Cuentos de Aventura

Los Guardianes del Bosque y la Fábrica de Chocolate

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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En un rincón escondido del mundo, donde los mapas terminan y las leyendas comienzan, existía un bosque antiguo y mágico, hogar de los cuatro espíritus elementales: Agua, Aire, Viento y Fuego. Estos espíritus habían protegido su reino natural durante siglos, manteniendo el equilibrio y la armonía entre todas las criaturas vivientes.

Un día, llegó al bosque un empresario con planes de construir la fábrica de chocolate más grande del mundo. Con sus trajes impecables y sus planes bien trazados, representaba un mundo de progreso y prosperidad, pero a un costo que el bosque no podía asumir.

El empresario, llamado Don Arturo, empezó a marcar árboles para la tala, sin saber que cada árbol era un santuario, un hogar para las criaturas mágicas y un elemento vital para los espíritus que lo protegían.

Agua, la primera en notar la intrusión, se deslizó sigilosamente hasta donde Don Arturo y sus trabajadores discutían planes. Su forma fluida y azul reflejaba el cielo y el río cercano. «¿Por qué destruir lo que puedes celebrar?», preguntó con voz que sonaba como un arroyo tranquilo.

Don Arturo, sorprendido al verla pero firme en sus convicciones, respondió: «Este bosque será el sitio de algo grandioso, y el mundo entero disfrutará de los frutos de esta fábrica. Es el progreso, y el progreso necesita espacio.»

Sin convencerse, Agua buscó a sus compañeros. Aire, con su forma etérea y ligera, escuchó preocupado. Viento, siempre rápido y enérgico, propuso crear una tormenta para detener a los trabajadores. Fuego, cuyas llamas iluminaban su pasión y determinación, sugirió un espectáculo de luz y calor que demostrara su poder.

Juntos, decidieron primero intentar la vía de la comunicación. Aire llevó sus voces a través del viento, llenando el campamento de susurros y advertencias. Viento mostró su fuerza, levantando hojas y doblando ramas en un danza salvaje que rodeó a los trabajadores, haciendo que algunos huyeran asustados.

Pero Don Arturo no se dejó intimidar. «La naturaleza es indomable, sí, pero el hombre también tiene su ingenio y su determinación,» afirmó, ordenando que se reanudaran los trabajos.

Fuego, entonces, decidió actuar. Una noche, cuando las estrellas brillaban claras y la luna estaba llena, Fuego iluminó el cielo con una aurora de colores que nunca antes se había visto. Rojos, naranjas y amarillos bailaban entre las estrellas, mostrando la belleza y el poder del bosque.

Don Arturo, mirando el espectáculo desde la ventana de su provisional oficina, comenzó a entender. El bosque no era simplemente un espacio vacío esperando ser llenado, sino un mundo vivo, vibrante y lleno de magia.

A la mañana siguiente, Don Arturo caminó solo por el bosque, tocando los árboles marcados, escuchando los sonidos del viento y el agua, viendo las chispas de Fuego en las hojas bañadas por el sol. Llegó al río donde Agua emergió nuevamente.

«¿Ves lo que nosotros vemos?», preguntó Agua, su voz ahora un murmullo profundo y persuasivo.

Don Arturo asintió lentamente. «He sido ciego, pero ahora veo. Este lugar merece ser preservado, no consumido.»

Los trabajos se detuvieron. Don Arturo cambió sus planes y en lugar de una fábrica, creó un parque donde las personas podrían aprender sobre la naturaleza y celebrar la magia del bosque. Los espíritus elementales, agradecidos, ayudaron a diseñar senderos que mostraban la belleza del lugar sin dañarlo.

Con el tiempo, el Parque de los Elementos se convirtió en un destino amado por muchos, un lugar donde la magia del mundo natural era la protagonista, y Don Arturo, una vez empresario de industrias, se convirtió en un guardián más de aquel santuario mágico.

Y así, Agua, Aire, Viento y Fuego continuaron protegiendo su hogar, ahora no solo de las amenazas del exterior, sino como guías de aquellos que venían a aprender y maravillarse con el equilibrio perfecto de la naturaleza. Don Arturo nunca olvidó la lección que aprendió: que el verdadero progreso no es el que se construye a expensas del mundo natural, sino el que se logra en armonía con él.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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