Jhuliana era una niña de once años que vivía en una pequeña ciudad rodeada de montañas y ríos. Desde que tenía memoria, siempre había sentido una pasión ardiente por el baloncesto. Sus padres le contaban que desde que era una bebé, solía lanzar cualquier cosa que tuviera en las manos, como si fueran pequeñas pelotas, y siempre apuntaba a algún lugar específico, como si supiera que un día sería una gran basquetbolista.
A los cinco años, Jhuliana vio su primer partido de baloncesto en la televisión, y desde entonces supo que su sueño era convertirse en la mejor jugadora del mundo. Cada día, después de la escuela, corría hacia la cancha de baloncesto que había en su barrio. Era una cancha vieja, con grietas en el cemento y una canasta que se tambaleaba cada vez que alguien encestaba, pero para Jhuliana era el lugar más especial del mundo.
Allí pasaba horas y horas practicando sus tiros, su dribbling, y sus movimientos. No importaba si hacía frío o calor, si llovía o brillaba el sol, Jhuliana estaba siempre en la cancha. Sus amigos a veces la invitaban a jugar otros juegos, pero ella siempre respondía con una sonrisa y decía: «Gracias, pero tengo que entrenar. Un día seré la mejor basquetbolista del mundo.»
Aunque algunos de sus amigos la admiraban, otros no entendían por qué Jhuliana se esforzaba tanto. A menudo le decían que era imposible que una niña de una ciudad pequeña llegara tan lejos en el mundo del deporte. Pero esas palabras no la desanimaban; al contrario, la motivaban a trabajar aún más duro.
Un día, mientras practicaba, un hombre mayor se acercó a la cancha. Llevaba una gorra de béisbol y una chaqueta deportiva. Se presentó como el señor Álvarez, un exjugador de baloncesto que había entrenado a varios equipos locales. Observó a Jhuliana mientras lanzaba el balón una y otra vez. Cuando terminó su práctica, se acercó a ella.
«Veo que tienes talento y, más importante, mucha determinación», le dijo el señor Álvarez con una sonrisa. «¿Te gustaría que te ayudara a mejorar tus habilidades?»
Los ojos de Jhuliana brillaron con emoción. «¡Sí, por favor!», respondió, sin poder contener su entusiasmo.
A partir de ese día, el señor Álvarez se convirtió en su entrenador. Cada tarde, después de la escuela, se encontraban en la cancha. El señor Álvarez le enseñó a Jhuliana técnicas avanzadas, cómo leer a sus oponentes, y cómo mantener la calma bajo presión. También le enseñó la importancia del trabajo en equipo, a pesar de que Jhuliana solía practicar sola.
«El baloncesto no es solo un juego de habilidad individual», le decía el señor Álvarez. «Es un deporte en el que todos deben trabajar juntos para ganar. Recuerda eso siempre.»
Jhuliana absorbía cada lección como una esponja. Su habilidad mejoraba día tras día, y pronto comenzó a destacar en los torneos locales. Ganó varios campeonatos juveniles, y su nombre comenzó a resonar más allá de su pequeña ciudad. Pero a pesar de sus éxitos, Jhuliana nunca olvidó sus raíces ni a las personas que la apoyaron desde el principio.
Un año después, llegó la gran oportunidad que Jhuliana había estado esperando. Se enteró de que se celebraría un torneo nacional de baloncesto para jóvenes talentos. Los mejores jugadores de todo el país participarían, y los scouts de los equipos profesionales estarían presentes. Para Jhuliana, este era su momento. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a darlo todo.
Cuando llegó el día del torneo, Jhuliana estaba nerviosa, pero también emocionada. El estadio estaba lleno de gente, y el nivel de competencia era altísimo. Algunos de los otros jugadores eran mucho más altos y fuertes que ella, pero Jhuliana no se dejó intimidar. Recordó todo lo que había aprendido con el señor Álvarez y se concentró en jugar lo mejor posible.
Durante los primeros juegos, Jhuliana demostró su talento. Encestaba desde distancias increíbles, hacía pases precisos y defendía con una agilidad impresionante. Pero el partido final sería el más difícil. El equipo contrario tenía a la mejor jugadora del torneo, una niña llamada Valeria, conocida por su velocidad y precisión.
El partido comenzó y fue una batalla intensa. Ambos equipos estaban igualados en habilidad, y cada punto era disputado ferozmente. A medida que el tiempo pasaba, la tensión en el estadio aumentaba. Faltando solo unos segundos para el final, el marcador estaba empatado.
Jhuliana tenía la pelota. Podía sentir la presión, pero también el apoyo de todos los que la habían ayudado a llegar hasta allí. Respiró profundamente y comenzó a moverse. Con un dribbling rápido, logró esquivar a dos defensoras, pero Valeria estaba esperándola. Con un salto increíble, Jhuliana lanzó el balón hacia la canasta, justo cuando sonaba la bocina final.
El estadio contuvo el aliento mientras el balón volaba en el aire. Pareció que el tiempo se detuvo por un momento, y entonces, ¡encestó! Jhuliana había ganado el partido y el torneo. La multitud estalló en vítores y aplausos. Jhuliana no podía creerlo; lo había logrado.
Al recibir el trofeo, Jhuliana no pudo evitar emocionarse. Agradeció a su entrenador, a su familia, y a todos los que la habían apoyado. Sabía que este era solo el comienzo de su carrera, pero también sabía que con esfuerzo, determinación y humildad, podría alcanzar cualquier meta que se propusiera.
Jhuliana continuó entrenando y jugando con el mismo entusiasmo de siempre. Su sueño de convertirse en la mejor basquetbolista del mundo estaba más cerca que nunca, y ahora sabía que no había límites para lo que podía lograr.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.