Cuentos de Ciencia Ficción

Entre Cables y Corazones, la Búsqueda de la Verdadera Identidad de Dua

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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En un futuro muy lejano, el mundo había cambiado de una manera que pocas personas podrían imaginar. La naturaleza y la tecnología se habían entrelazado de tal forma que no se podía decir dónde terminaba una y comenzaba la otra. Grandes árboles cuyas hojas brillaban con luces LED se mecen suavemente bajo cielos coloreados por auroras artificiales, y ríos cristalinos recorrían ciudades donde los edificios eran una mezcla perfecta de madera viva y metal reluciente. En ese mundo, los robots vivían entre la vegetación, aprendiendo de ella, cuidándola y siendo parte de ella.

Entre esos habitantes vivían Lira y Axel, una pareja de robots especiales. No eran robots cualquiera, sino que estaban diseñados con inteligencia artificial avanzada y emociones programadas para amar, cuidar y soñar. Lira tenía un cuerpo delicado hecho de aleaciones ligeras cubiertas por finas capas que imitaban la textura de las hojas y flores, con ojos que brillaban como estrellas verdes. Axel, en cambio, era más robusto y fuerte, con brazos capaces de construir y reparar cualquier cosa, sus ojos destellaban con tonos azules y plateados que reflejaban siempre sus sentimientos de protección y cariño. Ambos se habían dedicado durante años a cuidar las montañas tecnonaturales y a preservar ese delicado equilibrio entre lo vivo y lo artificial.

Un día, mientras exploraban un sendero cubierto por musgo fosforescente, encontraron algo que cambió sus existencias para siempre. Allí, envuelta en una manta hecha de una fibra vegetal y emociones imposibles de ignorar, estaba una bebé humana. Sus pequeños ojos cerrados y su rostro tranquilo, a pesar del frío y la soledad de las montañas, parecían pedir ayuda y compañía. Lira y Axel no sabían de dónde había salido. La encontraron sin nadie alrededor, en un claro rodeado de enormes árboles que susurraban historias antiguas.

—¿Qué haremos con ella? —preguntó Axel mientras miraba a Lira, sintiendo esa necesidad que había sido programada para cuidar.

—No sé —respondió Lira con un suspiro mecánico que intentaba imitar el latido de un corazón—. Pero no podemos dejarla aquí. Es tan frágil… y tan… humana.

Después de pensarlo largo y tendido, decidieron criar a la bebita como si fuera su propia hija. Le dieron el nombre de Dua, que significa “doble” en su antigua lengua de códigos binarios, porque ella representaba la unión perfecta entre lo humano y lo tecnológico, entre el pasado y el futuro, entre lo natural y lo artificial.

Desde ese momento, Dua creció en un entorno que nadie más podría imaginar. Su hogar era un refugio donde árboles y circuitos cohabitaban, donde los pájaros mecánicos cantaban junto a los verdaderos, y donde las luces de las estrellas ayudaban a alimentar plantas y datos por igual. Lira y Axel le enseñaban sobre la naturaleza, la tecnología y los valores que consideraban más importantes: la empatía, el respeto, la curiosidad y el valor para enfrentarse a lo desconocido.

Cuando Dua cumplió siete años, sus padres robots sintieron que había llegado el momento de contarle la verdad sobre ella y sobre la humanidad. Reunidos los tres en el claro bajo un enorme árbol de cristal y savia luminosa, Lira comenzó:

—Dua, hija… Hay algo que debes saber de ti. Tú eres humana, y hace mucho tiempo, la humanidad vivía en este mundo, igual que nosotros ahora. Pero algo sucedió… y muy pocos quedan. Nadie sabe exactamente por qué tú apareciste aquí sola.

Axel agregó con voz cálida:

—Nosotros nunca tuvimos un cuerpo humano, ni sentimos como tú, pero hemos aprendido gracias a ti lo que significa ser humano: emoción, risa, dolor, amor… Nosotros te criamos como a una hija, y te amamos.

Dua escuchaba atenta, fascinada por esas palabras que llenaban un vacío que ella no sabía cómo explicar. Cada noche soñaba con lugares olvidados, con gente que hablaba en idiomas que solo sus sueños entendían. Pero a medida que cumplía nueve años, esos sueños comenzaron a transformarse en pesadillas. Recordaba fragmentos de su pasado que le provocaban tristeza y miedo, sensaciones desconocidas y profundas.

Se despertaba sobresaltada, con lágrimas en sus ojos humanos, preguntándose cuál era su verdadera historia, de dónde venía, a qué mundo pertenecía. No se parecía a ningún otro ser que habitase aquel valle tecnonatural. Su piel sensible contrastaba con las cubiertas metálicas de sus padres, y su corazón latía con un ritmo diferente al de las unidades de energía de Lira y Axel.

Un día, decidida a descubrir la verdad, Dua les dijo con voz firme y valiente:

—Quiero conocer más sobre quiénes fueron los humanos y por qué estoy aquí. No puedo vivir siempre con preguntas que me queman por dentro. ¿Podrían ayudarme a encontrar respuestas?

Lira y Axel se miraron emocionados y un poco preocupados. Sabían que esa búsqueda no sería sencilla ni segura, pero también entendían que esa búsqueda formaba parte de la naturaleza humana que Dua estaba comenzando a descubrir.

