Lalo era un niño de ocho años, de piel clara y cabello castaño. A pesar de ser muy inteligente y curioso, no le gustaba mucho salir de casa. Prefería pasar su tiempo jugando con sus carritos o jugando videojuegos. Lalo era muy tímido y no solía hablar con extraños, pero había algo que siempre lo sacaba de su zona de confort: su hermana menor, Lola.
Lola, a sus cinco años, era completamente diferente. Tenía la misma piel clara y el cabello castaño, pero su personalidad era todo lo contrario a la de Lalo. Ella era extrovertida, amigable y siempre estaba dispuesta a hacer nuevos amigos. Le encantaba jugar a las muñecas, vestirse de princesa y, sobre todo, bailar y cantar. Mientras que a Lalo le gustaba estar en casa, Lola siempre quería salir a pasear y explorar el mundo.
Su papá, Leo, los amaba con todo su corazón. Era un hombre muy protector y trabajaba duro para darles a sus hijos todo lo que necesitaban. A pesar de su trabajo, siempre encontraba tiempo para pasar con Lalo y Lola, y aunque a veces se sentía cansado, su amor por ellos lo mantenía fuerte. Leo había perdido a su esposa hacía algunos años, y aunque el dolor seguía presente, siempre trataba de ser el mejor papá para sus hijos. Sabía que ellos ya habían sufrido mucho, y su mayor deseo era verlos felices.
Una tarde de fin de semana, Leo entró a la sala donde Lalo y Lola estaban jugando. «¡¿Qué les parece si salimos de paseo hoy?!» dijo con una gran sonrisa. Lalo miró a su papá con una expresión de duda. Sabía que salir de casa significaba abandonar su zona de confort, pero vio la cara de felicidad de Lola, que ya estaba dando saltos de emoción.
«¡Sí, sí, sí, vamos! ¡Quiero ver las flores y cantar en el parque!», gritó Lola mientras daba vueltas. Lalo suspiró, pero al ver la emoción de su hermana, decidió que sería un buen momento para probar algo nuevo. «Está bien», dijo, «pero solo si vamos al parque que está cerca de casa.»
Leo asintió con una sonrisa. «Perfecto, entonces vamos al parque a disfrutar del aire libre. Un paseo no hace daño a nadie, y quizás puedas encontrar algo interesante, Lalo.»
Lalo no estaba convencido, pero sabía que lo haría feliz a Lola, y eso le daba un poco de ánimo. Después de poner sus zapatos y tomar una botella de agua, la familia salió de casa. El sol brillaba, y el aire fresco de la tarde les dio una sensación de libertad. El parque no estaba muy lejos, pero el recorrido fue suficiente para que Lalo comenzara a relajarse y disfrutar del paseo.
Al llegar al parque, Lola comenzó a correr por el césped, mientras cantaba una canción inventada. Lalo, por su parte, caminaba a un paso más lento, observando los árboles y las flores. Aunque no le gustaba tanto el bullicio del parque, algo en la naturaleza lo hacía sentir bien. Se detuvo junto a un árbol grande y comenzó a examinarlo, como si estuviera buscando algo en sus ramas.
«¡Lalo! ¡Ven a bailar conmigo!» gritó Lola, agitando sus manos en el aire. Lalo se sonrió y caminó lentamente hacia ella. «Solo si no me haces bailar como tú, Lola», bromeó.
«¡Claro que sí! Solo tienes que mover los brazos», dijo Lola, sin dejar de reír.
Leo los observaba desde lejos, contento de ver a sus hijos disfrutar del día. Sabía que estos momentos eran valiosos, que aunque no podían olvidar lo que habían pasado, siempre podían crear nuevos recuerdos felices juntos.
El sol comenzó a ponerse, y el cielo se tiñó de tonos anaranjados y rosados. Lalo, aunque al principio había sido reticente, ahora se sentía feliz. Había disfrutado del paseo más de lo que esperaba. Al regresar a casa, la familia caminaba junta, riendo y compartiendo historias sobre el día.
«¿Te divertiste, Lalo?», preguntó Leo, mientras le acariciaba la cabeza.
«Sí, papá», respondió Lalo. «Fue mejor de lo que pensaba. Creo que a veces hace falta salir un poco para ver el mundo con otros ojos.»
«¡Sí! ¡Y ahora quiero más paseos!» gritó Lola, abrazando a su papá.
La familia llegó a casa, cansada pero contenta. Esa noche, después de cenar, se sentaron juntos en el sofá. Lalo pensó en cómo, a veces, salir de casa no era tan malo, sobre todo cuando se compartía con las personas que más amaba.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.