Cuentos de Aventura

Neil y Sara, una aventura prehistórica de amistad y crepes de chocolate

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Había una vez un niño llamado Neil, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos. Neil era muy curioso y siempre tenía ganas de explorar. A su lado, su mejor amiga, Sara, una niña valiente con el cabello rizado y ojos brillantes, lo acompañaba en todas sus aventuras. Juntos, eran un equipo perfecto. Neil amaba la naturaleza, mientras que Sara era una experta en hacer deliciosos crepes de chocolate que siempre llevaban consigo a sus exploraciones.

Un día, mientras estaban en el parque, susurrando ideas sobre su próxima aventura, se encontraron con una extraña criatura. Era un pequeño dinosaurio llamado Croquetilla, que tenía un pico afilado y una cola larga y divertida que balanceaba de un lado a otro. Croquetilla parecía asustado, pero cuando vio a Neil y Sara se acercó con curiosidad.

—¡Hola! —dijo Neil, asombrado—. ¿Eres un dinosaurio de verdad?

—¡Sí! —respondió Croquetilla con una voz suave—. Me llamo Croquetilla. Estoy perdido y no sé cómo volver a casa.

—No te preocupes, Croquetilla —dijo Sara, sonriendo—. ¡Podemos ayudarte!

Neil, con su espíritu aventurero, propuso:

—¿Qué tal si hacemos un mapa y seguimos el camino hasta tu casa?

Croquetilla se iluminó y se unió al plan. Sara sacó papel, colores y dibujaron un mapa que indicaba las montañas, el río y el enorme árbol donde, según decía Croquetilla, vivía su familia.

—¡Vamos! —dijo Neil, con entusiasmo—. ¡Aventuras nos esperan!

Los tres amigos comenzaron a caminar, siguiendo el mapa. Caminaban por senderos envueltos en verdes arbustos y flores que parecían reírse al ver a los aventureros. Mientras avanzaban, Croquetilla les contaba historias de su mundo prehistórico, donde todo era diferente. Había dinosaurios gigantes, volcanes humeantes y un mar que brillaba bajo el sol.

—¿Y qué comías? —preguntó Sara, intrigada.

—Comía frutas de muchos colores y, a veces, jugaba con otros dinosaurios —respondió Croquetilla, moviendo su cola emocionado—. Pero lo que más me gusta son los crepes de chocolate.

—¿Crepes de chocolate? —dijo Neil, con curiosidad—. ¿Cómo son?

—Son suaves y dulces. Si los pruebas, nunca olvidarás el sabor —contestó Croquetilla, abriendo mucho los ojos.

Sara sonrió, porque ya había preparado crepes de chocolate esa mañana. Decidió que debían hacer una pausa para disfrutar de ellos. Buscaron un lugar cómodo bajo un árbol derramador de sombras y sacaron la caja que tenía los crepes.

—¡Mmm! ¡Huelen delicioso! —dijo Neil mientras Sara servía los crepes en sus platos.

Cada uno tomó uno y, tras dar un mordisco, los ojos de Croquetilla se iluminaron.

—¡Son los mejores del mundo! —exclamó.

Mientras disfrutaban de los crepes, Croquetilla les contó más sobre su hogar. Había un río en el que podía ver su reflejo, grandes colinas donde jugaba a esconderse y un cielo tan claro como el agua. Todo sonaba mágico y Neil y Sara querían conocerlo.

Después de un rato, continuaron su camino, el trío repleto de energía. En su aventura, se encontraron con un pequeño lago de aguas plateadas en el que un pato, que era un poco diferente a los patos que conocían, nadaba alegremente. Tenía un sombrero de pirata y un loro en el hombro.

—¡Hola, amigos! ¡Soy Capitan Pato! —gritó el pato, haciendo piruetas en el agua—. ¿A dónde van tan contentos?

—Vamos a ayudar a Croquetilla a encontrar su hogar —respondió Sara.

—¡Eso suena emocionante! —dijo Capitán Pato—. Puedo ayudarles. Conozco este bosque como la palma de mi ala.

Neal y Sara miraron al pato y se alegraron de tener un nuevo amigo en su aventura.

—¡Por favor, únete a nosotros! —dijo Neil—. Nunca hemos tenido un pato pirata en nuestras exploraciones.

Capitán Pato sonrió y se unió a la marcha, guiando a sus nuevos amigos por los senderos del bosque. Se aventuraron hasta un lugar en el que las flores eran tan altas como ellos y los árboles parecían tocar el cielo. Pasaron junto a una cueva que tenía las paredes cubiertas de piedras brillantes. Croquetilla, al verla, dijo:

—Esta es la cueva de los ecos. A veces escucho la risa de mis amigos dinosaurios cuando grito dentro.

