Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, un grupo de cinco amigos muy especiales: Mateo, Lili, Tiani, Jessi y Max. Estos amigos compartían una pasión muy grande, la aventura y descubrir cosas nuevas sobre ellos mismos y el mundo que los rodeaba. Un día, mientras jugaban cerca de un árbol mágico que se decía podía contar historias mágicas, ocurrió algo maravilloso. El árbol empezó a brillar con luces de muchos colores y habló con una voz dulce.
—Queridos amigos —dijo el árbol— hoy los invito a un viaje muy especial. Vamos a descubrir juntos las etapas por las que pasa el alma para crecer y convertirse en una persona feliz y valiente. Este viaje les mostrará cómo sus sentimientos y pensamientos crecen con ustedes.
Los cinco amigos se miraron con los ojos llenos de emoción. Mateo, quien era muy curioso, preguntó:
—¿Qué es eso de las etapas del alma?
El árbol respondió:
—Es como un camino que cada uno recorre desde que es bebé hasta que se hace grande. En cada parte del camino aprendemos cosas importantes que nos ayudan a ser quienes somos.
Entonces, sin pensarlo dos veces, Mateo, Lili, Tiani, Jessi y Max tomaron las manos, y con un resplandor mágico, fueron transportados a un lugar muy extraño y maravilloso: un mundo donde podían ver cómo su alma crecía paso a paso.
Primero llegaron a un valle lleno de flores y mariposas. Allí estaba la Fase Oral, donde todo parecía estar relacionado con la boca y los sabores. Mateo miró un frutal y preguntó:
—¿Y qué hacemos aquí?
Una voz muy dulce, como la de un bebé riendo, explicó:
—En esta etapa los bebés aprenden a través de la boca. Cuando son chiquitos, comer, chupar y morder los hace sentir bien y seguros.
Lili, que siempre amaba las galletas, se acercó sonriente y dijo:
—¡Yo también aprendo con mi boca! Cuando me dan mis galletas favoritas me siento muy feliz.
Max muñeuve como un bebé, imitando a un niño que sujeta su chupete y dijo:
—¡Mmm! Chupar algo rico me calma y hace que me sienta querido.
Todos rieron y Mateo entendió que, cuando eran bebés, sus bocas les ayudaban a descubrir el mundo y a sentirse amados.
Luego, el árbol mágico los llevó a un lugar totalmente diferente: un jardín con mucho pasto suave y piedritas brillantes. Allí conocieron a una rana muy simpática llamada Tito, que les habló de la Fase Anal.
—Aquí, pequeños aventureros —dijo Tito mientras saltaba— los niños aprenden a cuidar su cuerpo, especialmente a cómo usar el baño y hacer sus cosas solos. Es una etapa importante para sentirse orgullosos de sí mismos.
Jessi se puso pensativa y contó:
—Cuando aprendí a ir al baño sola, me sentí muy feliz. ¡Como una niña grande!
Tiani sonrió y añadió:
—Sí, y también aprendí que puedo controlar muchas cosas, como guardar mis juguetes y ordenar mi cuarto.
La rana Tito les enseñó que esta fase era como entrenar para ser responsables y sentir que pueden hacer cosas sin ayuda. Eso los hizo sentir seguros y valientes para seguir su aventura.
Después, el grupo siguió caminando hasta que llegaron a un bosque de árboles altos, donde un niño llamado Zero los esperaba. Zero les explicó que estaban en la Fase Fálica, donde los niños se empiezan a preguntar muchas cosas sobre ellos y su familia.
—Aquí —dijo Zero— empiezan a descubrir quiénes son y cómo quieren ser. Se fijan mucho en sus papás y papás y a veces se sienten muy especiales.
Lili se acercó a Zero y dijo:
—¿Entonces por eso quiero tanto a mi mami y a mi papi? A veces les abrazo mucho porque me siento feliz con ellos.
Mateo añadió:
—Yo también me doy cuenta que quiero ser valiente como mi papá y cariñoso como mi mamá.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.