de la naturaleza, y se comprometieron a cuidarla para que siempre hubiera un lugar donde los animales pudieran vivir.

Santiago, Lucía y Tomás se convirtieron en los héroes del pueblo, pero lo más importante fue que todos aprendieron que la naturaleza necesita ser protegida y que cada pequeña acción cuenta.

Al final, el bosque se volvió un lugar de disfrute y aprendizaje, donde cada año celebraban el día de la naturaleza, recordando siempre la aventura que los unió y cómo, juntos, lograron hacer una gran diferencia.

Así, los tres amigos supieron que mientras tuvieran amor en sus corazones y unidos lucharan por lo que es justo, podían lograr cualquier cosa, convirtiéndose en verdaderos guardianes de la naturaleza. Y por supuesto, nunca dejaron de buscar nuevas aventuras; siempre apoyados por su amigo el lobo y rodeados del asombroso mundo que habían salvado juntos.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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