Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo era joven y los hombres vivían en cuevas, existían dos amigos inseparables llamados Rodolfo y Roberto. Rodolfo era fuerte y decidido, con una gran melena enmarañada que caía sobre sus hombros. Roberto, por otro lado, era un poco más bajo, pero muy astuto, con ojos brillantes que siempre estaban buscando soluciones a los problemas que se les presentaban.
Un día, mientras caminaban por el bosque en busca de comida, notaron que el cielo se oscurecía y el viento comenzaba a soplar con fuerza. Sabían que una tormenta se acercaba, y que debían encontrar un lugar donde refugiarse antes de que llegara la lluvia. Sin embargo, se dieron cuenta de que la cueva donde solían esconderse estaba demasiado lejos para llegar a tiempo.
«Tenemos que construir un refugio, y rápido,» dijo Rodolfo, mirando a su alrededor en busca de algo que pudieran usar.
Roberto asintió, consciente de la urgencia de la situación. «Pero, ¿cómo lo haremos? No tenemos herramientas ni nada que nos ayude.»
Rodolfo miró hacia el suelo y vio varias piedras grandes esparcidas por el lugar. También vio algunos palos largos y fuertes. «Podemos usar estas piedras y palos. Tal vez si los unimos, podremos construir algo para protegernos de la tormenta.»
Los dos amigos comenzaron a recoger piedras y palos, acumulándolos en un claro cercano. Rodolfo tomó una piedra grande y trató de usarla para golpear un palo en el suelo, pero el palo se rompió en pedazos. «Esto no está funcionando,» dijo frustrado.
Roberto, que siempre pensaba antes de actuar, tomó una piedra más pequeña y afilada. «Quizás si usamos las piedras para afilar los palos, podríamos hacer que encajen mejor entre sí.»
Rodolfo observó a Roberto mientras este usaba la piedra para raspar la superficie de un palo, haciéndolo más puntiagudo. Luego, tomó otro palo y lo golpeó suavemente con la piedra afilada hasta que quedó lo suficientemente fuerte para resistir un golpe. «¡Esto podría funcionar!» exclamó Rodolfo, entusiasmado con la idea.
Los dos amigos continuaron trabajando juntos. Rodolfo utilizaba su fuerza para levantar y colocar las piedras en su lugar, mientras que Roberto afinaba los palos y los unía entre sí. Poco a poco, comenzaron a construir una estructura que se parecía a un refugio. Colocaron los palos como paredes y usaron las piedras más grandes como base y techo.
Mientras trabajaban, la tormenta se acercaba rápidamente. El viento soplaba con más fuerza, y las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer. «¡Debemos darnos prisa!» dijo Rodolfo, acelerando el ritmo.
Finalmente, después de mucho esfuerzo, lograron construir un refugio pequeño pero resistente. Los dos amigos se metieron dentro justo cuando la lluvia comenzó a caer con fuerza. Se sentaron juntos, escuchando el tamborileo de la lluvia sobre las piedras que habían colocado con tanto esfuerzo.
«Lo logramos,» dijo Roberto con una sonrisa de satisfacción. «Construimos nuestro propio refugio, y lo hicimos con nuestras propias manos.»
Rodolfo asintió, sintiéndose orgulloso de lo que habían logrado. «Sí, y ahora sabemos que podemos construir más cosas si lo necesitamos. No necesitamos depender siempre de las cuevas.»
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.