Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y suaves colinas, un niño llamado Lucas. Lucas era un niño muy amable y divertido, siempre tenía una sonrisa en su rostro. A Lucas le encantaba jugar al aire libre con sus amigos y correr por el campo. Pero había una cosa que le gustaba más que nada en el mundo: su perro, Nube.
Nube era un perrito blanco como una nube, con orejas largas y suaves que se movían de un lado a otro cuando corría. Y, a pesar de ser pequeño, Nube tenía un gran corazón. Siempre estaba al lado de Lucas, compartiendo aventuras y risas. Juntos exploraban el bosque cercano, recogían flores y jugaban a la pelota en el prado. Eran los mejores amigos.
Un día, mientras jugaban en el parque, Lucas decidió que sería divertido hacer una carrera con Nube. “¡Vamos, Nube!”, gritó emocionado. Corrieron tan rápido como pudieron, riendo y ladrando. Pero, de repente, Nube se distrajo al ver una mariposa hermosa que revoloteaba por el aire. Sin pensar, Nube salió corriendo hacia la mariposa, olvidándose de la carrera y de Lucas.
Lucas se sintió un poco triste porque Nube no había llegado a la meta con él. Esperó a que su perrito regresara, pero Nube estaba muy ocupado persiguiendo la mariposa. «¡Nube! ¡Ven aquí!», llamó Lucas. Pero Nube solo podía pensar en la mariposa que danzaba delante de su hocico. Lucas se cruzó de brazos, molesto. “A veces, Nube no escucha”, dijo para sí mismo.
Finalmente, Nube llegó, jadeando y con la lengua fuera. “¡Lo siento, Lucas! No pude resistir la mariposa”, dijo Nube, moviendo la cola. Pero Lucas, en vez de sonreírle, frunció el ceño. “Te estaba esperando, Nube. No deberías haberte ido sin mí”, dijo Lucas con tristeza. Nube, al ver que su amigo estaba enojado, se sentó con la cabeza agachada. No quería que Lucas se sintiera mal.
Los días siguientes fueron un poco diferentes. Lucas seguía jugando con Nube, pero se sentía un poco distante. No le hablaba con la misma alegría de antes. Nube, por su parte, no sabía cómo hacer que Lucas estuviera feliz otra vez. Quería jugar y correr como solían hacer, pero le daba miedo que Lucas se enojara otra vez.
Una tarde, mientras paseaban por el bosque, se encontraron con un árbol gigante. “¡Mira, Nube! Vamos a jugar a esconderme y tú me buscas”, sugirió Lucas. Pero cuando se escondió detrás del árbol, Nube no se movió. Lucas lo llamó varias veces, pero Nube estaba quieto, mirando al suelo. Entonces, Lucas decidió salir de su escondite y se acercó a Nube. “¿Por qué no juegas?”, preguntó Lucas.
“Es que… no quiero que te enojes otra vez”, respondió Nube, con la cabeza aún agachada. Lucas se sintió mal al escuchar eso. Comprendió que Nube estaba triste porque pensaba que había hecho algo malo. “Oh, Nube, no quiero que pienses eso. Te perdono. Solo que me sentí un poco solo”, dijo Lucas mientras acariciaba la cabeza de su perro.
Nube levantó la vista, sus ojos brillaban con esperanza. “¿De verdad me perdonas?”, preguntó, sus patitas moviéndose con alegría. “Sí, claro”, respondió Lucas. “Eres mi mejor amigo y siempre serás parte de mis aventuras”. Nube se puso muy feliz, moviendo la cola de un lado a otro, brincando alrededor de Lucas. Ambos comenzaron a reír y a jugar de nuevo.
El tiempo pasó, y Lucas y Nube exploraron cada rincón del bosque. Descubrieron un arroyo donde jugaban a chapotear, hicieron un fuerte con ramas y hojas, e incluso conocieron a un grupo de ardillas que se convirtieron en sus amigos. Pero sobre todo, aprendieron un valioso secreto: el poder del perdón.
Una mañana, mientras paseaban, conocieron a una niña llamada Sofía que estaba sentada sola en un banco. Tenía el rostro triste y los ojos llorosos. Lucas, lleno de curiosidad, se acercó a ella. “¿Qué te pasa?”, preguntó gentilmente. Sofía suspiró. “Me peleé con mi amiga y no quiero hablarle, pero me siento muy sola”, explicó.
Lucas miró a Nube y luego a Sofía. “A veces, uno se enoja con sus amigos. Pero si les perdonas, pueden volver a ser felices juntos”, dijo Lucas, recordando lo que había aprendido con Nube. Nube asintió, moviendo la cola. “Yo también me enojé con Lucas, pero me perdonó y ahora somos más felices que nunca”, agregó Nube, ladrando suavemente.
Sofía levantó la vista, escuchando atentamente. “¿De verdad? ¿Crees que si le pido perdón a mi amiga, ella me perdonará?”, preguntó. “Seguro que sí. La amistad vale mucho y, a veces, hay que dejar ir el enojo”, afirmó Lucas, sonriendo. Sofía sonrió también, sintiéndose un poco más valiente. “¡Gracias, Lucas! ¿Te gustaría venir conmigo a hablar con ella?”, preguntó.
“¡Sí, vamos!”, exclamó Lucas. Así que los tres, Lucas, Nube, y Sofía, se dirigieron al lugar donde estaba la amiga de Sofía. Cuando llegaron, Sofía respiró hondo. “Hola…”, comenzó con timidez. Su amiga la miró sorprendida. “Hola, Sofía”, respondió con voz baja. “Lo siento mucho por lo que pasó. ¿Podemos volver a ser amigas?” Sofía se sintió ligera, como si un peso se hubiera levantado de sus hombros.
“Claro que sí”, dijo su amiga riendo y abrazándola. Lucas y Nube se miraron y sonrieron, felices de ver cómo la amistad volvía a florecer. Ese día, entendieron que el perdón es una magia que puede hacer que todo se sienta bien de nuevo.
Desde ese día, Lucas, Nube y Sofía compartieron muchas más aventuras juntos. Jugaron en el parque, construyeron castillos de arena en la playa y exploraron el bosque. Lucas aprendió que en la vida, a veces hay malentendidos y enojos, pero lo importante es saber perdonar, porque la amistad siempre vale la pena.
Y así, Lucas y Nube se convirtieron en un verdadero equipo, lleno de risas, juegos y, sobre todo, mucho amor y perdón. Siempre recordarán que cuando se tiene un corazón abierto y amable, siempre hay un camino hacia la felicidad. Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.