Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, un grupo de amigos inseparables: Rodrigo, Pablo, Tino y Santino. Rodrigo era un niño alegre con una gran sonrisa y siempre llevaba una camiseta roja. Pablo, su mejor amigo, era un niño muy inteligente que siempre usaba unas gafas grandes y una sudadera azul. Luego estaba Santino, el más alto del grupo, con su pelo rizado y chaqueta verde. Y, por supuesto, estaba Tino, un pequeño perrito juguetón con una colita que nunca dejaba de moverse.
Cada día, después de la escuela, los amigos se reunían para jugar en el parque. Un día, mientras corrían y reían como siempre, Pablo, que era el más creativo de todos, tuvo una idea brillante. «¡Amigos, hoy vamos a hacer algo diferente!», exclamó con emoción.
Rodrigo y Santino se miraron, curiosos. «¿Qué se te ha ocurrido esta vez, Pablo?», preguntó Santino.
«¡Vamos a tener una gran aventura en un lugar mágico!», respondió Pablo con una sonrisa traviesa.
Tino ladró emocionado, como si entendiera perfectamente lo que estaba a punto de suceder. Rodrigo, que siempre estaba listo para cualquier aventura, saltó de alegría. «¡Sí! ¿Pero cómo vamos a llegar a ese lugar mágico?», preguntó.
Pablo sacó de su bolsillo un pequeño dispositivo que brillaba con luces de colores. «Este es un Transportador Mágico», explicó. «Con él, podemos ir a cualquier lugar que imaginemos.»
Santino, que siempre había sido un poco escéptico, levantó una ceja. «¿Seguro que eso funciona?»
«¡Por supuesto!», dijo Pablo con confianza. «Todo lo que tenemos que hacer es cerrar los ojos y pensar en un lugar mágico.»
Los amigos se tomaron de las manos, incluido Tino, que puso su patita sobre la de Rodrigo, y cerraron los ojos con fuerza. Pablo presionó un botón en el Transportador Mágico, y de repente, sintieron un suave viento que los envolvía.
Cuando abrieron los ojos, ya no estaban en el parque. ¡Estaban en un lugar completamente diferente! Se encontraban en un mundo lleno de colores brillantes, con islas flotantes en el cielo, puentes de arcoíris y criaturas juguetonas que los saludaban desde lejos. Pero lo más sorprendente de todo era que una gran nube con una cara sonriente flotaba cerca de ellos.
«¡Hola, pequeños aventureros!», dijo la nube con una voz dulce. «Soy Doña Nube, y les doy la bienvenida al Mundo Mágico.»
Los niños y Tino miraron a Doña Nube con asombro. Nunca antes habían visto una nube que pudiera hablar. «¡Hola, Doña Nube!», dijo Rodrigo con entusiasmo. «Este lugar es increíble. ¿Podemos explorar?»
«¡Claro que sí!», respondió Doña Nube. «Pero tengan cuidado, este mundo está lleno de sorpresas. Algunas son divertidas, pero otras pueden ser un poco traviesas.»
Con la bendición de Doña Nube, los amigos comenzaron a explorar el Mundo Mágico. Primero, caminaron por un camino de piedras que cambiaban de color con cada paso que daban. Cada vez que Tino saltaba sobre una piedra, esta brillaba intensamente, lo que hacía que todos rieran.
De repente, se encontraron con un enorme árbol cuyas ramas llegaban hasta las nubes. «¡Miren eso!», exclamó Pablo. «Es un Árbol de Dulces. ¡Sus frutas son caramelos!»
Santino, que siempre había sido goloso, no pudo resistir la tentación y se acercó al árbol. «¿Puedo probar uno?», preguntó.
«¡Claro!», respondió el árbol con una voz grave pero amigable. «Pero solo uno, porque si comes demasiado, podrías volar como un globo.»
Santino arrancó un caramelo de una rama y lo saboreó. «¡Es delicioso!», dijo con los ojos brillantes. Pero pronto se dio cuenta de que comenzaba a elevarse lentamente del suelo. «¡Ayuda! ¡Estoy flotando!»
