Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos brillantes, tres amigos inseparables: Antonia, María y Luis. Ellos vivían en un vecindario lleno de risas y aventuras. Cada día después de la escuela, salían a explorar el hermoso campo que los rodeaba. Pero aquel día, una nueva aventura esperaba por ellos.
Cuando terminó la escuela, Antonia, una niña de cabello rizado y ojos curiosos, propuso que fueran a investigar el misterioso bosque que se encontraba más allá del campo. María, que siempre llevaba consigo un cuaderno en donde dibujaba todas sus aventuras, se emocionó de inmediato. Luis, un niño con una gran imaginación y un sombrero de explorador, gritó: «¡Vamos, eso suena genial! Quizás encontremos un tesoro escondido».
Los tres amigos tomaron una mochila llena de bocadillos, una linterna y, por supuesto, el cuaderno de María. Caminaron hacia el bosque, que se alzaba majestuosamente ante ellos, con árboles altos que parecían tocar el cielo. Todo estaba tranquilo, solo se escuchaba el canto de los pájaros y el suave murmullo del viento.
De repente, mientras exploraban, encontraron un árbol enorme con un tronco tan grueso como el de una casa. Antonia, curiosa como siempre, se acercó a él y notó un brillo extraño en su base. ¡Era como si una luz saliera de las raíces del árbol! «¡Miren esto!», exclamó. Sus amigos se acercaron corriendo, intrigados.
Al tocar la luz, el árbol comenzó a vibrar, y de repente, un pequeño portal se abrió a sus pies. El portal brillaba con colores vivos: azules, amarillos, verdes y rojos. «¿Qué será eso?», preguntó María, con los ojos muy abiertos. «¡Debemos entrar! ¡Puede ser una aventura increíble!», dijo Luis lleno de entusiasmo. Antonia dudó un poco, pero la curiosidad la empujó a dar el primer paso, y sus amigos la siguieron.
Cuando cruzaron el portal, se encontraron en un lugar mágico. Era un mundo lleno de estrellas brillantes y colores que nunca habían visto antes. «¡Estamos en el origen del tiempo!», exclamó Luis, maravillado. «Miren esas estrellas, son miles de fuegos artificiales que bailan en el cielo». Antonia y María se miraron, asombradas. Todo era tan hermoso y diferente.
De pronto, un pequeño ser apareció frente a ellos. Tenía alas brillantes y un cuerpo que parecía estar hecho de luz. «¡Hola! Soy Lúmina, el guardián del tiempo y las aventuras. Bienvenidos a mi hogar», dijo con una voz suave. Los niños no podían creer lo que veían. Nunca habían conocido a un ser tan especial.
«¿Qué es este lugar?», preguntó María. «Este es el origen del tiempo, un lugar donde se crean las historias, los sueños y las aventuras. Aquí todo puede suceder», respondió Lúmina con una sonrisa. Los niños se sintieron emocionados. «¡Queremos tener una aventura! ¿Podemos explorar juntos?», pidió Antonia con entusiasmo.
Lúmina asintió. «Claro, pero antes deben saber que cada aventura tiene algo importante que enseñarnos. ¿Quieren aprender sobre la amistad, la valentía o el trabajo en equipo?», preguntó. «¡Las tres cosas!», gritaron los tres amigos al unísono. «¡Genial! Entonces, vamos a empezar», dijo Lúmina alzando sus alas.
Así comenzaron su aventura. Lúmina les llevó a un valle lleno de flores que cantaban. Cada paso que daban hacía que las flores se movieran en un pequeño baile. «¡Qué hermoso!», dijo María mientras dibujaba con su lápiz. «Sí, las flores están llenas de alegría», agregó Antonia. «Pero también debemos tener cuidado, a veces pueden ser traviesas», explicó Lúmina.
Mientras exploraban, un pequeño viento fresco les trajo una melodía extraña. Era como un llamado. Siguiendo el sonido, se encontraron con un arroyo que brillaba intensamente. En el agua, vieron a muchas criaturas pequeñas que parecían tener forma de peces, pero que volaban en el aire. «¡Miren! ¡Son los peces voladores!», exclamó Luis. Sin embargo, los peces parecían estar asustados y nadaban frenéticamente. «¿Qué les sucede?», preguntó Antonia.
