Cuentos Clásicos

Amor y Control: La Tragedia de un Corazón Desgarrado

Lectura para 11 años

Tiempo de lectura: 5 minutos

Español

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Martín era un chico de once años que siempre había destacado en su escuela por su risa contagiosa y su capacidad para hacer reír a los demás. Tenía una energía inagotable y una sonrisa que podía iluminar incluso los días más nublados. Sus amigos lo adoraban, y todos querían estar cerca de él. Sin embargo, había algo en su personalidad que podía cambiar en un solo instante. Esa chispa que lo definía a menudo se transformaba en un lado posesivo que él mismo no comprendía del todo. A veces, su deseo de que las cosas fueran de una manera específica lo convertía en alguien diferente, y ese lado oscuro asomaba cuando le preocupaba perder a las personas que quería.

Leonora, por otro lado, era una niña conocida por su ternura y amabilidad. Era un poco más tranquila que Martín, pero tenía un corazón lleno de sueños. Amaba la naturaleza y pasaba horas observando las mariposas en el jardín de su casa. Sus amigos la describían como un rayo de sol, siempre dispuesta a ayudar y a escuchar. Cuando conoció a Martín, sintió una conexión especial. Su risa era contagiosa, y disfrutaba de su compañía. Sin embargo, lo que Leonora no sabía era que, detrás de esa sonrisa radiante, se escondía una lucha interna en Martín que podría cambiarlo todo.

Un día, en una excursión escolar al parque, Martín y Leonora se encontraron sentados en una piedra, observando a los demás jugar. El sol brillaba con fuerza y las risas resonaban en el aire. Después de una charla que fluyó naturalmente, Martín tomó la mano de Leonora y, mirándola a los ojos, le confesó que estaba enamorado de ella. Leonora se sonrojó, el corazón le dio un salto y sonrió. Esa fue la primera vez que sintió mariposas en el estómago. A partir de ahí, comenzaron a pasar más tiempo juntos, compartiendo sus sueños y temores.

Al principio, todo pareció perfecto. Martín hacía reír a Leonora con sus ocurrencias y bromas, y ella le recordó a él la importancia de la tranquilidad y la belleza del mundo. Pero poco a poco, el carácter posesivo de Martín empezó a asomarse. Al principio, era sutil: quería que Leonora lo eligiera a él en las actividades grupales, y se molestaba si ella pasaba tiempo con otros chicos. Leonora lo veía como una simple preocupación, una manera de demostrarle que le importaba. Sin embargo, con el tiempo, los comportamientos de Martín se volvieron más evidentes.

Una tarde, mientras Leonora ayudaba a su amiga Clara con un proyecto escolar, Martín llegó furioso. «¿Por qué pasas tanto tiempo con ella? ¿Es que no prefieres estar conmigo?» Leonora se sorprendió. Aquel no era el Martín encantador que había conocido. «Solo le estoy ayudando, Martín. No es para tanto», le respondió con tono tranquilo. Pero él no lo vio así. La ira comenzó a nublar su juicio, y poco a poco, su necesidad de control comenzó a eclipsar lo que sentía realmente por ella.

La situación se intensificó cuando Martín empezó a hacer comentarios hirientes. Un día en el recreo, cuando unos compañeros estaban bromeando sobre las calificaciones, Martín, intentando hacerse el gracioso, dijo en voz alta: «Al menos yo no tengo que copiar como Leonora para sacar buenas notas». Sus palabras resonaron en la mente de Leonora como dagas atravesando su corazón. Ella se sintió devastada y avergonzada.

Leonora pensó que quizás Martín estaba pasando por un mal momento y decidió no darle demasiada importancia. Pero su comportamiento no mejoró. Un día, mientras jugaban al fútbol con algunos amigos, Martín se enojó porque Leonora había jugado mejor que él. En un arranque de ira, la empujó un poco más fuerte de lo necesario, y ella cayó al suelo. Fue un acto instintivo, pero dejó a Leonora en shock. Se levantó molesta y, con lágrimas en los ojos, le dijo que no estaba bien lo que había hecho. Martín, asustado por su reacción, intentó disculparse, pero ya había cruzado una línea peligrosa.

El tiempo pasó, y aunque Martín intentó cambiar su comportamiento por un tiempo, no pudo evitar caer otra vez en sus viejos patrones. Leonora, por su parte, se sentía atrapada entre el cariño que sentía por él y el miedo a sus reacciones. A veces se preguntaba si era su culpa que Martín fuera así, se culpaba a sí misma por no poder arreglarlo. Entonces, se dio cuenta de que no estaba bien, que debía hablar con alguien sobre sus sentimientos. Con el corazón en vilo, se acercó a su madre y le contó lo que estaba sufriendo. Su madre la escuchó con atención y le explicó la diferencia entre el amor y el control. «Nadie debe hacerte sentir mal, cariño. El amor debe hacerte sentir bien», le dijo.

