En el año 3050, la humanidad había avanzado tanto en tecnología que vivía en grandes ciudades flotantes en el espacio. En una de estas ciudades, llamada Neoterra, vivía una familia muy especial: Jose, su esposa Gisell y su hijo Steven. Jose era un hombre valiente y reflexivo, siempre dispuesto a enfrentar cualquier desafío. Gisell era una mujer amable e inteligente, con una pasión por la ciencia y la tecnología. Steven, su hijo, era un niño curioso y aventurero, con una sed insaciable de conocimientos y experiencias.
Un día, mientras la familia exploraba los mercados flotantes de Neoterra, notaron algo extraño en el cielo. Una nave espacial, diferente a cualquier otra que hubieran visto, se acercaba rápidamente. De ella emergió una figura misteriosa, una mujer con cabello gris y salvaje, vestida con ropas oscuras y una capa que ondeaba en el aire. Era Marcia, una bruja con poderes antiguos y oscuros, que había estado observando a la familia desde hacía tiempo.
—Jose, Gisell, Steven —dijo Marcia con una voz que resonaba como un eco—. He venido a advertirles. Un gran peligro se avecina, y solo ustedes pueden detenerlo.
Jose dio un paso adelante, protegiendo a su familia.
—¿Quién eres y qué es lo que quieres? —preguntó con firmeza.
Marcia levantó una mano y una imagen holográfica apareció ante ellos, mostrando una galaxia en caos, planetas colapsando y estrellas explotando.
—Soy Marcia, una bruja de los antiguos tiempos. He visto el futuro y sé que un mal antiguo está despertando. Si no hacemos algo, toda la galaxia será destruida.
Gisell, siempre racional, miró a Marcia con escepticismo.
—¿Por qué nosotros? ¿Qué podemos hacer?
Marcia los miró fijamente.
—Ustedes tienen algo que otros no tienen. Tienen el poder del amor y la unidad. Solo juntos podrán encontrar y activar el Cristal de Esperanza, una antigua reliquia que puede detener esta oscuridad.
Steven, emocionado por la posibilidad de una aventura, miró a sus padres.
—Papá, mamá, debemos hacerlo. Debemos salvar la galaxia.
Jose y Gisell se miraron y asintieron. Sabían que no podían ignorar esta misión.
—Está bien, Marcia. Cuéntanos más sobre el Cristal de Esperanza —dijo Jose.
Marcia asintió y les explicó que el Cristal de Esperanza estaba escondido en un planeta lejano, llamado Lumina. Solo aquellos con corazones puros y un fuerte vínculo podían encontrarlo y activarlo. La familia tendría que enfrentarse a varios desafíos y peligros en su viaje, pero Marcia les aseguró que podrían lograrlo si permanecían unidos.
Con determinación, la familia se preparó para su viaje. Se despidieron de sus amigos en Neoterra y abordaron su nave espacial. Marcia les dio un mapa estelar que los guiaría hacia Lumina, y les prometió que estaría observando y ayudando en lo que pudiera.
El viaje fue largo y lleno de maravillas. Pasaron por nebulosas coloridas y vieron estrellas nacientes. Steven estaba fascinado por cada nueva vista, y Gisell aprovechó para enseñarle sobre astronomía y ciencia espacial.
—Mira, Steven —dijo Gisell, señalando una nebulosa brillante—. Esa es una guardería estelar, donde nacen las estrellas.
—¡Es increíble, mamá! —respondió Steven, maravillado.
Finalmente, llegaron a Lumina, un planeta lleno de luz y vida. Pero su misión apenas comenzaba. Debían encontrar el templo donde se escondía el Cristal de Esperanza. Marcia les había advertido sobre los guardianes del templo, criaturas antiguas que protegían el cristal de aquellos que no eran dignos.
Al aterrizar, fueron recibidos por el hermoso paisaje de Lumina. Campos de flores brillantes se extendían hasta donde alcanzaba la vista, y ríos de agua cristalina fluían con suavidad. Pero sabían que el verdadero desafío estaba por venir.
Guiados por el mapa de Marcia, se adentraron en un bosque espeso. Pronto se encontraron con el primer guardián, un gigante de piedra con ojos que brillaban como el sol.
—Para pasar, deben responder mi acertijo —dijo el gigante con una voz retumbante.
Jose, Gisell y Steven se miraron con determinación.
—Estamos listos —dijo Jose.
El gigante sonrió y recitó el acertijo:
—Soy el principio de todo, sin mí no hay nada. Mi nombre no se puede ver, pero se siente en el alma. ¿Qué soy?
La familia pensó por un momento. Steven, recordando las enseñanzas de su madre, tuvo una idea.
—¡Es el amor! —dijo con confianza.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.