Había una vez, en un rincón lejano y mágico del mundo, un dragón llamado Rayo. Rayo era un dragón especial, de escamas brillantes que cambiaban de color con la luz del sol. Tenía un corazón enorme y siempre estaba listo para hacer nuevos amigos. Vivía en la cima de una montaña, donde el viento soplaba suave y las nubes parecían jugar a esconderse.
Un día, Rayo decidió que era hora de hacer una gran fiesta para celebrar la amistad. Quería invitar a todos sus amigos, así que llamó a tres de sus mejores compañeros: Tom, el valiente ratón, Bill, el divertido conejo, y Luna, una encantadora mariposa que siempre llevaba flores de colores en las alas.
—¡Hola, Tom! ¡Hola, Bill! —exclamó Rayo, agitando sus alas emocionado—. Estoy organizando una fiesta esta noche en la cima de la montaña. ¡Quiero que ustedes vengan y traigan a sus amigos!
Tom, que era un ratón muy curioso, brincó de alegría.
—¡Sí, sí! Me encantaría venir a la fiesta. ¡Voy a llevar a mis amigos de la pradera!
Bill, el conejo, dio un salto alto y dijo:
—¡Yo traeré a todos los conejos del bosque! ¡Será una gran fiesta!
Y así fue como Rayo pasó la mañana preparando todo para la celebración. Decoró su hermosa cueva con brillantes luces de colores que había encontrado en el bosque. Las luces parpadeaban como estrellas, y el aire olía a pastel de zanahoria y frutas deliciosas que Rayo había cocinado con su fuego especial.
Cuando llegó la tarde, la montaña se llenó de risas y música. Tom llegó primero, con un grupo de ratones que traían cómics y juegos para compartir. Bill llegó saltando, seguido por un montón de conejos que llevaban zanahorias y pastelillos. Hasta Luna, la mariposa, se unió a la diversión, danzando de flor en flor mientras todos se divertían.
—¡Esta fiesta es maravillosa! —dijo Rayo, sintiéndose feliz de ver a todos disfrutar. De repente, escucharon un ruido extraño, un eco lejano que resonaba en la montaña.
—¿Qué fue eso? —preguntó Tom, con un poco de miedo.
—No lo sé, pero suena como si alguien estuviera en problemas —respondió Bill, que era muy valiente a pesar de ser pequeño.
Luna, que era muy observadora, voló hacia la fuente del sonido. De repente, un gran animal se asomó entre los árboles. Era un oso enorme, con un gran ceño fruncido. Parecía que estaba perdido.
—¡Hola, oso! —gritó Rayo desde la cima de la montaña—. ¿Estás bien?
El oso se acercó lentamente, un poco confundido.
—Hola, amigos —dijo con una voz profunda—. Me llamo Tobi y, la verdad, estoy un poco perdido. Caminé demasiado durante el día y no sé cómo volver a casa.
Rayo se sintió muy compasivo y le dijo:
—No te preocupes, Tobi. ¿Por qué no te unes a nuestra fiesta? Todos los que están aquí son muy amables y podríamos ayudarte a encontrar el camino de regreso después.
Los ojos del oso se iluminaron.
—¿De veras? ¡Me encantaría! Desde que me perdí, no he tenido un día divertido.
Así que Tobi el oso se unió a la fiesta, y todos le dieron la bienvenida con abrazos y sonrisas. Durante la fiesta, bailaron al ritmo de la música que Tom y los ratones habían llevado. Bill y los conejos hicieron una carrera divertida por la montaña, mientras Luna danzaba en el aire, causando que todos la miraran con asombro.
Rayo, que se sentía más feliz que nunca, decidió que era hora de contar historias alrededor de la hoguera. Se sentaron todos en un círculo, mirando las llamas danzarinas. Rayo empezó a contar historias de dragones valientes y mágicas aventuras en el cielo. Tom contó historias sobre sus travesuras en la pradera, mientras que Bill relató cómo había escapado de un gato curioso, haciendo reír a todos.
Tobi, el oso, escuchó atentamente, disfrutando de cada palabra. Cuando fue su turno, sonrió y dijo:
—Yo también tengo una historia. Una vez, ayudé a un pequeño ciervo que se había quedado atrapado entre las ramas. Fui lo suficientemente fuerte para liberarlo, y él me guió a casa. Desde entonces, siempre cuido de los animales que encuentro.
—¡Eres un gran amigo, Tobi! —dijo Rayo, sintiéndose orgulloso de tener a Tobi entre ellos.
La fiesta continuó hasta que la luna apareció en el cielo, brillando como un faro en la noche. Todos estaban tan felices, que no querían que la fiesta terminara. Rayo decidió que era hora de servir el pastel.
¡Vaya! Era un pastel gigante de zanahoria y frutas. Todos se lanzaron a la mesa, disfrutando cada bocado y llenándose de energía. La risa y las historias seguían fluyendo, mientras se intercambiaban los mejores momentos de sus vidas.
Cuando la fiesta finalmente llegó a su fin, Rayo se puso de pie y dijo:
—Amigos, ha sido un día maravilloso. Pero ahora, tenemos que ayudar a Tobi a encontrar su camino de regreso a casa.
Todos asintieron y se unieron, haciendo una cadena de amistad. Rayo, Tom, Bill, Luna y Tobi comenzaron a caminar por el sendero que conducía a la cueva del oso. El camino era oscuro, pero las brillantes luces de Rayo iluminaban el camino como estrellas en la noche.
Después de un rato de caminar y de cantar canciones, finalmente llegaron a un claro donde Tobi se sintió en casa.
—¡Aquí es! ¡Gracias por acompañarme, amigos! —gritó Tobi, lleno de alegría y gratitud.
Rayo sonrió y dijo:
—Siempre seremos amigos, Tobi. Recuerda, la amistad puede iluminar incluso los caminos más oscuros.
Con un último abrazo, Tobi se despidió y se adentró en el bosque. Rayo, Tom, Bill y Luna regresaron a la cima de la montaña, sintiéndose felices y satisfechos. Esa noche, aprendieron que las aventuras son aún mejores cuando se comparten con amigos, y que la amistad es el mayor tesoro de todos.
Y así, con corazones llenos de alegría y risas, cerraron los ojos y soñaron con nuevas aventuras que les esperaban en un nuevo día.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.