Una mañana soleada en un pequeño y encantador pueblo llamado Vallecolorido, Papita, una niña curiosa de once años, decidió que era hora de embarcarse en una aventura. Desde hacía semanas, había escuchado historias sobre Abby, la dueña de los monstruos antiguos, una misteriosa bruja que vivía en el oscuro bosque que rodeaba el pueblo. La gente decía que Abby podía comunicarse con criaturas míticas, pero nadie se atrevían a acercarse a su hogar, pues todos temían su magia.
Papita tuvo una idea. Quería descubrir la verdad sobre Abby y sus poderes. Con mucha emoción, corrió a casa para contarle a su papá y a su mamá. Papá estaba en el jardín, arreglando unas plantas, mientras que mamá estaba en la cocina preparando la merienda.
—¡Papá, mamá! —exclamó Papita, con la respiración acelerada—. ¡Tengo que contarte algo increíble!
Papá dejó de trabajar y mamó salió de la cocina, secándose las manos en un paño.
—¿Qué sucede, hija? —preguntó mamá, curiosa.
—Quiero ir a buscar a Abby, la dueña de los monstruos antiguos —dijo Papita, llena de emoción—. Necesito saber si realmente puede hablar con ellos.
Papá miró a mamá con una ceja levantada mientras mamó sonreía.
—Pero, Papita, el bosque es muy peligroso —dijo mamá, preocupada—. Nunca hemos ido allí.
—Lo sé, pero creo que puede ser una aventura. Y si Abby es una bruja, tal vez pueda ayudarnos a entender los miedos que tenemos de los monstruos.
Papá acarició la cabeza de Papita y le dijo:
—Está bien, querida. Si decides ir, debes llevar contigo algo de comida y, sobre todo, un mapa. Pero recuerda que es vital que no te alejes demasiado y que regreses antes de que oscurezca.
Papita asintió entusiasmada, llenó su mochila con bocadillos y un mapa del pueblo. Con el corazón latiendo de emoción, se adentró en el bosque. A medida que se adentraba más en la espesura, los árboles se volvían más altos y densos, haciendo que la luz del sol se filtrara en suaves destellos. El sonido de los pájaros cantando la acompañaba, y de vez en cuando, podía escuchar algún crujido a su alrededor que alimentaba su curiosidad.
De repente, Papita se encontró con un pequeño lago brillante. Al acercarse, vio su reflejo y sonrió. Pero al girar, notó que no estaba sola. Un pequeño monstruo, verde y peludo, la observaba desde detrás de un árbol.
Papita no se asustó. En su corazón, sabía que los monstruos no siempre son temibles.
—Hola —dijo Papita con amabilidad—. ¿Eres un monstruo?
El pequeño ser, que se presentó como Rufus, asintió y se acercó a ella.
—Sí, pero no soy peligroso. Solo soy un guardián del bosque. Estaba observando tu viaje. ¿Buscas a Abby?
Papita se sorprendió de que Rufus supiera sobre su misión.
—¡Sí! Quiero encontrarla para entender su magia y saber si realmente controla a los monstruos.
Rufus sonrió con un brillo en sus ojos.
—Te puedo llevar hasta ella. Pero deberás prometer que no le tendrás miedo.
Papita asintió. Había venido con la valentía de un aventurero.
—Prometo que no tendré miedo.
Rufus dio un pequeño salto y empezó a guiar a Papita por senderos escondidos y suaves colinas. Ruido detrás de ellos atrajo su atención. Pronto se unió un segundo monstruo, más grande y robusto que Rufus, con escamas de colores que brillaban como joyas.
—¡Es Tormo! —exclamó Rufus—. Es un monstruo muy fuerte, pero tiene un corazón enorme.
Tormo se presentó con una sonrisa amistosa. Con la ayuda de ambos monstruos, Papita continuó su viaje. Charlaban y reían, dejando atrás cualquier indicio de miedo. A medida que se acercaban a la morada de Abby, las sombras se alargaban, y el aire se tornaba más fresco.
Finalmente, llegaron a una cabaña de madera adornada con plantas mágicas. Era hermosa y, a su vez, inquietante. Rufus le dijo a Papita que aguardara mientras él llamaba a la puerta.
Poco después, la puerta se abrió lentamente, revelando a Abby. Tenía el pelo revuelto, una capa de colores y una mirada sabia. Papita sintió un nudo en el estómago, pero se recordó a sí misma que había prometido no tener miedo.
—¡Bienvenida, pequeña! —dijo Abby—. He estado esperando a que alguien viniera a visitarme.
Papita respiró hondo y dio un paso adelante.
—Soy Papita, y he venido a entender más sobre tus poderes y los monstruos. No tengo miedo.
Abby sonrió, y Papita sintió que su corazón se llenaba de tranquilidad.
—Esta es una buena actitud. Los monstruos son solo criaturas que han sido malinterpretadas. Me gusta cuidarlos y ayudarles a encontrar su lugar en el mundo. Ellos traen su propia magia.
—Pero, ¿por qué todos tienen tanto miedo de ellos? —preguntó Papita, intrigada.
—La mayoría de las personas temen lo que no conocen —explicó Abby—. Pero si te tomas el tiempo para entender, puedes descubrir su grandeza y dulzura. Algunos monstruos solo quieren compañía y aceptación.
Papita se sintió aliviada y agradecida. La conversación con Abby la ayudó a comprender que, a veces, lo que parece aterrador puede ser amigable y amable. Al final de su visita, Papita le pidió a Abby un pequeño consejo.
—¿Cómo puedo ayudar a los demás a no temer a los monstruos?
Abby sonrió con satisfacción.
—Comparte tu historia. Cuéntales a todos lo que has aprendido hoy. A veces, una simple palabra puede cambiar el corazón de alguien.
Con un nuevo propósito, Papita regresó al pueblo con Rufus y Tormo a su lado. Juntos, se detuvieron en la plaza del pueblo, donde muchos vecinos se habían reunido.
Papita subió a una pequeña caja y les habló sobre Abby y los monstruos. Les contó cómo habían sido malinterpretados y la importancia de la comprensión. Poco a poco, los rostros de las personas se iluminaban, y algunos niños incluso se acercaron a los monstruos, observándolos con curiosidad en lugar de miedo.
Desde ese día, Papita, Rufus y Tormo se convirtieron en los guardianes del entendimiento en Vallecolorido, difundiendo amor y amistad entre todos, sin importar su apariencia. Aprendieron que la verdadera magia reside en abrir el corazón, y así, el miedo se disipó, dando paso a una nueva era de comprensión y risas en el pueblo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.