Rodrigo, Pablo y Tino rieron mientras intentaban agarrar a Santino por los pies para que no se elevara demasiado. «Te lo advertimos», dijo Pablo entre risas.
Finalmente, Santino dejó de elevarse y aterrizó suavemente en el suelo. «Creo que he aprendido la lección», dijo mientras se limpiaba la boca del dulce.
Después de esta divertida experiencia, los amigos continuaron su camino. Llegaron a un puente arcoíris que conectaba dos islas flotantes. El puente no era como cualquier otro; cada vez que daban un paso, una nota musical sonaba, creando una melodía encantadora.
«Este lugar es como un sueño», dijo Rodrigo mientras cruzaban el puente. «No quiero que esta aventura termine nunca.»
Doña Nube, que los seguía de cerca, sonrió. «El Mundo Mágico siempre estará aquí para ustedes. Pero recuerden, también deben volver a casa cuando llegue el momento.»
Mientras caminaban, se encontraron con una criatura pequeña y peluda que parecía perdida. «Hola», dijo la criatura con una vocecita. «Me llamo Pelusín, y he perdido mi hogar. ¿Me pueden ayudar a encontrarlo?»
Los amigos, siempre dispuestos a ayudar, aceptaron de inmediato. «Claro que sí, Pelusín», dijo Rodrigo. «¿Dónde vives?»
«Vivo en una cueva dorada, al final del Bosque Brillante», explicó Pelusín. «Pero el bosque es tan grande que me perdí.»
«¡No te preocupes!», dijo Santino. «Te llevaremos a casa.»
El Bosque Brillante era un lugar maravilloso. Los árboles tenían hojas que brillaban como estrellas, y el suelo estaba cubierto de flores que emitían una luz suave. Mientras caminaban, Tino corría de un lado a otro, olfateando todo con curiosidad.
Finalmente, llegaron a la cueva dorada de Pelusín. «¡Gracias, amigos!», dijo Pelusín emocionado. «Sabía que podría contar con ustedes.»
«De nada, Pelusín», respondió Rodrigo. «Siempre es divertido ayudar a un nuevo amigo.»
Después de despedirse de Pelusín, los amigos se dieron cuenta de que el sol comenzaba a ponerse, y el cielo se teñía de colores rosados y anaranjados. Doña Nube se acercó a ellos suavemente. «Es hora de regresar, pequeños aventureros.»
Rodrigo, Pablo, Santino y Tino se miraron entre sí, un poco tristes de que su aventura llegara a su fin. Pero sabían que era hora de volver a casa. «Gracias por todo, Doña Nube», dijo Pablo. «Este ha sido el mejor día de nuestras vidas.»
«El placer ha sido mío», respondió Doña Nube. «Recuerden que siempre pueden regresar al Mundo Mágico cuando lo deseen.»
Con eso, Doña Nube los envolvió en una suave brisa, y antes de que se dieran cuenta, estaban de vuelta en el parque donde todo había comenzado. El sol ya estaba ocultándose, y las primeras estrellas aparecían en el cielo.
«¡Vaya, qué aventura!», exclamó Rodrigo. «Nunca olvidaré el Mundo Mágico.»
«Yo tampoco», dijo Santino mientras acariciaba a Tino, que estaba agotado de tanto correr.
Pablo guardó el Transportador Mágico en su bolsillo y sonrió. «Lo mejor de todo es que siempre podemos volver cuando queramos.»
Los amigos se despidieron con la promesa de reunirse al día siguiente para una nueva aventura, quizá en el parque, o tal vez, si el Transportador Mágico decidía sorprenderlos otra vez, en un nuevo lugar lleno de maravillas.
Y así, Rodrigo, Pablo, Santino y Tino volvieron a sus casas, con el corazón lleno de alegría y la certeza de que, con la imaginación y la amistad, cualquier cosa es posible.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.