Cuentos Clásicos

Carlos y Juan un Día en el Parque

Lectura para 4 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez dos amigos muy especiales llamados Carlos y Juan. Carlos tenía el cabello rizado y marrón, y unos grandes ojos marrones que siempre brillaban de alegría. Juan tenía el cabello liso y negro, y unos curiosos ojos azules que siempre estaban atentos a todo lo que ocurría a su alrededor.

Un día soleado, Carlos y Juan decidieron pasar la tarde en el parque. El parque estaba lleno de árboles altos y frondosos, flores de muchos colores y un césped verde y suave que invitaba a correr y jugar. Carlos llevaba consigo una cometa roja que había hecho con su papá, y Juan llevaba una pequeña red para atrapar mariposas.

Al llegar al parque, Carlos y Juan corrieron hacia una colina para volar la cometa. Carlos sostenía la cometa con una mano y la cuerda con la otra, mientras Juan lo ayudaba a desplegarla. Con una ráfaga de viento, la cometa empezó a elevarse hacia el cielo, y pronto estaba volando alto, muy alto, con su cola de colores ondeando detrás.

—¡Mira cómo vuela, Juan! —dijo Carlos emocionado—. ¡Es la cometa más bonita del mundo!

—¡Sí! —respondió Juan, saltando de alegría—. ¡Es increíble, Carlos!

Mientras la cometa seguía volando, Juan vio una mariposa de colores brillantes que revoloteaba cerca de las flores. Con su red en mano, empezó a perseguirla, riendo y corriendo por el césped. La mariposa era rápida, pero Juan no se daba por vencido. Carlos, al ver a su amigo tan feliz, decidió bajar la cometa para unirse a él.

—¡Vamos a atrapar esa mariposa juntos! —exclamó Carlos, dejando la cometa a un lado.

Ambos amigos corrieron detrás de la mariposa, saltando y riendo. La mariposa los llevó por todo el parque, pasando por árboles y flores, hasta que finalmente se posó en una flor amarilla. Juan se acercó con cuidado y, con un rápido movimiento, logró atrapar la mariposa en su red.

—¡Lo hicimos, Carlos! —dijo Juan con una gran sonrisa—. ¡Mira qué bonita es!

Carlos se acercó para ver la mariposa. Sus alas tenían colores brillantes, como el sol y el cielo al atardecer. Después de admirarla por un momento, decidieron dejarla libre para que siguiera volando felizmente por el parque.

—Vamos a explorar más, Juan —sugirió Carlos—. Seguro hay más cosas divertidas por descubrir.

Los dos amigos caminaron por un sendero que los llevó a un pequeño estanque. En el estanque había patos nadando y peces que saltaban en el agua. Carlos y Juan se sentaron en el borde y comenzaron a lanzar migajas de pan que habían traído para alimentar a los patos.

—¡Mira, esos patitos son tan lindos! —dijo Carlos mientras un pato bebé se acercaba a comer.

—Sí, son muy tiernos —asintió Juan—. ¿Te imaginas vivir en el agua todo el tiempo?

—Sería divertido —respondió Carlos—, pero creo que me gusta más correr y jugar en el césped.

Después de pasar un buen rato en el estanque, Carlos y Juan decidieron regresar a la colina para volar la cometa una vez más antes de que fuera hora de irse a casa. Al llegar, notaron que el viento había aumentado, lo que era perfecto para que la cometa volara aún más alto.

Carlos tomó la cometa y, con la ayuda de Juan, la lanzó nuevamente al cielo. Esta vez, la cometa voló tan alto que parecía tocar las nubes. Los dos amigos se recostaron en el césped, mirando cómo la cometa se movía con el viento.

—Hoy ha sido un día maravilloso, Juan —dijo Carlos, sonriendo—. Me alegra que hayamos venido al parque.

—Sí, ha sido muy divertido —respondió Juan—. ¡Deberíamos hacerlo más a menudo!

El sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de colores naranjas y rosados. Era una vista hermosa que marcaba el final de un día perfecto. Los amigos recogieron sus cosas y comenzaron a caminar de regreso a casa, hablando sobre todas las aventuras que habían tenido ese día y planeando nuevas para el futuro.

Mientras caminaban, Carlos y Juan se dieron cuenta de que lo mejor de todo era haber pasado el día juntos. No importaba si volaban una cometa o perseguían mariposas, lo importante era la amistad y las risas que compartían.

Cuando llegaron a sus casas, se despidieron con un fuerte abrazo y prometieron volver al parque muy pronto. Esa noche, ambos se fueron a dormir con una sonrisa en el rostro, soñando con nuevas aventuras y sabiendo que siempre tendrían a su mejor amigo a su lado.

Y así, en el pequeño pueblo, Carlos y Juan siguieron disfrutando de muchos más días en el parque, creando recuerdos y fortaleciendo su amistad con cada nueva experiencia. Y cada vez que veían una cometa en el cielo o una mariposa revoloteando, recordaban aquel día especial y sonreían, sabiendo que la verdadera magia estaba en los momentos compartidos con los amigos.

Fin.

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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