Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño pueblo rodeado de un gran y hermoso bosque. Mateo tenía el cabello castaño y una sonrisa traviesa que iluminaba su rostro. Sus padres, Jairo y Fátima, amaban llevarlo de paseo por el bosque, donde podían disfrutar de la naturaleza y descubrir nuevas aventuras.
Un día soleado, la familia decidió hacer un pícnic en el corazón del bosque. Jairo y Fátima prepararon una cesta llena de deliciosos bocadillos y jugos frescos. Mateo, emocionado, se puso su sombrero favorito y salió corriendo hacia el bosque, seguido de cerca por sus padres.
El bosque estaba lleno de vida. Los árboles altos y frondosos ofrecían una sombra refrescante, mientras los pájaros cantaban melodías alegres. Mateo corría de un lado a otro, observando las flores coloridas y las mariposas que revoloteaban. Sus padres lo seguían de cerca, disfrutando de la alegría de su hijo.
Después de disfrutar de un delicioso almuerzo, Mateo vio algo brillante entre los arbustos. Su curiosidad lo llevó a alejarse un poco del claro donde estaban sus padres. Mientras se acercaba, vio un hermoso escarabajo dorado. Fascinado, decidió seguirlo sin darse cuenta de que se estaba alejando cada vez más.
De repente, Mateo se dio cuenta de que estaba solo. Miró a su alrededor y no vio a sus padres por ninguna parte. El bosque, que antes parecía acogedor, ahora le resultaba inmenso y confuso. Intentó recordar el camino de regreso, pero todos los árboles se veían iguales.
«¡Mamá! ¡Papá!» gritó Mateo, esperando una respuesta. Pero solo escuchó el eco de su propia voz.
Mientras caminaba, tratando de encontrar el camino de regreso, Mateo se encontró con una ardilla que parecía estar observándolo. «Hola,» dijo la ardilla con una voz suave. «¿Te has perdido?»
Mateo, sorprendido de que la ardilla pudiera hablar, asintió. «Sí, estoy buscando a mis padres. Me llamo Mateo.»
«Encantado de conocerte, Mateo. Yo soy Tito, la ardilla. No te preocupes, te ayudaré a encontrar a tus padres,» respondió Tito con una sonrisa.
Juntos, Mateo y Tito continuaron su camino a través del bosque. Tito le presentó a varios amigos que podrían ayudarles. Primero, se encontraron con una sabia lechuza llamada Olivia, que estaba posada en una rama alta.
«Hola, Olivia. Este es mi amigo Mateo. Se ha perdido y necesita encontrar a sus padres,» explicó Tito.
Olivia, con sus grandes ojos amarillos, miró a Mateo y le dijo: «No te preocupes, joven Mateo. El bosque puede parecer grande y confuso, pero siempre hay una manera de encontrar el camino. Sigue el rastro de las hojas doradas, te guiarán.»
Mateo agradeció a Olivia y siguió el rastro de las hojas doradas que había mencionado. Mientras caminaba, encontró un arroyo cristalino donde un ciervo bebía agua. El ciervo levantó la cabeza y miró a Mateo con curiosidad.
«Hola, soy Mateo. Estoy buscando a mis padres. ¿Puedes ayudarme?» preguntó Mateo.
El ciervo, llamado Bruno, asintió lentamente. «Sigue el arroyo río abajo. Te llevará a un puente donde muchas veces los humanos cruzan. Tal vez encuentres pistas allí.»
Mateo siguió el consejo de Bruno y caminó junto al arroyo. Las aguas claras y frescas le dieron una sensación de tranquilidad. Después de un rato, llegó a un pequeño puente de madera. Miró a su alrededor y vio algunas huellas humanas en el barro.
«¡Debe ser por aquí!» pensó Mateo con esperanza.
Mientras continuaba su búsqueda, Mateo encontró un árbol muy antiguo y grande, con una puerta tallada en su tronco. Curioso, abrió la puerta y descubrió una pequeña cueva llena de luciérnagas que iluminaban el lugar con una luz mágica. En el centro de la cueva, había un mapa antiguo del bosque.
Mateo estudió el mapa y vio un sendero que llevaba de regreso al claro donde había estado con sus padres. Con renovada esperanza, siguió el sendero indicado en el mapa. Las luciérnagas lo acompañaron, iluminando su camino.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.