Con esa conversación en mente, Leonora trató de hablar con Martín. Lo encontró sentado solo en un banco del parque, una escena que le rompió el corazón. Al acercarse, notó que el brillo en sus ojos había desaparecido. «Martín, necesitamos hablar», began.

«¿De qué se trata?» preguntó él, con nerviosismo en la voz.

«De nosotros. De cómo me haces sentir. A veces, me siento más asustada que feliz a tu lado. Siento que me controlas, y eso no es amor».

Martín la miró fijamente, y aunque en su interior se sentía herido, una parte de él empezó a darse cuenta de que Leonora tenía razón. Sin embargo, lo negaba. Su reacción fue de defensa. «No es así. Solo me importas demasiado, eso es todo», argumentó, tratando de justificar su comportamiento.

«Esa no es una excusa, Martín. El amor no debería doler. Debe ser liberador», respondió Leonora, intentando que su voz no temblara.

El silencio quedó suspendido entre ellos, pesado y denso. Martín sintió en su pecho un nudo de angustia. Sabía que lo que Leonora decía era verdad, pero no podía dejar de aferrarse a su inseguridad. Temía perderla. Sin embargo, no podía permitir que su miedo transformara su amor en control. Se sintió atrapado en un laberinto de emociones encontradas.

Los días siguientes fueron difíciles. Leonora decidió que necesitaba un tiempo a solas para reflexionar sobre su relación. Se sintió triste y perdida. No sabía si debería dejar a Martín o intentar ayudarlo a cambiar. Mientras tanto, Martín luchaba en su interior. Era consciente de que algo estaba mal, pero cada vez que intentaba cambiar, su ansiedad lo consumía, llevándolo a querer controlar aún más a Leonora, convirtiendo su amor en una prisión.

Un día, mientras Leonora paseaba por el parque, un horrible accidente ocurrió. Un ciclista que iba a alta velocidad no vio a una niña que intentaba cruzar la calle y, al intentar esquivarla, se estampó contra un árbol. Por inercia, el ciclista cayó al suelo, y muchos se acercaron a ver qué había ocurrido. Leonora, llena de preocupación por el ciclista, se precipitó hacia el lugar del accidente, sin pensar en las consecuencias. Martín, quien la vio de lejos, sintió que su corazón se detenía. Corrió tras ella, gritando su nombre.

«¡Leonora, cuidado!» gritó, pero era demasiado tarde. En su intento por alcanzar a Leonora, Martín perdió el equilibrio y, sin poder evitarlo, se estrelló contra ella, apagando su camino. En una fracción de segundo, todo se volvió un caos. Leonora cayó al suelo y, cuando Martín intentó atraparla, se dio cuenta de que había caído sobre ella al aterrizar.

Los presentes se agolpaban, y el pánico llenó el aire. Leonora se quedó inmóvil en el suelo. Martín, lleno de horror y culpa, se dio cuenta de lo que había hecho. «¡Leonora, por favor, respóndeme!» gritó, sintiendo que su mundo se desmoronaba. Los paramédicos llegaron poco después, y él no se separó de su lado, con el corazón asustado al ver cómo la atendían. Pero era demasiado tarde. Leonora no iba a volver.

El tiempo pasó con lentitud para Martín. Sintió que una parte de él se había perdido para siempre. La tristeza lo envolvió como una sombra oscura; en su interior, sentía que nunca podría perdonarse por lo que había hecho. Lo que había empezado como una relación llena de promesas se había tornado en una tragedia desgarradora. No podía entender cómo había llegado a ese punto. Los días y las noches se convirtieron en un maratón de recuerdos que lo martillaban. Recordaba sus risas, sus sueños compartidos, y también las palabras nobles que ella le había dicho sobre el amor; deseaba tanto volver el tiempo atrás.

Sus amigos intentaron consolarlo, pero no había palabras que pudieran aliviar ese inmenso vacío. Cada vez que se miraba al espejo, veía el rostro de Leonora reflejado en sus ojos y la culpa amenazaba con consumirlo. Se sentía perdido, como un náufrago en un océano de desolación. Había dejado que sus miedos lo controlaran y había perdido lo más precioso en su vida: su amor por Leonora.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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