Había una vez una niña llamada Anita, que vivía en una casa colorida con su mamá. Anita era una niña muy curiosa y le encantaba aprender cosas nuevas. Recientemente, en el colegio, había aprendido sobre las sílabas y se convirtió en su juego favorito.
Anita pasaba sus días explorando cada rincón de su hogar, buscando objetos para descomponer en sílabas. Veía una mesa y, con una sonrisa, aplaudía diciendo: «me-sa». Observaba sus muñecas y, emocionada, repetía: «mu-ñe-ca». Así, con todos los objetos que veía a su alrededor, Anita jugaba y aprendía.
Un día, su mamá notó que Anita estaba muy triste. Preocupada, se acercó y le preguntó: «¿Qué te pasa, Anita?». Con una mirada desanimada, Anita respondió: «Mamá, ya sé cuántas sílabas tienen todos los objetos de la casa y no sé qué más hacer. Estoy triste porque no encuentro nada nuevo para aprender».
La mamá de Anita, siempre ingeniosa, tuvo una idea brillante. Tomó una hoja de papel y dibujó un perro. Le mostró el dibujo a Anita y le preguntó: «¿Puedes decirme qué es lo que dibujé?». Anita, sin mucho entusiasmo, respondió: «Es un perro, mamá».
Entonces, la mamá le dijo: «Ahora dime, ¿cuántas sílabas tiene?». Anita, sin ánimos, aplaudiendo, dijo: «pe-rro, son solo dos, es muy fácil». La mamá sonrió y preguntó: «¿Y cuál será la sílaba inicial?». Anita, asombrada, se quedó pensativa, pues no sabía qué responder.
La mamá le explicó que la sílaba inicial es la que empieza cada palabra. Dio otro ejemplo: «Si digo ‘auto’, ¿cuál será la sílaba inicial?». Anita primero separó las sílabas de la palabra aplaudiendo y luego, alegre, exclamó: «¡A! Esa es la sílaba inicial de la palabra ‘auto'».
Ambas sonrieron y, desde ese día, Anita decidió dibujar muchos objetos, animales y cosas. Cada tarde, cuando su mamá llegaba del trabajo, Anita le mostraba sus dibujos y juntas descubrían cuál era la sílaba inicial de cada uno.
Con cada día que pasaba, Anita se volvía más experta en encontrar la sílaba inicial de cada palabra. Su mamá, viendo el entusiasmo de su hija, decidió llevar el juego a otro nivel.
Un día, después de cenar, la mamá le dijo a Anita: «¿Qué te parece si jugamos a encontrar la sílaba final de las palabras?». Anita, con los ojos brillantes de emoción, aceptó el desafío. Empezaron con palabras sencillas como «gato», «casa» y «flor». Anita aplaudía y, con una sonrisa, decía la última sílaba de cada palabra: «to», «sa», «lor».
Después de unos días, Anita ya no solo buscaba la sílaba inicial, sino también la final de cada palabra. El juego se volvió aún más divertido y desafiante. Ahora, cuando dibujaba, no solo escribía la sílaba inicial, sino también la final junto a cada dibujo.
La mamá de Anita, viendo el progreso de su hija, pensó en una nueva actividad. «Anita, ¿y si ahora intentamos formar nuevas palabras combinando las sílabas que ya conoces?». Anita, siempre lista para un nuevo desafío, aceptó con entusiasmo.
Empezaron a jugar a combinar sílabas. Por ejemplo, de «sol» y «luna», crearon «suna» y «lul». Se reían juntas de las divertidas y a veces extrañas palabras que inventaban. Este juego no solo ayudaba a Anita a practicar las sílabas, sino que también estimulaba su creatividad e imaginación.
Con el tiempo, Anita se convirtió en una experta en sílabas. No solo sabía la sílaba inicial y final de casi todas las palabras que conocía, sino que también podía crear palabras nuevas y divertidas.
Un día, la mamá de Anita le trajo un regalo especial: un libro de cuentos. «Ahora que eres una experta en sílabas, ¿qué te parece si empezamos a leer juntas?». Anita, emocionada, abrió el libro y, con la ayuda de su mamá, comenzó a leer las primeras palabras.
El juego de las sílabas se había convertido en una aventura maravillosa que llevó a Anita a descubrir el mágico mundo de la lectura. Ahora, cada noche, antes de dormir, Anita y su mamá leían un cuento juntas. Anita aprendía nuevas palabras, y con cada palabra, un nuevo mundo se abría ante sus ojos.
El juego de las sílabas había comenzado como un simple pasatiempo, pero terminó siendo una puerta hacia un universo lleno de historias, aventuras y conocimiento. Anita estaba agradecida por haber aprendido algo tan valioso y divertido. Y su mamá, feliz de ver a su hija crecer y aprender cada día más.
Cuentos cortos que te pueden gustar
La Fantástica Aventura de Mati, Ana, Tequi y Max
El Bosque Encantado y el Espejo Mágico
La Increíble Aventura de los Grillos en la Escuela
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.