Era una mañana soleada en un pequeño pueblo rodeado de un denso bosque. En una de las casas más antiguas del lugar vivía Caperucita, una niña curiosa y aventurera que siempre llevaba consigo una capa roja que le había tejido su abuela. Todos en el pueblo la conocían y la querían mucho, sobre todo su abuela, quien siempre le contaba historias mágicas sobre el bosque encantado que estaba justo al lado de su casa. Desde que Caperucita era muy pequeña, había escuchado relatos sobre criaturas mágicas, árboles que hablaban y ríos que susurraban secretos.
Un día, mientras Caperucita ayudaba a su abuela a preparar unos deliciosos pasteles de manzana, la abuela le contó una historia que cambiaría su vida. «Caperucita, hay un antiguo guardián del bosque llamado Roberto, que vive en una cabaña al final del sendero. Él cuida de todos los seres mágicos que habitan este lugar. Si alguna vez necesita ayuda, no dudes en buscarlo», le dijo su abuela con una sonrisa serena.
Intrigada y emocionada, Caperucita decidió que, al día siguiente, iría a conocer a Roberto. Ya había explorado muchos rincones del bosque, pero siempre había tenido miedo de adentrarse demasiado en sus profundidades. Sin embargo, su espíritu aventurero la empujaba a seguir adelante.
Al amanecer del día siguiente, Caperucita se preparó para su gran aventura. Llevaba su capa roja y una mochila cargada de provisiones: algunos pasteles de manzana de su abuela y un cuaderno para anotar todo lo que descubriera. Se despidió de su abuela, quien le dio un beso en la frente y le dijo: «Recuerda, querida, no te alejes del sendero y vuelve antes de que oscurezca».
Con el corazón lleno de emoción, Caperucita emprendió su camino. El bosque parecía cobrar vida a su alrededor. Los árboles se mecían suavemente con la brisa, y los pájaros cantaban melodías que resonaban en el aire fresco. Después de caminar un buen rato, Caperucita llegó a un claro donde vio algo que la dejó boquiabierta: un grupo de criaturas mágicas danzaban alrededor de un lago cristalino. Eran hadas, cada una más hermosa que la anterior, con alas brillantes que destellaban bajo la luz del sol.
Caperucita se acercó sigilosamente para observarlas, pero, sin querer, hizo crujir una rama. Las hadas se detuvieron al instante y se volvieron hacia ella. «¡Hola, humana!», dijo una de ellas con una voz suave como el viento. «Soy Lira, la reina de las hadas. ¿Qué te trae al bosque encantado?»
Caperucita, un poco asustada pero emocionada, respondió: «Vengo a conocer a Roberto, el guardián del bosque. Mi abuela me ha hablado de él y de las criaturas mágicas que viven aquí».
Lira sonrió y dijo: «Roberto es un buen amigo. Pero antes de que lo encuentres, necesitas ayudarnos. Algo muy triste ha sucedido en el bosque: un malvado ladrón ha robado la piedra mágica que da vida a este lugar. Sin ella, el bosque se marchitará y todas las criaturas mágicas perderán su hogar».
Los ojos de Caperucita se abrieron de par en par. «¡Debemos ayudarles!» exclamó. Lira asintió y, con un movimiento de su mano, se creó un mapa brillante en el aire. «Aquí está el camino hacia la cabaña de Roberto. Nosotras te guiamos, pero tú deberás ser valiente y rápida. El ladrón se esconde en una cueva al este de aquí».
«¡Voy a hacerlo!» respondió Caperucita con determinación.
Caperucita, junto a Lira y un grupo de hadas que la acompañaban, se dirigieron a la cueva. Por el camino, encontraron a un erizo llamado Hugo, quien estaba asustado. «¿Qué sucede?», preguntó Caperucita.
«Vi al ladrón en el bosque y es muy peligroso. Tiene una gran sombra que lo cubre, y puede convertirse en cualquier cosa que desee. Me dio miedo y me oculté», dijo el erizo, temblando.
Caperucita sintió compasión por Hugo. «Puedes venir con nosotros», le dijo, «necesitamos tu valentía». Agradecido, Hugo se unió a la aventura.
Finalmente, llegaron a la entrada de la cueva, que parecía oscura y tenebrosa. «Recuerden, tenemos que ser astutos», dijo Lira. «El ladrón está dentro, pero debemos encontrar la piedra mágica antes de que se escape». Con su corazón latiendo con fuerza, Caperucita entró en la cueva, seguido por Lira, Hugo y el grupo de hadas.
Adentrándose, encontraron un gran candelabro que iluminaba la estancia, revelando al ladrón: un hombre encapuchado con una gran sombra proyectada a su alrededor. «¿Qué hacen aquí? ¡Fuera!», gritó con una voz profunda.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.