Era un día soleado y radiante en el pequeño pueblo de Mameyito. Las aves cantaban alegremente y el aire fresco traía consigo el aroma de las flores que comenzaban a florecer. En el corazón de este encantador lugar vivía una familia muy unida: Mamá, y sus dos hijos, Maggie y Rubén, de seis y cuatro años, respectivamente. Tenían una mascota muy especial llamada Nolo, un travieso perro golden retriever que siempre estaba listo para la aventura.
Mamá tenía un gran amor por las historias, y cada verano le gustaba llevar a sus niños a explorar los misterios de la naturaleza. Este verano no sería la excepción. Con una gran sonrisa, ella reunió a Maggie y Rubén en la cocina, donde el sol brillaba a través de la ventana.
—Hoy vamos a una aventura al bosque del abuelo —les anunció Mamá con entusiasmo—. Allí, podremos descubrir cosas mágicas.
Maggie, con sus ojos brillantes, gritó de alegría:
—¡Sí, sí! ¡Yo quiero ver hadas!
Rubén, un poco más tímido, preguntó:
—¿Y vamos a encontrar tesoros?
—Quizás, —respondió Mamá—. Todo es posible en Mameyito.
Así que, después de preparar una merienda deliciosa, la familia salió de casa, con Nolo moviendo la cola y listo para correr. Al llegar al bosque, todo era verde y lleno de vida. Los rayos del sol se filtraban a través de las hojas, creando patrones de luz y sombra sobre el camino.
Mientras caminaban, Maggie tomó la delantera.
—¡Mira, Rubén! ¡Un árbol gigante! —exclamó señalando un enorme roble.
Rubén, con su pequeña estatura, no alcanzaba a ver la cima, así que se puso de puntillas.
—¡Es el árbol más grande del mundo! —dijo con asombro.
De repente, Nolo comenzó a ladrar emocionado. Había descubierto algo entre la hierba.
—¡Vamos, Nolo! ¿Qué encontraste? —dijo Rubén corriendo detrás de su perro.
Nolo había encontrado una pequeña cueva cubierta de enredaderas y flores silvestres. Con curiosidad, los niños decidieron explorarla, siempre bajo la atenta mirada de Mamá.
—Es solo una cueva, —les advirtió Mamá—. Pero podría ser un buen lugar para jugar.
Dentro, los niños encontraron piedras de colores brillantes y algunas ramas que parecían varitas mágicas. Con cada descubrimiento, la imaginación de Maggie y Rubén cobraba vida. Decidieron que la cueva era un refugio secreto para hadas y otros seres mágicos.
—Seremos los guardianes de este lugar —dijo Maggie, levantando su varita imaginaria.
—Sí, y cuando las hadas vengan, les daremos de comer —agregó Rubén, feliz con la idea.
Después de un buen rato jugando, decidieron salir a seguir explorando. De pronto, escucharon un ruido extraño que venía de un arbusto cercano. Todos se congelaron por un momento.
—¿Quién será? —preguntó Rubén, asustado.
—Tal vez sea un dragón —dijo Maggie, con un brillo de aventura en sus ojos.
Mamá sonrió, recordando sus propias historias de aventuras.
—Vamos a ver de qué se trata —les sugirió, y, con emoción, se acercaron al arbusto.
De repente, un pequeño zorro, con un abrigo de pelaje anaranjado y unos ojos brillantes, salió corriendo. Los niños se rieron aliviados y emocionados.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.