«Siempre están felices, pero algo les ha asustado. Deberíamos ayudarles», dijo Lúmina. Los niños se miraron, decididos a ayudar. Armados con un poco de valentía, se acercaron al arroyo y notaron que un gran grupo de nubes grises se acercaba. «¡Oh no! Las nubes quieren llevarse a los pescados voladores!», dijo María. «¡Hagamos algo!», gritó Luis.
Lúmina les recordó que debían trabajar en equipo. Juntos, decidieron construir una barrera con ramas y hojas para proteger a los peces. Mientras trabajaban, se comunicaban y se animaban mutuamente. «¡Yo sostengo esta rama!», decía Antonia. «¡Y yo esta otra!», añadía Luis. María no dejaba de dibujar el momento en su cuaderno.
Cuando terminaron, lograron crear un refugio que protegía a los peces del tormentón. De repente, el viento se calmó y las nubes se dispersaron, dejando entrar el cielo azul una vez más. Los peces voladores regresaron, dando saltos de alegría. «¡Lo logramos!», gritó María. Lúmina sonrió, «Han demostrado gran valentía y trabajo en equipo».
Pero la aventura no había terminado. Lúmina los llevó a una montaña mágica que parecía flotar en el aire. «Aquí es donde se encuentran las montañas de los sueños», explicó Lúmina. «Todos tienen un sueño, y al subir estas montañas, pueden encontrarlo». Los amigos miraban a su alrededor, llenos de asombro.
«¿Y cómo subimos?», preguntó Antonia. «Con fe y determinación», respondió Lúmina. Así, con entusiasmo, comenzaron a escalar. La montaña era empinada, pero ellos se ayudaban entre sí. Cuando uno se cansaba, los otros lo animaban. «¡Vamos, tú puedes!», decía Luis. «¡Ya casi llegamos!», añadía María.
Finalmente, llegaron a la cima. Desde allí, podían ver el universo entero: estrellas brillantes, planetas danzantes y muchas, muchas aventuras listas para ser vividas. «¡Miren qué hermosura!», exclamó Antonia. En ese lugar mágico, cada uno de ellos sintió cómo sus corazones latían al unísono con el universo.
«Ahora, ¿cuál es su sueño?», les preguntó Lúmina. Antonia dijo que soñaba con viajar por el mundo y conocer nuevos amigos. María, emocionada, confesó que quería ser una gran artista y contar historias con sus dibujos. Luis, lleno de energía, dijo que quería ser un aventurero famoso, conocido en todas partes.
Lúmina sonrió y les dijo: «Si trabajan juntos y creen en sus sueños, ¡no hay nada que no puedan lograr!». Los niños comprendieron que la amistad y el apoyo eran las claves para alcanzar cualquier meta que se propusieran.
Después de compartir esos momentos tan especiales, era hora de regresar a casa. Lúmina los guió de regreso al portal y les dijo: «Recuerden siempre lo que han aprendido. Las aventuras nunca terminan, solo se transforman en nuevas historias».
Con un último abrazo, Antonia, María y Luis cruzaron el portal y se encontraron nuevamente en el bosque. El gran árbol estaba ahí, y el brillo en su tronco parecía un recordatorio de su increíble aventura. Se miraron entre sí, sonriendo y riendo. «Nunca olvidaremos esto», dijo María mientras sacaba su cuaderno para dibujar el árbol mágico.
Y así, con el corazón lleno de alegría y nuevas enseñanzas, los tres amigos iniciaron el camino de regreso a casa, seguros de que cada día podría traerles nuevas aventuras si siempre mantenían la curiosidad y el valor en sus corazones.
Desde aquel día, cada vez que miraban al cielo lleno de estrellas desde su pequeño pueblo, recordaban que su viaje al origen del tiempo había comenzado con un simple paseo. Aprendieron que la amistad, la valentía y los sueños podían brillar tan intensamente como las estrellas, y que cada aventura era una oportunidad para aprender y crecer.
Con el tiempo, los tres amigos seguían explorando, siempre buscando nuevas historias y, por supuesto, ¡nuevas aventuras! Y así, su historia continúa, esperando por esos mágicos momentos que la vida tiene para ofrecer.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.