Era un día soleado cuando tres amigos, Robi, Isabela y Roberto, decidieron ir de aventura al bosque. Llevaban sus mochilas llenas de bocadillos y agua, listos para explorar y descubrir cosas nuevas. El bosque era un lugar mágico para ellos, lleno de árboles altos, flores de colores y pequeños animales que saltaban de un lado a otro.
Mientras caminaban, Robi, que siempre estaba buscando algo interesante, vio algo brillante entre los arbustos.
—¡Miren! —exclamó Robi, señalando hacia el objeto—. ¡Hay algo allí!
Isabela y Roberto se acercaron curiosos. Empujaron los arbustos y se encontraron con un robot oxidado y en mal estado. Tenía una antena rota y le faltaban algunas piezas, pero aún así, había algo especial en él. En su pecho, una pequeña placa decía «Mario».
—¡Es un robot! —dijo Isabela con asombro—. Pero parece que está roto.
—Debemos llevarlo a casa y tratar de arreglarlo —sugirió Roberto, siempre dispuesto a ayudar.
Con mucho esfuerzo, los tres amigos levantaron a Mario y lo llevaron a casa de Robi. Allí, en el garaje, comenzaron a trabajar en él. Usaron herramientas del papá de Robi, y buscaron piezas viejas en la caja de juguetes de Roberto. Isabela se encargó de limpiar el polvo y el óxido.
Después de varias horas de trabajo, Mario empezó a cobrar vida. Sus ojos se iluminaron y una voz suave salió de su boca.
—Hola, me llamo Mario. ¿Quiénes son ustedes? —preguntó el robot.
—Yo soy Robi, ella es Isabela y él es Roberto. Te encontramos en el bosque y quisimos ayudarte —respondió Robi.
Mario sonrió, o al menos hizo un sonido que parecía una sonrisa.
—Gracias por arreglarme. Estaba perdido en el bosque desde hace mucho tiempo. Ahora que estoy mejor, me encantaría ser su amigo y cuidar de ustedes.
Los niños estaban encantados. Mario resultó ser un robot muy inteligente y amable. A partir de ese día, Mario se convirtió en su compañero de aventuras. Iba con ellos al bosque, les ayudaba a construir casas en los árboles y les contaba historias sobre lugares lejanos y emocionantes.
Un día, mientras exploraban una parte desconocida del bosque, escucharon un ruido extraño. Al acercarse, vieron a un grupo de pequeños animales atrapados en una red. Sin pensarlo dos veces, Mario utilizó sus herramientas para cortar la red y liberar a los animales.
—¡Gracias, Mario! —dijeron los animales, saltando de alegría.
—Siempre estaré aquí para ayudar —respondió Mario, feliz de poder usar sus habilidades para el bien.
Con el tiempo, Mario se convirtió en el guardián del bosque. Los animales sabían que podían contar con él, y los niños aprendieron muchas cosas nuevas gracias a su amigo robot. Mario les enseñó sobre las estrellas, los planetas y cómo funcionan las máquinas.
Los días pasaban llenos de aventuras y risas. Robi, Isabela y Roberto se volvieron expertos en construir cosas y en cuidar del bosque. Siempre que veían a Mario, se sentían seguros y contentos, sabiendo que tenían un amigo fiel a su lado.
Una tarde, mientras el sol se ponía y el cielo se llenaba de colores, los tres amigos y Mario se sentaron en una colina para ver las estrellas. Mario proyectó un mapa del cielo y les mostró las constelaciones.
—El universo es vasto y lleno de maravillas —dijo Mario—. Y aquí, en nuestro pequeño rincón del mundo, tenemos algo igual de especial: nuestra amistad.
Robi, Isabela y Roberto sonrieron, abrazando a su amigo robot. Sabían que, sin importar lo que el futuro les deparara, siempre tendrían a Mario a su lado.
Así, la aventura de Robi, Isabela, Roberto y Mario continuó, llena de descubrimientos, aprendizaje y, sobre todo, de una gran amistad que duraría para siempre.
Fin
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.