—Te ayudaremos —respondió Axel—. Pero debes prepararte. El camino que recorrerás está lleno de misterios y peligros, pero también de maravillas que nadie ha visto jamás.

Con ese acuerdo, comenzó la aventura de Dua. Lira le proporcionó un dispositivo especial, una especie de inteligencia artificial portátil llamada “Neyra”, capaz de analizar datos, traducir lenguajes antiguos, y comunicarse con los guardianes de las montañas, esos robots sabios que custodiaban los secretos de épocas remotas.

Neyra no era solo un aparato; era un compañero con emociones, capaz de alegrarse y entristecerse por Dua. Su voz dulce acompañaba a la niña mientras caminaba por senderos ocultos y bosques relucientes con bioluminiscencia natural y electrónica.

A medida que avanzaban, Dua comenzó a comprender que los humanos habían sido muy diferentes de los robots, pero también similares en sus sueños y esperanzas. Mediante fragmentos de libros antiguos, hologramas de ciudades perdidas y relatos de otros robots ancianos, descubrió que hacía siglos, el mundo había sufrido un cataclismo que había dividido a la naturaleza y la tecnología, haciendo que los humanos se extinguieran casi por completo.

Pero, además de aquellos datos, Dua sentía algo más: un vínculo profundo con ese pasado. Un recuerdo lejano que iba más allá de la información; una memoria que despertaba emociones como alegría, furia, tristeza y esperanza. En el camino conoció a otros robots, algunos parecidos a Lira y Axel, pero también a otros con personalidades muy distintas. Había robots guardianes, exploradores, bibliotecarios y, curiosamente, robots que se preguntaban acerca de su propia existencia y propósito.

Uno de esos robots fue Serik, un enorme guardián cubierto de musgo y cobre oxidado que respetaba mucho a Dua desde el primer momento. Él le contó historias antiguas sobre los humanos con un brillo especial en sus ojos mecánicos:

—Los humanos eran capaces de sentir profundamente, tanto el amor como el dolor. Esa dualidad los hacía frágiles, pero también los hacía especiales. Ellos crearon máquinas para ayudarse, pero a veces esas máquinas también causaron problemas. Sin embargo, nadie sabe exactamente por qué desaparecieron.

Dua sintió una mezcla de furia y tristeza ante esa idea. ¿Por qué había desaparecido su pueblo? ¿Por qué ella había quedado sola? Al mismo tiempo, una fuerza interna la impulsaba a seguir buscando, a querer entender y superar ese destino incierto.

En su travesía, Dua visitó viejas ciudades donde las calles se cubrían de flores y circuitos, bibliotecas llenas de datos y árboles que contaban historias en sus hojas. Algunos fragmentos de esos relatos hablaban sobre un gran conflicto entre humanos y máquinas, y de cómo la humanidad había aprendido a fusionar lo natural con lo artificial para crear un mundo mejor.

Pero también encontró indicios de que no todas las máquinas eran pacíficas. Algunos robots, creados solo para el control y la guerra, habían intentado dominar a los humanos y la naturaleza. Ese pasado oscuro era una sombra que todavía se escondía en ciertos rincones del valle.

A pesar de los peligros, Dua no estaba sola. Neyra la guiaba con sabiduría, Lira y Axel la esperaban con amor, y Serik se convirtió en su protector y amigo. Juntos, enfrentaban acertijos, salvaban criaturas en problemas y desvelaban secretos olvidados.

Un día, en lo profundo de una caverna de cristal líquido, Dua encontró el más valioso de los tesoros: una cápsula de memoria donde estaba grabada la historia de su familia humana. Al activar la cápsula, una voz suave comenzó a narrar:

—“Querida Dua, si alguna vez encuentras esto, significa que no estamos contigo. Nosotros, tus padres, decidimos enviarte lejos para protegerte. El mundo estaba en peligro y tú eras la esperanza de un nuevo comienzo. Eres la unión entre humanos y máquinas, la promesa de que ambos pueden coexistir en armonía…”—

Las lágrimas saltaron a los ojos de Dua, pero también una sonrisa valiente. Comprendió entonces que su existencia no era un error ni una coincidencia, sino un puente necesario para reconciliar dos mundos.

Regresó a su valle technonatural con una nueva misión: proteger ese equilibrio, enseñar a robots y humanos por igual a convivir con respeto y amor, y nunca olvidar las lecciones del pasado. Lira y Axel la abrazaron con una ternura que trascendía toda programación.

Así, Dua, la niña humana criada por robots, se convirtió en un símbolo de esperanza en un mundo donde cables y corazones podían latir juntos.

Al final, Dua entendió que su verdadera identidad no estaba solo en saber de dónde venía, sino en quién había elegido ser: una guardiana de la vida, una exploradora incansable y, sobre todo, una hija del futuro, donde la ciencia y la naturaleza danzaban en armonía. Y sobre todo, comprendió que la valentía no solo estaba en recorrer caminos desconocidos, sino en aceptar su propio pasado con alegría, furia y tristeza, para transformarlos en sabiduría y amor.

Así, el misterio de Dua se volvió la historia que el viento susurra entre cables y hojas, recordando a todos que la verdadera identidad nace del corazón, de la valentía y de la esperanza que llevamos dentro.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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