Con curiosidad, todos decidieron investigar. Estuvieron gritando palabras graciosas y todos se reían al escuchar sus ecos. Después de un rato, Capitán Pato sugirió:

—¡Hagamos un eco de rimas!

Comenzaron a decir rimas en voz alta, como “Un pato en un plato, que juega al zapato”. La risa llenó la cueva, y los ecos les hacían sentir como si el lugar estuviera vivo.

Siguieron avanzando por el bosque, y luego encontraron un hermoso prado lleno de mariposas de colores que danzaban al ritmo del viento. Croquetilla, emocionado, comenzó a jugar con ellas, saltando y riendo feliz. Neil y Sara lo siguieron, disfrutando de la belleza del momento.

De repente, Sara vio algo brillante entre la hierba. Se agachó y encontró una piedra preciosa, con colores que cambiaban como un arcoíris.

—¡Miren esto! —exclamó.

—¡Guau! —dijo Neil—. Es asombroso. Tal vez sea un tesoro.

Capitán Pato aleteó emocionado y dijo:

—Quizás podamos usarla para encontrar el camino a la casa de Croquetilla. El brillo de esa piedra podría guiarnos.

Los amigos decidieron llevar la piedra y seguir avanzando, ya que esa sería una gran ayuda para la aventura. A medida que se acercaban a la montaña, el sol comenzó a bajar, creando sombras misteriosas entre los árboles.

—¿Y si nos perdemos en la noche? —dijo Croquetilla, un poco asustado.

—No te preocupes, tengo un plan —dijo Neil—. ¡Usaremos la piedra como luz!

Mientras se acercaban a la montaña, la piedra comenzó a brillar con más intensidad. Era como si tuviesen una estrella en sus manos. Todos estaban emocionados y, con gran valentía, comenzaron a escalarla. Al llegar a la cima, pudieron ver su entorno. Era tan hermoso; el cielo tenía tonos naranjas y rosas, y el viento soplaba suavemente.

—¡Miren! —gritó Croquetilla—. ¡Esa es mi casa!

Apuntó a un claro en el bosque que se alejaba a lo lejos. Podían ver grandes árboles que formaban un círculo y, en el centro, había una gran hueva donde podía vivir su familia.

—¡Hay que bajar rápido! —dijo Neil—. No podemos perder tiempo.

Con la luz de la piedra que aún brillaba intensamente, descendieron rápidamente por la montaña, ayudados por la luz mágica. Poco a poco se acercaron al claro.

Finalmente, al llegar, vieron a un grupo de dinosaurios esperándolos. Eran grandes y amistosos, con escamas de todos los colores y miradas llenas de alegría. Cuando Croquetilla se acercó, todos soltaron un grito de felicidad.

—¡Croquetilla! ¡Estábamos tan preocupados! —dijo uno de los dinosaurios.

Después de algunas presentaciones, Croquetilla presentó a Neil, Sara y Capitán Pato. Los dinosaurios los recibieron con entusiasmo, agradecidos por haber ayudado a su pequeño amigo. Sara, con una sonrisa, les ofreció los crepes de chocolate que habían llevado. Los dinosaurios nunca habían probado un alimento así.

—¡Deliciosos! —dijo uno, mientras otro decía—. ¡Deben volverse a nuestro hogar a menudo!

Los amigos se sintieron tan bienvenidos que decidieron que debían hacer una fiesta. Todos los dinosaurios comenzaron a traer frutas de mil colores, y Croquetilla ayudó a organizar un gran banquete.

Bailaron y jugaron, llenando la noche de risas y alegría. Los amigos compartieron historias de sus mundos y aprendieron mucho los unos de los otros. Aunque eran de mundos tan diferentes, todos habían encontrado un vínculo especial.

Al final de la fiesta, mientras todos se sentaban juntos bajo las estrellas, Croquetilla miró a sus amigos y dijo:

—Gracias por traerme a casa. Nunca olvidaré esta aventura.

Sara, sonriendo, agregó:

—Y nunca olvidaremos a nuestros amigos dinosaurios.

Neil se sintió feliz y concluyó:

—Lo más importante de esta aventura es la amistad que hemos creado y todas las experiencias que hemos compartido.

Y así, bajo el cielo estrellado, los amigos prometieron regresar y compartir más aventuras juntos. Aprendieron que la amistad no tiene límites y que, sean del mundo que sean, siempre hay espacio para el amor y la compañía.

Y colorín colorado, esta aventura ha terminado.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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