Cuentos de Aventura

La Isla Escondida Detrás del Velo de la Memoria

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un pequeño pueblo costero donde el mar parecía susurrar secretos antiguos, vivían tres amigos inseparables: Ángela, Andrés y Rosa. Ángela era una niña curiosa y valiente, con ojos que siempre buscaban más allá del horizonte. Andrés, su mejor amigo, tenía un espíritu aventurero y una sonrisa que podía iluminar hasta el día más gris. Rosa, la menor del grupo, tenía un corazón sensible y una imaginación sin límites, capaz de convertir cualquier tarde aburrida en una gran aventura.

Una cálida tarde de verano, mientras exploraban la playa al borde del pequeño puerto, los tres amigos encontraron una botella vieja y polvorienta atrapada entre las rocas. Al abrirla, descubrieron un pergamino antiguo que contenía un mapa con un dibujo misterioso: una isla que no aparecía en ningún atlas y que estaba marcada con un símbolo que parecía un reloj de arena rodeado por nubes. Al pie del mapa, una frase escrita en tinta azul decía: «La isla donde se esconden los sueños perdidos».

Intrigados y emocionados, Ángela, Andrés y Rosa decidieron emprender una aventura para encontrar aquella isla desconocida. Sabían que no sería fácil, pues su pueblo estaba rodeado de aguas tranquilas, pero ningún barco se aventuraba más allá del horizonte, como si algo invisible protegiera ese rincón secreto del mar.

En casa, Ángela buscó entre los libros viejos de su abuelo, un marinero retirado con mil historias, y encontró una leyenda sobre una isla mágica que aparecía solo cuando la luna se reflejaba en el mar durante una noche especial, llamada “la noche del velo de la memoria”. Según la leyenda, en esa isla vivían los sueños olvidados por las personas, encerrados en cofres invisibles, esperando ser liberados.

Esa noche, los tres amigos se reunieron en la playa con una barca de remos que Andrés había reparado durante semanas. El mar estaba tranquilo y la luna llena iluminaba las olas con un brillo plateado. Siguiendo el mapa y la indicación del reflejo lunar, empezaron a remar con cuidado hacia lo desconocido.

Al principio, todo parecía normal, pero después de algunas horas, un extraño velo de neblina apareció sobre el agua, envolviendo la barca en una cortina blanca que hacía difícil distinguir la realidad. De repente, al atravesar la neblina, una isla enorme y cubierta de una exuberante vegetación apareció frente a ellos, como si hubiese surgido de un sueño.

La isla era un lugar muy diferente a cualquiera que hubieran visto: las plantas parecían brillar con colores que cambiaban, y el aire estaba lleno de un aroma dulce y familiar, como el olor de los recuerdos felices. Mientras caminaban por la playa, encontraron extraños símbolos tallados en las rocas, que parecían coincidir con los dibujos en el mapa.

No tardaron en descubrir un sendero cubierto de hojas doradas que los llevó a un antiguo árbol gigante, cuyas ramas se extendían hasta tocar el cielo. En la base del árbol, había un cofre enorme y decorado con incrustaciones de plata que relucía con la luz de la luna. Justo cuando intentaron abrirlo, apareció un personaje pequeño y misterioso, con una barba blanca y ojos brillantes, vestido con ropas coloridas hechas de estrellas y fragmentos de sueños.

—Bienvenidos, guardianes de los sueños perdidos —dijo con voz suave, como un eco—. Soy Elio, el custodio de este lugar. Cada sueño que las personas olvidan o abandonan aquí encuentra refugio en estos cofres, y para liberarlos, deben encontrar primero el valor de enfrentarse a lo que guardan en su interior.

Ángela, Andrés y Rosa se miraron sorprendidos, pero también entusiasmados. Sabían que la aventura no terminaba ahí; tenía un propósito mayor. Con la ayuda de Elio, aprendieron que dentro de cada cofre había un sueño atrapado, un deseo que alguien había dejado atrás por miedo, tristeza o desconfianza.

El primer cofre que encontraron contenía el sueño de Andrés: siempre había querido ser inventor, crear máquinas voladoras que llevaran a la gente a descubrir el mundo, pero tenía miedo de fallar y que nadie creyera en él. Al abrir el cofre, una luz dorada envolvió a Andrés y le mostró una visión en la que sus inventos cobraban vida y hacían felices a muchas personas. Fue un instante lleno de esperanza que reforzó su deseo de intentarlo, a pesar de los miedos.

El segundo cofre era para Rosa, quien había abandonado el sueño de ser escritora porque pensaba que sus historias no eran lo suficientemente buenas. Al abrirlo, la imagen de un libro gigante abierto apareció, en donde sus nombres se escribían con letras mágicas, y los cuentos cobraban vida, llenando el mundo de alegría. Rosa sintió una chispa de confianza que no había sentido antes.

El último cofre era para Ángela, que soñaba con explorar lugares desconocidos y contar sus historias al mundo, aunque a veces dudaba de si sería lo suficientemente valiente para hacerlo sola. Al abrir el cofre, vio una luz que brillaba como una estrella en un cielo oscuro, recordándole que la valentía no era la ausencia de miedo, sino seguir adelante a pesar de él.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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