Había una vez un niño llamado Israel que tenía un sueño muy especial: quería volar. Desde que era muy pequeño, siempre miraba al cielo, observando cómo las aves revoloteaban de un lado a otro, tan libres y felices. Israel se imaginaba a sí mismo con alas, volando entre las nubes, jugando con el viento y alcanzando las estrellas. “¿Cómo será volar tan alto como los pájaros?”, se preguntaba una y otra vez.
Un día soleado, mientras jugaba en el campo cerca de su casa, Israel vio a un grupo de aves volando en círculo. Ellas parecían estar hablando entre ellas, cantando una melodía que solo Israel podía escuchar. Con los ojos brillando de emoción, el niño levantó los brazos y saltó lo más alto que pudo, intentando unirse a ellas. Pero, como era de esperar, sus pies volvieron a tocar el suelo.
«No te preocupes, Israel», dijo una voz suave a sus espaldas. Era una mariposa de colores brillantes que había estado observándolo. «Yo también soñaba con volar cuando era pequeña. No siempre fui una mariposa, ¿sabes? Antes, era solo una pequeña oruga que se arrastraba por el suelo. Pero con el tiempo, me convertí en lo que ves ahora. A veces, los sueños tardan en hacerse realidad.»
Israel miró a la mariposa, sorprendido. «¿De verdad? ¿Tú también soñabas con volar?»
La mariposa asintió. «Sí, y ahora vuelo todos los días. Si sigues creyendo en tus sueños, tal vez algún día encuentres la manera de volar. Pero mientras tanto, disfruta de las aventuras que puedes vivir aquí abajo.»
Israel sonrió. La idea de seguir soñando lo llenó de alegría, pero todavía sentía que debía intentar algo más. Así que decidió construir unas alas. Con ramas de árbol, hojas grandes y un poco de cuerda que encontró en casa, comenzó a crear su propio par de alas. Pasó toda la tarde trabajando, mientras las aves seguían volando sobre él, como si estuvieran animándolo.
Cuando por fin terminó, se colocó las alas en la espalda y corrió por el campo con todas sus fuerzas. «¡Voy a volar!» gritó emocionado mientras corría más rápido que nunca. Pero al dar un gran salto, en lugar de elevarse hacia el cielo, cayó suavemente sobre el césped.
«No funcionó», dijo Israel con una pequeña mueca de frustración. Pero justo cuando pensaba en rendirse, escuchó una risa suave proveniente de un árbol cercano. Era un pequeño gorrión que había estado observando todo el tiempo.
«Volar no es tan fácil como parece, ¿eh?» dijo el gorrión, aún riéndose. «Las alas son importantes, claro, pero lo más importante es aprender a sentir el viento. El viento es el que te sostiene cuando vuelas. ¡Sin él, no llegarás muy lejos!»
Israel frunció el ceño, pensativo. «¿El viento? Pero, ¿cómo se aprende a sentir el viento?»
El gorrión saltó de la rama y se posó en el suelo frente a Israel. «Es algo que se aprende con el tiempo. Puedes cerrar los ojos y escuchar cómo el viento sopla entre las hojas, cómo toca tu piel. Solo cuando entiendas al viento, sabrás cómo volar.»
Israel cerró los ojos, tratando de concentrarse en el viento. Sintió una suave brisa acariciando su rostro, moviendo su cabello. Sonrió. Aunque no estaba volando, sentía algo diferente, algo mágico. El viento le susurraba cosas al oído, como si estuviera contándole secretos.
«Creo que lo estoy sintiendo», dijo Israel, abriendo los ojos.
El gorrión asintió. «Sigue practicando, pequeño soñador. Quizás no vueles hoy, pero ya has comenzado a entender el viento, y eso es el primer paso.»
Los días pasaron, e Israel continuó practicando. Corría por el campo con sus alas de hojas y ramas, siempre escuchando al viento, intentando aprender de él. A veces se sentaba bajo un árbol, cerraba los ojos y dejaba que la brisa le hablara. Cada día, se sentía un poco más cerca de volar.
Un día, mientras Israel corría una vez más por el campo, sintió algo diferente. El viento lo empujaba con más fuerza, y por un breve instante, sus pies se separaron del suelo. Solo fue un segundo, pero Israel sintió cómo el viento lo levantaba, casi como si lo estuviera ayudando.
«¡Estoy volando!», gritó emocionado, aunque pronto volvió a caer al suelo.
Sin embargo, no se desanimó. Sabía que estaba más cerca de su sueño. Con una gran sonrisa en su rostro, miró al cielo. Las aves seguían volando en círculo, como si estuvieran esperándolo.
La mariposa, que también lo había estado observando todo el tiempo, revoloteó cerca de él y dijo: «Israel, tal vez no vueles como los pájaros, pero cada vez que saltas y te dejas llevar por el viento, te acercas un poquito más a tu sueño.»
Y así, Israel siguió corriendo, saltando y soñando con volar. Aunque nunca se elevó como las aves, descubrió que lo más importante no era alcanzar el cielo, sino disfrutar del viaje, aprender del viento y nunca dejar de soñar.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.