En un pequeño y colorido pueblo, donde las casas estaban pintadas de mil colores y los árboles eran altos y verdes, vivían tres amigos muy especiales: Don Fermín, un viejo gato sabio de pelaje gris; Don Ricarr, un alegre pájaro con plumas de todos los colores del arcoíris y una voz melodiosa; y Tomás, un niño curioso y valiente que siempre soñaba con aventuras.
Un día, mientras jugaban en el jardín de Tomás, el cielo se oscureció de repente. Las nubes negras se arremolinaron y el viento comenzó a soplar fuerte. Tomás miró asombrado a sus amigos. “¡Qué extraño! ¿Qué estará pasando?” preguntó, mientras sus ojos brillaban de emoción.
Don Fermín, con su voz pausada y sabia, dijo: “Parece que una tormenta se avecina, pero no debemos tener miedo. A veces, las tormentas traen sorpresas.”
“¡Sorpresas!” exclamó Don Ricarr, removiendo sus alas de alegría. “Tal vez podamos encontrar algo interesante en medio de esta tempestad.”
Tomás, lleno de valor, decidió que era el momento perfecto para una aventura. “¡Vamos a explorar! Quizás haya un tesoro escondido en el bosque cercano,” dijo con entusiasmo.
Así, los tres amigos se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, el viento soplaba fuertemente y los árboles crujían, pero ellos marchaban con determinación. De repente, Don Ricarr escuchó un extraño sonido que se parecía a una melodía. “¿Escuchan eso?” preguntó el pájaro, elevando su voz para que sus amigos lo oyeran.
“Sí,” respondió Tomás, emocionado. “Es una música mágica… ¿De dónde vendrá?”
Siguiendo el sonido de la melodía, los amigos llegaron a un claro del bosque, donde un hermoso árbol centenario se alzaba más alto que todos los demás. En sus ramas brillaba una luz dorada que danzaba con el viento. “¡Wow! ¡Miren eso!” gritó Tomás, con los ojos abiertos como platos.
Don Fermín, siempre cuidadoso, se acercó al tronco del árbol y comenzó a observar la luz. “Esta luz tiene una voz que canta. Creo que está tratando de comunicarse con nosotros,” dijo, intrigado.
Don Ricarr, emocionado, empezó a cantar junto con la luz. “¡Canta la luz, canta! ¡Vamos a bailar juntos!” Coreó el pájaro. La luz pareció responder, y sus destellos se volvieron más brillantes. Los tres amigos comenzaron a danzar alrededor del árbol, riendo y disfrutando de la mágica melodía.
Mientras danzaban, un cuarto personaje apareció en la escena. Era una pequeña luciérnaga, que se iluminaba con brillantes destellos. “Hola, amigos,” dijo con una voz suave y amistosa. “Soy Luma, la luciérnaga. ¿Están disfrutando de la canción de la luz?”
Tomás, asombrado, respondió: “¡Hola, Luma! Sí, la luz que canta es increíble. ¿Cómo puedes ayudarla a brillar?”
Luma sonrió y explicó: “La luz necesita que la ayudan a encontrar su camino a casa. Cuando las tormentas llegan, se pierde y solo puede regresar si alguien la guía.”
“¡Nosotros podemos ayudar!” dijo Don Fermín, con determinación. “¿Cómo podemos hacerlo?”
Luma revoloteó emocionada y dijo: “Debemos seguir la melodía y caminar entre los árboles. La luz nos llevará hacia el camino correcto. ¡Sigamos cantando!”
Así, los cuatro amigos se unieron, y la luz se movió suavemente al compás de sus voces. Con cada paso, el canto se hacía más fuerte y la luz más brillante. Don Ricarr volaba alrededor, mientras Tomás y Don Fermín se mantenían firmes, guiados por Luma, que iluminaba el camino frente a ellos.
Pero de repente, el viento se alzó y la lluvia comenzó a caer. Las gotas eran grandes y rápidas, y pronto el suelo se convirtió en un charco resbaloso. “¡No puedo creer que esté lloviendo tanto!” gritó Tomás, tratando de mantenerse en pie.
“Debemos mantenernos unidos,” recomendó Don Fermín, mientras las ráfagas de viento intentaban desviar su camino.
Luma, con su luz brillando aún más, dijo: “No se preocupen, amigos. La música de la luz nos protegerá y nos llevará a la seguridad.”
Aunque el viaje se tornó peligroso, la valentía de Tomás, la sabiduría de Don Fermín, la alegría de Don Ricarr y la luz de Luma los guiaron a través del temporal. Con cada nota que cantaban, se sentían más fuertes. La luz brillaba con fuerza, iluminando el oscuro bosque.
Finalmente, tras un rato de peligrosas aventuras, llegaron a una colina desde donde vieron el pueblo a lo lejos. “¡Lo logramos!” gritó Tomás. “La luz nos ha llevado de vuelta.”
“Es verdad,” respondió Don Ricarr, con su voz llena de alegría. “La luz canta en la tempestad para guiarnos, y juntos hemos hecho maravillas.”
Y así, al llegar al pueblo, la tormenta empezó a disiparse, y los primeros rayos de sol comenzaron a brillar, creando un hermoso arcoíris en el cielo. La luz dorada que los había guiado también se convirtió en parte de esa belleza.
Desde ese día, Don Fermín, Don Ricarr, Tomás y Luma se convirtieron en los mejores amigos y aventureros del pueblo, siempre listos para enfrentar nuevos desafíos y aprender que la amistad y la valentía son la mejor luz en tiempos de tempestad. Y así, siempre recordaron que incluso en los momentos más oscuros, la luz que canta nunca deja de brillar si estamos juntos y tenemos un propósito. Fin de la historia.
Cuentos cortos que te pueden gustar
David y el Gigante Goliat
Guardianes del Bosque Encantado
La Navidad Mágica de Luqui y Joaco
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.