Cuentos Clásicos

El Árbol de los Sombreros

Lectura para 8 años

Tiempo de lectura: 2 minutos

Español

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Había una vez, en el corazón del mágico bosque de Gulubú, un árbol muy especial llamado Sombrera. Este no era un árbol común, no, Sombrera no solo ofrecía una generosa sombra con sus ramas extendidas, sino que, en lugar de frutos, ¡daba sombreros! Era un árbol tan bondadoso que todo el mundo en el pueblo cercano acudía cada primavera para recoger los más finos sombreros que crecían en sus ramas. Allí había gorras para los niños traviesos, bonetes para las mamás, galeras elegantes para el señor más distinguido y birretes para aquellos que buscaban un toque de sabiduría.

La vida en el pueblo era tranquila y todos convivían en paz. Cuando llegaba la primavera, las familias se reunían bajo las frondosas ramas de Sombrera, tomaban los sombreros que necesitaban con respeto y alegría, y nunca se peleaban. Todos sabían que Sombrera daba más que suficiente para todos, así que nadie codiciaba más de lo que le correspondía. Era un pacto silencioso entre el árbol y los habitantes del pueblo.

Pero un día, el viento empezó a soplar de una manera extraña, trayendo consigo algo oscuro. No era una tormenta ni un mal presagio del bosque. No, lo que traía era mucho peor: ¡era la llegada de Platini, un comerciante muy rico y egoísta!

Platini había escuchado rumores sobre el árbol que daba sombreros y decidió que debía poseerlo para sí mismo. Conducía un lujoso automóvil de oro decorado con perlitas brillantes, y cuando llegó al bosque, no se molestó en saludar ni en pedir permiso. Simplemente apareció y, sin perder tiempo, empezó a gritar a los aldeanos que estaban recolectando sus sombreros pacíficamente.

—¡Fuera de aquí! —vociferaba Platini, atropellando a los vecinos—. ¡Todos estos sombreros son míos! ¡Me llevaré el árbol a mi palacio, donde nadie más podrá tocarlo!

El pueblo entero quedó en silencio. Nadie podía creer lo que veían. Sombrera, el árbol que había sido generoso con todos, estaba a punto de ser arrancado de su hogar. El viento soplaba con fuerza, como si intentara detener al comerciante, pero Platini era imparable. Mandó a sus sirvientes, vestidos con trajes tan lujosos como fríos, para que desenterraran el árbol.

Los aldeanos miraban con tristeza cómo los sirvientes cavaban alrededor de las raíces de Sombrera. El gran árbol parecía triste también, sus hojas temblaban bajo el soplo del viento y sus ramas, una vez llenas de vida, empezaban a inclinarse de manera sombría. Finalmente, lo desenterraron y lo cargaron sobre el automóvil de Platini, que parecía relucir con arrogancia bajo el sol.

El comerciante, satisfecho, se llevó a Sombrera a su gran palacio, un lugar lleno de lujo pero vacío de amor. Allí, mandó a plantar el árbol en medio de su jardín, donde esperaba que le diera todos los sombreros que él quisiera. Pero algo no estaba bien. Sombrera, lejos de su hogar en el bosque de Gulubú, no se sentía igual. Las raíces no encontraban el suelo familiar, el aire no era tan puro, y el viento ya no cantaba las melodías que le eran conocidas.

Con el paso de los días, Sombrera dejó de crecer con la fuerza y vitalidad que lo caracterizaban. Sus ramas se volvieron más delgadas y apenas daban sombreros. El comerciante Platini se enfurecía cada vez más.

—¡Estúpido árbol! —gritaba—. ¿Cómo puede ser que no me des más sombreros? ¡Te traje a mi palacio para que seas mío y ahora ni siquiera sirves!

Sus sirvientes lo miraban sin saber qué hacer. Sombrera no era un árbol común; su magia provenía de la bondad, de la alegría compartida por los aldeanos, del amor que le brindaba su hogar en el bosque. Allí, su propósito era hacer felices a las personas, no satisfacer la codicia de un solo hombre.

El viento, que había seguido al árbol desde el bosque, susurraba entre las hojas de Sombrera, intentando consolarlo. Le hablaba de su hogar, del pueblo que lo extrañaba, de los niños que aún lo esperaban cada primavera. Pero Sombrera estaba cada vez más débil, sin el apoyo de su tierra, y parecía que pronto dejaría de producir sus preciados sombreros.

Mientras tanto, en el pueblo, los aldeanos lamentaban la pérdida de Sombrera. El bosque de Gulubú se sentía más vacío sin él, y todos extrañaban los días en que podían recoger los sombreros y disfrutar de su sombra. Un día, un grupo de niños decidió que ya era suficiente. No podían permitir que Platini se quedara con Sombrera, así que, liderados por el valiente Tomás, marcharon hacia el palacio del comerciante.

Cuando llegaron, encontraron a Platini furioso, pateando el suelo junto al árbol que, a duras penas, sostenía unas pocas hojas. Los niños, con el viento de su lado, se acercaron a Sombrera y lo rodearon.

—¡Este árbol no te pertenece, Platini! —gritó Tomás con valentía—. Sombrera es del bosque y de todos los que lo cuidan y respetan.

El viento sopló con fuerza, sacudiendo las ramas de Sombrera como si quisiera unirse al reclamo. Platini, cegado por su avaricia, intentó echar a los niños, pero el viento lo empujaba hacia atrás. Los sirvientes, cansados de la actitud del comerciante, se quedaron de brazos cruzados, observando cómo el viento y los niños luchaban por el destino del árbol.

Finalmente, Platini, viendo que no podía ganar, se rindió. Se subió a su automóvil dorado y, con el rostro torcido por la rabia, se marchó del palacio, dejando atrás a Sombrera y a los niños.

Con gran esfuerzo, los aldeanos volvieron a llevar a Sombrera a su lugar en el bosque de Gulubú. Apenas sus raíces tocaron el suelo, el árbol comenzó a recuperar su fuerza. Sus ramas se alzaron con orgullo, y pronto comenzaron a brotar sombreros de todos los colores y formas una vez más. El pueblo celebró con alegría, y todos comprendieron que Sombrera solo podía prosperar en un lugar donde la bondad, el respeto y la comunidad fueran lo más importante.

Y así, cada primavera, el árbol de los sombreros continuó ofreciendo su sombra y sus sombreros a todos los que se acercaban con el corazón lleno de gratitud. Sombrera había vuelto a su hogar, y Platini, al ver que no podía poseer todo lo que deseaba, nunca más volvió a molestarlos.

Fin

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Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.

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