Cuentos de Aventura

La Aventura de Hernán en la Ladera Brillante

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Hernán era conocido en el pueblo como un niño de gran corazón. Era joven y muy alto y fuerte para su edad, y su cabello rubio y sus ojos llenos de chispas de inteligencia le daban un aspecto tan encantador como curioso. Era diligente en la escuela y un pequeño genio de las matemáticas, pero más allá de los números y las fórmulas, lo que realmente le apasionaba era escalar.

Sus padres a veces le preocupaban sus ansias de aventura, pero también se enorgullecían de la responsabilidad con que Hernán cuidaba de sus hermanos menores. Todo el vecindario sabía que, aunque joven, podía confiarse en él para hacer las cosas bien.

El día de su cumpleaños, su tío Marcelo y su tía Cuca lo llevaron a escalar una colina en las afueras del pueblo. Hernán escaló con tal facilidad y alegría, que parecía que podría tocar el cielo con sus pequeñas manos. Luego, tuvieron una merienda a pie de montaña donde él compartió risas y cuentos de sus hazañas en las alturas. Ese día se renovaron su energía y sus anhelos de conquistar cada vez más cimas.

Viviendo cerca de un bosque repleto de montañas, Hernán contemplaba a menudo la majestuosa «Ladera Brillante», un lugar casi mágico que se alzaba desafiante cerca de su hogar. La montaña recibía aquel nombre porque sus rocas, al reflejar el sol, brillaban como si estuviesen cubiertas de pequeños espejos, deslumbrando a todos los que se aventuraban a mirarla de cerca.

Hernán soñaba con llegar a la cima de la Ladera Brillante, pero sabía que era un reto mayor que cualquier otro que hubiera enfrentado. Tras pensarlo un tiempo y con la emoción aún latente de su reciente cumpleaños, decidió pedirle permiso a su papá para intentar escalarla.

«Puedes ir», le dijo su papá con una sonrisa amable y una mirada que destilaba confianza, «pero prométeme que tendrás cuidado».

Así que esa misma tarde, después del colegio, Hernán se preparó una merienda, tomó su bicicleta y se dirigió a la base de la Ladera Brillante.

La aventura estaba a punto de comenzar, pero lo que Hernán no sabía era que esta montaña guardaba secretos que pondrían a prueba mucho más que su habilidad para escalar.

Mientras Hernán pedaleaba hacia la Ladera Brillante, la excitación le hacía latir el corazón con fuerza. Pronto alcanzó la base de la montaña y apoyó su bicicleta contra un árbol, antes de mirar hacia arriba, hacia la cima que se perdía entre el cielo azul y las nubes esponjosas.

Comenzó su ascenso, encontrando puntos de apoyo entre las rocas que brillaban con el sol de la tarde. Era un experto en encontrar las grietas y salientes adecuados para ayudarse en su escalada; sin embargo, pronto notó que la Ladera Brillante tenía desafíos que no había anticipado. Las rocas resbaladizas y los desechos sueltos hacían que cada paso fuera un tanto más peligroso que en sus escaladas anteriores.

Hernán no tenía prisa. Sabía que la paciencia y la cautela eran sus mejores aliadas. En ese momento de concentración, recordó las palabras de su tío Marcelo: «La escalada, al igual que la vida, no se trata de la velocidad con la que subes, sino de no perder el equilibrio en el camino.»

Superando los obstáculos uno por uno, Hernán ascendió. Dejó atrás arbustos y pequeños árboles, e incluso cruzó caminos con criaturas del bosque que observaban con curiosidad al niño que retaba a la montaña. Un lejano canto de pájaros acompañaba sus movimientos mientras el sol comenzaba a bajar en el horizonte, teñendo todo a su alrededor con tonos anaranjados y dorados.

Pero cuando estaba a la mitad del camino, Hernán se encontró frente a un pequeño saliente donde descansaba un nido de pájaros vacío, y a su lado, una sorpresa inesperada: una antigua mochila pálida y llena de polvo. La curiosidad lo embargó y decidió inspeccionarla. Dentro encontró un mapa de aspecto antiguo, una brújula que todavía señalaba al norte y una pequeña libreta. Abrió la libreta y leyó la fecha de la primera entrada: «15 de marzo de 1923». La libreta contenía relatos de un antiguo escalador que había emprendido su propia aventura en la Ladera Brillante hace casi un siglo.

Intrigado, Hernán guardó la libreta y la brújula en su mochila, tomó el mapa y lo estudió. Había anotaciones sobre rutas secretas, zonas inestables y hasta un punto marcado como «el Tesoro Escondido». La idea de un tesoro lo emocionó aún más y, con nuevo entusiasmo, retomó su escalada con el mapa en mano. Quizás él podría ser quien descifrara el misterio que aquel escalador no pudo.

El tiempo pareció detenerse mientras ascendía guiado por el mapa. Descubrió cuevas ocultas entre la vegetación y pasajes secretos que le hacían evadir las zonas peligrosas que habían sido detalladas por el autor del diario. La idea de que estaba siguiendo los pasos de otra persona, de otro tiempo, lo llenaba de un sentido de conexión con la historia de la montaña.

Conforme el sol se ocultaba, Hernán finalmente llegó a una pequeña meseta cerca de la cima. Desde allí, podía ver la cúspide de la Ladera Brillante y, justo por debajo, un punto que coincidía con la localización del «Tesoro Escondido» en el mapa. Sin embargo, la noche estaba cerca y sabía que no podía arriesgarse a explorar en la oscuridad. Decidido, escondió la mochila antigua detrás de unas rocas para protegerla de los animales y el clima, y preparó su descenso.

Con la luz del crepúsculo como su única guía, Hernán bajó de la montaña con cuidado, utilizando la brújula y su conocimiento del terreno. A pesar del cansancio, se sintió lleno de satisfacción por la aventura de ese día y por el misterio que le esperaba al amanecer.

Al llegar a casa, compartió con su papá y su mamá la historia del mapa y la libreta. Ellos escucharon asombrados, orgullosos de la prudencia y valentía de su hijo, y prometieron acompañarlo al día siguiente para ver con sus propios ojos el descubrimiento.

El sol del nuevo día encontró a Hernán, sus padres, tío Marcelo y tía Cuca escalando juntos la Ladera Brillante. Cuando llegaron a la meseta y Hernán desveló el escondite de la mochila, todos contuvieron el aliento.

Siguiendo las últimas indicaciones del mapa, removieron unas piedras y encontraron una pequeña caja de madera. Dentro había una colección de cristales brillantes y una nota del antiguo escalador que hablaba de la belleza de la naturaleza, su deseo de que futuras generaciones encontraran estos «tesoros» y sintieran la misma maravilla y respeto por la montaña que él había sentido.

El tesoro comprendió Hernán, no era riqueza en la forma de oro o joyas, sino la experiencia compartida, la historia preservada y el amor por la aventura. La Ladera Brillante le había regalado algo más valioso de lo que jamás habría imaginado: una lección que llevaría consigo el resto de su vida.

Con la caja de cristales en sus manos, Hernán miró a su familia y sonrió, sabiendo que esa aventura sería tan solo la primera de muchas que vivirían juntos, unidas por el espíritu aventurero que yacía en cada uno de ellos.

Y así, la leyenda de Hernán y la Ladera Brillante pasó a formar parte de las historias que se contarían alrededor de fogatas y en noches estrelladas, inspirando a otros niños y niñas a buscar sus propios tesoros y a respetar la majestuosidad de la naturaleza que los rodeaba.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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