Había una vez un pequeño pueblo llamado Lunaville, donde todos los días eran una aventura. En este pueblo, vivía un niño llamado Irai, un niño curioso y lleno de imaginación que soñaba con grandes viajes. A Irai le encantaba explorar los senderos del bosque, jugar con sus amigos y, sobre todo, contar historias maravillosas sobre la Luna y sus secretos.
Una tarde, mientras paseaba cerca del río que atravesaba Lunaville, Irai vio algo brillante en el agua. Se acercó y vio que era un pequeño pez de colores brillantes. El pez lo miró con ojos chispeantes y le dijo: «Hola, pequeño amigo. Soy Lúca, el pez de los deseos. Cada vez que alguien me encuentra, puede hacer un deseo y yo lo cumpliré».
Los ojos de Irai se abrieron de par en par. Nunca había oído hablar de un pez que cumpliera deseos. Con emoción, pensó en su deseo más grande. Quería conocer a la Luna y saber cómo era por dentro. Así que, con una gran sonrisa, miró a Lúca y dijo: «Deseo conocer a la Luna y descubrir sus secretos».
El pez sonrió y, con un movimiento mágico de su aleta, hizo que el río empezara a brillar con una luz dorada. “Sigue el río, Irai», dijo Lúca. «Te llevará a la Luna”. Sin pensarlo dos veces, Irai saltó al agua. Al tocar el río, se sintió ligero y feliz, como si estuviera volando.
Mientras nadaba, el río comenzó a girar y a brillar más intensamente. Irai sintió que subía, subía, hasta que, de repente, se encontró flotando en el aire, rodeado de estrellas que danzaban a su alrededor. Mirando hacia abajo, vio el río que se convertía en un camino brillante hacia la esfera plateada de la Luna.
A medida que se acercaba, vio que la Luna no era sólo un lugar de mármol y misterios, sino un mundo lleno de sonrisas y risas. Cuando aterrizó suavemente en la superficie lunar, fue recibido por criaturas adorables llamadas Lunitas. Eran pequeños seres de luz que brillaban como estrellas y tenían formas redondeadas con caritas felices.
«Bienvenido, Irai», dijeron las Lunitas al unísono. “Hemos estado esperando por ti. La Luna es un lugar de sueños y aventura, y hoy te mostraremos todo lo que hay aquí”.
Irai miró a su alrededor, maravillado. En la Luna había montañas de polvo de estrellas, ríos de luz plateada y bosques de cristal brillante. Todo lo que había imaginado estaba ahí, frente a él. Las Lunitas llevaron a Irai a un gran claro donde había una gigantesca luna de queso. «¿Te gustaría probarlo?», preguntó una Lunita llamada Lía.
Irai, emocionado, asintió. Le dieron un trozo y, al probarlo, descubrió que era el queso más delicioso que jamás había comido. “Este queso tiene el poder de hacer que los sueños se hagan realidad», explicó Lía. “Cada bocado te acercará a tus deseos más profundos”.
Después de disfrutar del queso lunar, las Lunitas decidieron llevar a Irai a dar un paseo por el bosque de cristal. Allí, los árboles brillaban como diamantes y las hojas cantaban suaves melodías. «Cada hoja aquí tiene una historia», dijo otra Lunita llamada Lumo. «Déjanos mostrarte una».
Y así, las Lunitas comenzaron a cantar y, de repente, las hojas de los árboles comenzaron a contar las historias de todos los niños que habían venido a la Luna a soñar. Irai escuchó con atención las historias de valentía, amistad y amor, y se dio cuenta de que todos los sueños eran especiales y únicos.
Mientras continuaban su paseo, Irai y las Lunitas llegaron a un hermoso lago donde el agua era tan clara que se podían ver las estrellas en el fondo. «Este es el Lago de los Reflejos», explicó Lía. “Aquí, puedes ver tus sueños reflejados. Queremos que los veas”.
Irai se acercó al lago y miró su reflejo. Para su sorpresa, vio una imagen de sí mismo explorando otros mundos, lleno de aventuras increíbles, con amigos a su lado. En ese momento entendió que sus sueños eran valiosos y que podía lograrlos si se lo proponía. Las Lunitas lo animaron a que siguiera soñando y nunca dejara de explorar.
De repente, el cielo lunar comenzó a oscurecerse y las Lunitas le dijeron a Irai que era hora de regresar a casa. «La Luna siempre estará aquí esperándote. Recuerda tus sueños y nunca dejes de creer en ellos», le dijeron antes de llevarlo de regreso al río.
Irai se despidió de sus nuevos amigos y, con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de alegría, se zambulló en el río brillante. Sentía que había aprendido cosas importantes y que siempre llevaría la Luna y sus aventuras consigo.
Cuando salió del agua, se dio cuenta de que había regresado a Lunaville. Miró el cielo estrellado y, por un momento, creyó ver las Lunitas brillando para él. Desde ese día, Irai siguió explorando y soñando, sabiendo que la Luna siempre estaría con él en cada aventura que viviera.
La moraleja de esta historia es que nunca debemos dejar de soñar y explorar, porque en nuestros sueños y aventuras encontramos la magia de la vida que nos acompañará siempre. Además, debemos recordar que todos los sueños, grandes o pequeños, tienen el poder de hacernos felices y llevarnos a lugares maravillosos. Y así, cada vez que miraba al cielo por la noche, Irai sonreía, sabiendo que la Luna y sus amigos siempre estarían allí, inspirándolo a seguir soñando y creando nuevas aventuras.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.