En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, vivían cuatro amigos inseparables: Néstor, Romina, Lisdana e Iker. Néstor era un niño curioso con una gran imaginación; siempre soñaba con aventuras fantásticas. Romina, por su parte, era la más valiente del grupo, y no había nada que le atemorizara. Lisdana era dulce y amable, siempre cuidando de que todos estuvieran felices. Finalmente, Iker era el más risueño; su risa contagiosa iluminaba cualquier día nublado.
Un día soleado, mientras exploraban el bosque cercano al pueblo, se encontraron con una cueva misteriosa que nunca antes habían visto. La entrada estaba cubierta de enredaderas y flores silvestres, como si la naturaleza quisiera ocultarla de la vista de los curiosos. «¡Miren eso!», exclamó Néstor, pegándose a la entrada. «¡Debemos entrar y averiguar qué hay dentro!» Todos se miraron emocionados, pero también un poco inseguros. Sin embargo, la curiosidad pudo más que el miedo, y, después de unos momentos de duda, decidieron adentrarse en la cueva.
La cueva era oscura y fría, pero los amigos llevaban linternas que iluminaban el camino. A medida que caminaban, comenzaron a escuchar ruidos extraños: ecos que resonaban y un suave murmullo como si la cueva estuviera viva. “Es solo el viento”, aseguró Romina, aunque a ella también le costaba contener el nerviosismo. Lisdana decidió encender su linterna más brillante, y de repente, lo que vieron frente a ellos los dejó asombrados.
En el centro de la cueva había una mesa de piedra con algo brillante sobre ella. Al acercarse, todos se dieron cuenta de que era una enorme galleta con decoraciones de colores brillantes. «¡Wow, miren eso!», dijo Iker con su característica risa. «¡Es la galleta más grande que he visto en mi vida!» Sin pensarlo mucho, Néstor, con sus ojos brillando de emoción, extendió su mano y tomó un pedazo de la galleta.
“Espera, Néstor, no sabemos de dónde viene”, advirtió Lisdana, un poco preocupada. Pero Néstor, al probar un pequeño mordisco, rápidamente se olvidó de las advertencias. “¡Es deliciosa!” gritó. Cada uno de sus amigos no tardó en seguir su ejemplo y pronto todos se unieron para probar la sorprendente galleta. En ese instante, un destello de luz bañó la cueva, y, de repente, la galleta comenzó a brillar aún más intensamente.
Antes de que pudieran asimilar lo que ocurría, una nube de humo apareció y de ella emergió una figura envuelta en destellos de luz. Era un duende de aspecto amistoso, con una risa contagiosa que resonaba en toda la cueva. “¡Bienvenidos, aventureros!” exclamó el duende. “Soy Glumi, el guardián de esta galleta mágica. Al comerla, han activado su poder.”
“¿Poder?” preguntó Romina, intrigada. El duende sonrió aún más. “Sí, un poder muy especial. Cada vez que alguien come de la galleta, se invierten los roles por un día. ¡Es un viaje de aventuras inesperadas!”
Los cuatro amigos se miraron, al principio confundidos, pero luego comenzaron a reírse por la locura de la situación. “¡Eso suena increíble! Pero, ¿qué significa exactamente ‘invertir roles’?” preguntó Iker, aún con la risa en su rostro.
Glumi explicó: “Significa que cada uno de ustedes experimentará cómo es ser otra persona por un día. Las emociones, los retos y las alegrías serán nuevos, todo dependerá de a quién le toque ser.” Cada uno de los amigos sentía una mezcla de emoción y nervios; no obstante, estaba claro que la aventura estaba apenas comenzando.
Glumi hizo un gesto y, de repente, todos comenzaron a girar. La cueva se llenó de un resplandor brillante, y, en un instante, todo se volvió oscuro. Cuando el brillo se disipó, los cuatro amigos se encontraron de pie en la misma cueva, pero, aunque todos se miraban, las identidades habían cambiado.
Néstor miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaba vestido con la ropa de Romina, muy valiente y lista para lanzarse a cualquier situación. Romina, por su parte, notó que ahora llevaba la camiseta y los pantalones de Néstor, ¡y se sentía un poco más relajada! Lisdana había cambiado a la personalidad de Iker, sintiéndose risuena y alegre, pero también un poco traviesa. Iker, que ahora ocupaba el papel de Lisdana, sonrió con dulzura, sintiéndose más amable y considerado.
