En un reino lejano, donde las estrellas parpadeaban con el ritmo de corazones latiendo, vivía Jhoan, el hijo valiente y astuto del Rey de Corazones. A diferencia de los cuentos tradicionales, este reino estaba adornado no solo con flores y fuentes, sino también con gadgets y engranajes que giraban mágicamente alrededor del castillo, dándole un toque de ciencia ficción a la atmósfera medieval.
Un día, como cualquier otro, mientras el sol se despedía con pinceladas de naranja y violeta, una paloma mecánica llegó al castillo con una invitación que cambiaría el destino de Jhoan. Era una convocatoria de una escuela de supervillanas, conocida en los rincones más oscuros del reino. Sin embargo, Jhoan, con su espíritu libre y aventurero, rechazó la idea de asistir a tal lugar.
«No deseo aprender trucos malvados ni artimañas», declaró Jhoan frente a su padre, el Rey, quien asintió con preocupación.
Una noche oscura, mientras la luna brillaba alto y clara, Jhoan salió al jardín del castillo. Cantaba melodías de héroes y batallas pasadas, desconociendo que su vida estaba a punto de tomar un giro inesperado. Los soldados de Corazones, vestidos en sus trajes rojos y negros, marchaban al ritmo de tambores que resonaban como truenos lejanos.
De repente, sin previo aviso, Jhoan lanzó una dinamita de corazones de papel hacia el cielo, que explotó en mil colores sobre los soldados. El acto era una travesura, una protesta contra la rigidez de las reglas del reino. Pero la situación se complicó rápidamente cuando los soldados lo vieron en el techo del castillo.
«¡Si no atrapamos a Jhoan, el Rey nos quitará la cabeza!» gritaban mientras corrían hacia él. Jhoan, en un intento desesperado por escapar, saltó del techo y accidentalmente dañó un retrato antiguo de su padre.
En ese momento crítico, cuando parecía que no había escapatoria, una figura misteriosa apareció. Era Iker, el hijo de Cenicienta, vestido con una túnica azul y con el pelo tan azul como la medianoche. Con una sonrisa confiada, extendió su mano hacia Jhoan.
«Ven conmigo si quieres ver un mundo diferente», dijo Iker, mientras una garra mecánica emergía de su manga y los elevaba hacia la seguridad de las nubes.
Jhoan, impresionado y agradecido, aceptó la ayuda de Iker, iniciando una aventura que los llevaría a través de paisajes llenos de maravillas científicas y retos que pondrían a prueba su ingenio y valentía. Viajaron por ciudades flotantes, bosques donde los árboles cantaban, y mares donde las olas contaban historias.
Con cada aventura, Jhoan aprendió el valor de la amistad, la importancia de cuestionar las normas y la profundidad de su propio coraje. A su lado, Iker, con su conocimiento de los caminos menos recorridos y los secretos mejor guardados, se convirtió en más que un amigo; se convirtió en un hermano.
Cuando finalmente regresaron al Reino de Corazones, Jhoan no solo había escapado de la captura, sino que había transformado su perspectiva del mundo y de sí mismo. Frente a su padre, contó las historias de sus viajes y las lecciones aprendidas. El Rey, al principio severo, no pudo evitar sonreír ante el brillo en los ojos de su hijo.
«Has encontrado tu propio camino, y eso es más valioso que seguir ciegamente las tradiciones», dijo el Rey, abrazando a Jhoan y a Iker como a sus propios hijos.
Desde entonces, Jhoan no solo fue conocido como el hijo del Rey de Corazones, sino como un héroe de su propia historia, un joven que, con la ayuda de un amigo inesperado, aprendió a ver más allá de las expectativas y a vivir una vida de aventuras sin fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.