Cuentos de Aventura

Un día de sol y oro en el campo de la abuela Jacinta

Lectura para 2 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Era un hermoso día de sol en el campo donde vivía la abuela Jacinta. El cielo estaba tan azul como un mar tranquilo, y las flores brillaban en el jardín como si estuvieran disfrutando de la luz del sol. La abuela Jacinta, con su vestido floreado y su cabello plateado, dedicaba las primeras horas de la mañana a cuidar sus plantas. Ella siempre decía que sus flores eran sus amigas más queridas porque llenaban su corazón de alegría.

Un día, mientras la abuela regaba las plantas, escuchó un extraño sonido proveniente del bosque que estaba detrás de su casa. Era un sonido suave y melodioso, como si alguien estuviera cantando. Curiosa por saber de dónde venía esa hermosa música, la abuela Jacinta decidió seguir el sonido. Con su regadera en una mano y su sombrero de paja en la otra, se adentró en el bosque.

Al caminar entre los árboles, la abuela Jacinta se encontró con un pequeño y amistoso pájaro de plumas de colores brillantes. «¡Hola, abuela Jacinta!», trino el pájaro, con una voz dulce. «Soy Lulú, el pájaro cantor. Estoy cantando para que las flores crezcan felices y fuertes. ¿Quieres venir a conocer a mis amigos en el bosque?»

La abuela Jacinta sonrió y dijo: «¡Oh, Lulú, qué encantador! Quiero conocer a tus amigos. Es un placer saber que tu música hace que las flores sean más hermosas». Lulú revoloteó alegremente y condujo a la abuela por un sendero cubierto de hojas verdes.

Pronto llegaron a un claro del bosque donde había un grupo de animales oficiando un pequeño festejo. Había conejitos, ardillas, y hasta un pequeño ciervo que bailaba al ritmo de la música que Lulú cantaba. Cada animal estaba disfrutando de frutas frescas y compartiendo historias. La abuela Jacinta se llenó de alegría al ver a todos los animales juntos.

«¡Bienvenida, abuela Jacinta!», gritaron los conejitos al unísono. «Estamos celebrando la llegada de la primavera con nuestra Fiesta del Sol». La abuela sonrió, sintiéndose muy feliz de ser parte de esa celebración tan especial. Se unió a la fiesta, disfrutando de las risas, los bailes y las deliciosas frutas que compartían.

Mientras la fiesta continuaba, la abuela Jacinta notó que uno de los conejitos, llamado Tito, se veía un poco triste. «¿Por qué no estás disfrutando, Tito?», le preguntó la abuela con ternura. Tito miró hacia el suelo y dijo: «Es que tengo miedo de saltar sobre las piedras del arroyo. Siempre me da miedo caer».

La abuela Jacinta, que siempre sabía cómo animar a los demás, le respondió con calma: «Tito, a veces es normal tener miedo, pero es importante intentar superar esos miedos. ¿Por qué no intentas saltar conmigo? Te puedes aferrar a mi mano».

Tito, con un poco de duda, asintió, y la abuela lo guió hacia el arroyo. Los otros animales lo miraban emocionados, apoyándolo en su valiente intento. Cuando llegaron al arroyo, la abuela Jacinta tomó una profunda respiración. «Uno, dos y tres, ¡saltemos juntos!» gritó, y ambos saltaron al mismo tiempo.

Sorprendentemente, aterrizaron al otro lado con un gran toque de alegría. «¡Lo logré! ¡Lo logré!» gritó Tito, saltando de felicidad. Los otros animales corrieron hacia él, celebrando su valentía. La abuela Jacinta lo abrazó con amor y orgullo, diciendo: «Ves, Tito, lo hiciste, y ahora no tienes que tener miedo».

La fiesta continuó con juegos y risas, y todos estaban tan felices. Lulú volaba sobre ellos, cantando canciones alegres. La abuela Jacinta sintió que su corazón se llenaba de felicidad al ver a todos jugando juntos. En ese momento decidió que ese día sería muy especial, uno que jamás olvidaría.

Entonces, mientras estaban sentados alrededor de una gran mesa hecha de troncos de árboles, un nuevo amigo se unió a la fiesta. Era un pequeño erizo que se llamaba Hugo. «Hola, ¿puedo unirme?», preguntó tímidamente. «Siempre he querido hacer amigos, pero tengo un poco de miedo de ser picante».

Los animales lo miraron y la abuela Jacinta, con su sabia voz, le dijo: «Hugo, tu apariencia no define quién eres. Lo que importa son tus acciones y tu corazón. ¡Aquí todos somos amigos, y nadie te lastimará!» Hugo sonrió, sintiéndose más seguro. «Gracias, abuela Jacinta, eso significa mucho para mí».

Así fue como la fiesta reunió a un grupo variado de amigos. Jugaban juegos, compartían historias y cantaban todos juntos. Cada uno de ellos, desde Lulú hasta el pequeño Hugo y Tito, aprendió que, a pesar de sus miedos y diferencias, juntos podían disfrutar de la vida y ser felices.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, la abuela Jacinta supo que era hora de volver a casa. Se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo que volvería a visitarlos. Con una sonrisa en su rostro y el corazón lleno de alegría, caminó de regreso a su casa, recordando los momentos felices de la fiesta.

Cuando llegó a su hogar, la abuela se sentó en su silla favorita, mirando las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo. Se dio cuenta de que ese día había sido un maravilloso recordatorio de la importancia de la amistad, el coraje y la alegría de vivir. Y, con eso en su mente, se quedó dormida, soñando con más aventuras en el mágico bosque que se encontraba detrás de su hogar.

Y así, la abuela Jacinta, con su amor y sabiduría, hizo que ese día soleado fuera para todos un día de oro en el campo, lleno de risa, superación y un corazón bien grande.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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