“¡Esto es increíble!”, dijo Iker, disfrutando de su nuevo rol. “Nunca pensé que ser tan dulce y amable fuera tan divertido”. Romina, ahora en el cuerpo de Néstor, asintió, “Puedo entender por qué a Néstor le gusta explorar tanto. ¡Es emocionante tener curiosidad!”
El duende Glumi les explicó que durante todo el día deberían actuar como si fueran los demás; esa era la única forma en que podrían disfrutar de la magia de la galleta. “Recuerden hacer algo que normalmente no harían”, dijo Glumi, “y mantengan sus corazones abiertos a la experiencia”.
Los cuatro amigos se miraron llenos de energía y decidieron que lo primero que harían sería elegir una aventura juntos. En ese momento, Lisdana, actuando como Iker, dio una idea brillante. “¡Vamos a hacer una búsqueda del tesoro en el bosque! Podemos usar nuestras habilidades nuevas para encontrar pistas.” Todos estuvieron de acuerdo inmediatamente, y juntos comenzaron a planear su búsqueda.
Los cuatro amigos, ahora en sus nuevos roles, se adentraron en el bosque. Néstor, con la valentía de Romina, ya no tenía dudas. “¡Sigamos ese camino! He escuchado que hay un misterio que resolver cerca del arroyo.” Romina, en la piel de Néstor, se sintió más ligera, como si el miedo a lo desconocido no existiera. Mientras tanto, Iker, con la bondad de Lisdana, se preocupaba por todos y preguntaba si querían tomar descansos, ofrecer agua y sonrisas mientras caminaban.
A medida que caminaban, comenzaron a encontrar pistas: pequeñas piedras brillantes, hojas con marcas misteriosas y plumas que no habían visto antes. “¡Miren esto!”, exclamó Romina, señalando unas huellas en el barro. “¡Podrían ser las huellas de un tesoro!” Todos estaban fornidos con gran entusiasmo y decidieron seguirlas. “Eso nos llevará a una gran aventura”, dijo Iker, divertido por la energía de su rol.
Después de un rato, encontraron un claro en el bosque donde había un viejo mapa de tesoro colgado de un árbol. Néstor, observando como Romina, se sintió impulsado a examinarlo más de cerca. “¡Miren! Parece que nos lleva a la montaña”, dijo emocionado. Los cuatro se pusieron en marcha, siguiendo las indicaciones del mapa.
Mientras caminaban, Lisdana, encarnando a Iker, no paraba de contar chistes y reír, haciendo que el grupo se sintiera feliz, aun cuando la senda se volvía más empinada y difícil. “¡No olviden que las mejores aventuras se viven con una sonrisa!”, decía, intercalando risas con su alegría contagiosa. En ese momento, Néstor, al notar cómo todos parecían disfrutar de sus nuevas personalidades, se tomó un minuto para apreciar a sus amigos. “El personaje de cada uno se siente tan natural. Estoy aprendiendo cosas nuevas de todos ustedes. ¡Es realmente asombroso!” Lisdana, sintiéndose como Iker, se sintió especialmente feliz al escuchar eso.
Finalmente, llegaron a la montaña y escalaron con destreza. Una vez arriba, contemplaron un hermoso paisaje: los árboles vibrantes, el pueblo a lo lejos y las montañas que parecían tocar el cielo. Pero no todo era perfecto; había un pequeño guardián en la cima, un animalito que parecía muy protector de algo que estaba oculto entre las piedras. Glumi, el duende que observaba desde la distancia, sonrió al ver cómo habían cambiado, pero creía que era hora de que aprendieran sobre la colaboración.
“¡Ey, miren eso!” gritó Néstor, ahora con la valentía de Romina. “Parece que el pequeño guardián está protegiendo algo. ¡Deberíamos intentar hablar con él!” A Iker, que ahora era más amable, le gustó la idea. “Tal vez solo esté cuidando su tesoro. ¡Intentemos ser amigables!”
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.