Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de árboles altos y ríos brillantes, dos amigos muy especiales, Nathan y Yolanda. Nathan era un niño curioso con una gran imaginación, siempre listo para embarcarse en nuevas aventuras. Yolanda, una niña amable y creativa, adoraba inventar historias y dibujar criaturas fantásticas. Juntos, formaban un equipo inseparable, listos para explorar el mundo que los rodeaba.
Un día, mientras jugaban en el bosque cercano, Nathan encontró un objeto brillante atrapado entre las ramas de un arbusto. Era un extraño artefacto, parecido a un reloj de sol, con símbolos misteriosos grabados en su superficie. «¡Mira esto, Yolanda!», gritó Nathan emocionado. «Creo que hemos encontrado algo mágico».
Yolanda se acercó corriendo, sus ojos brillando de curiosidad. «¡Wow! ¿Qué será? Tal vez sea un mapa del tesoro o una máquina del tiempo», dijo, preguntándose qué aventuras podría traerles el objeto. Decidieron llevarlo a su casa para examinarlo mejor.
Cuando llegaron a casa, Nathan y Yolanda se sentaron en el suelo de la sala, rodeados de colores y dibujos. Colocaron el artefacto en medio de ellos y empezaron a tocarlo. De repente, una luz brillante estalló desde el centro del reloj de sol, llenando la habitación de colores.
Los amigos se llevaron las manos a los ojos, atónitos por lo que ocurría. «¿Qué está pasando?», preguntó Yolanda, mientras el brillo los envolvía. Cuando la luz finalmente se desvaneció, los dos se encontraron en un lugar completamente diferente. Estaban en un bosque, pero no era cualquier bosque; era un lugar lleno de árboles gigantes con hojas de colores vibrantes y flores que cantaban suaves melodías.
«¿Dónde estamos?», gritó Nathan con emoción. «¡Esto es increíble!» En ese momento, un suave rugido resonó en la distancia. Los amigos miraron hacia donde venía el sonido y vieron algo asombroso. Un dinosaurio enorme, con escamas brillantes y ojos amistosos, apareció entre los árboles. «¡Hola, pequeños viajeros!», dijo el dinosaurio con una voz profunda pero tierna. «Soy Dino, el guardián de este bosque mágico. Bienvenidos a la Era de los Dinosaurios».
«¡Guau! ¡Un dinosaurio que habla!», exclamó Nathan con asombro. Yolanda se acercó un poco más, sus ojos llenos de admiración. «¿Podemos explorar juntos?», preguntó. Dino sonrió de par en par con una gran sonrisa. «Claro que sí, mis amigos. Hay mucho que ver y descubrir».
Y así, Nathan, Yolanda y Dino comenzaron su aventura a través del impresionante bosque. A medida que caminaban, se encontraron con todo tipo de criaturas maravillosas: pájaros de mil colores, mariposas que brillaban como estrellas y hasta tortugas que hacían carreras en el río. Todos los habitantes del bosque eran muy amigables y estaban felices de recibir a los nuevos visitantes.
Mientras exploraban, Yolanda no podía contenerse y comenzó a dibujar todo lo que veía. «Mira, Nathan, tengo que capturar la belleza de este lugar», dijo, mientras trazaba figuras de los brillantes pájaros que volaban sobre sus cabezas. Nathan, por su parte, llenaba el aire de risas y alegría con sus bromas y cuentos sobre los dinosaurios.
Después de un rato, Dino llevó a sus nuevos amigos a un claro lleno de flores cantantes. Las flores bailaban suavemente al ritmo del viento, y emitían melodías encantadoras. «¡Vamos a cantar con ellas!», sugirió Nathan emocionado. Así que comenzaron a cantar y a bailar, riendo y disfrutando de la mágica atmosfera.
De repente, mientras estaban en medio de sus risas, un estruendo resonó a través del bosque. El suelo tembló y los árboles se sacudieron. «¿Qué fue eso?», preguntó Yolanda con un poco de miedo. Dino se volvió hacia ellos con una expresión seria. «Eso fue un gran ruido. Tal vez se trate del dragón de fuego que vive en la montaña. No debe de salir de su cueva, pero a veces lo hace cuando se siente solitario».
Nathan, siempre intrigado por aventuras emocionantes, sugirió: «¡Deberíamos ir a buscarlo! Tal vez solo necesita un amigo». Yolanda se sintió un poco nerviosa, pero sabía que si Nathan estaba dispuesto a hacerlo, ella también quería ser valiente. «Está bien, ¡vamos a conocer a ese dragón!», dijo decidida.
Con Dino guiándolos, el trío se dirigió hacia la montaña. A medida que se acercaban, sentían el calor del dragón. Cuando llegaron a la cueva, pudieron ver sus ojos brillantes y su gran cuerpo escamoso descansando en el interior. «Hola, amigo dragón», llamó Nathan. «No tengas miedo, ven a jugar con nosotros».
El dragón, que parecía triste y solitario, levantó la cabeza y los miró con curiosidad. «¿Quiénes son ustedes?», preguntó con una voz profunda. «Soy Nathan, ella es Yolanda y este es Dino. Hemos venido a hacerte compañía».
«Gracias, pequeños amigos», dijo el dragón, «hace mucho tiempo que no juego con nadie». Lentamente, salió de su cueva y se unió a ellos. Jugaron todo el día, corriendo y riendo juntos. El dragón se sentía feliz al ver que, a pesar de sus grandes escamas y su fuego, podía tener amigos.
Cuando el sol comenzó a ponerse y el cielo se tiñó de naranja y rosa, era hora de regresar a casa. «Ha sido el mejor día de todos», dijo Yolanda. «¡Sí! ¡Nunca olvidaré esta aventura!», agregó Nathan.
Dino sonrió mientras los acompañaba a la entrada del bosque. «Recuerden, pueden volver siempre que quieran. Este bosque siempre será un lugar de magia y aventuras». Con una última despedida, los amigos tocaron el reloj de sol que había sido su pasaporte y, en un destello de luz, regresaron a su hogar.
Al llegar, miraron a su alrededor, todo era igual pero, desde ese día, sus corazones llevaban consigo la maravilla de haber conocido a un dinosaurio y a un dragón. «Este fue un viaje inolvidable», dijo Nathan. «Sí, y siempre recordaremos que la verdadera amistad puede surgir en los lugares más inesperados», añadió Yolanda.
Y así, Nathan y Yolanda aprendieron que la aventura no solo está en los grandes lugares, sino en los amigos que se hacen en el camino. Desde ese día, se convirtió en un recordatorio de que la imaginación y la amistad pueden llevarte a los sitios más maravillosos del mundo. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.