Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Samuel. A sus cinco años, tenía una pasión inmensa por el fútbol, un deporte que le enseñó su papá desde muy pequeño. Samuel era conocido en su barrio por su gran habilidad con el balón, y siempre soñó con jugar un partido oficial con su equipo.
Este año, por fin, Samuel se unió a un equipo de fútbol infantil, y el gran día de su primer partido estaba a la vuelta de la esquina. El pequeño estaba emocionado, pero también nervioso. Aunque sabía que jugaba bien, quería impresionar a todos, especialmente a sus padres, quienes siempre lo apoyaban desde la banda.
La noche antes del partido, Samuel apenas pudo dormir. Se imaginaba corriendo por el campo, driblando a sus adversarios y marcando goles. También pensaba en cómo sería jugar con sus compañeros en un partido real, no solo en los entrenamientos. Quería hacerlo bien, no solo por él, sino por todo el equipo.
La mañana del partido, Samuel se despertó temprano y se vistió con su uniforme, el cual consistía en una camiseta roja con el número 34, calzonas rojas y medias rojas. Desayunó su desayuno favorito, Cola-Cao y magdalenas, y salió de casa con una sonrisa, listo para enfrentarse a su primer gran desafío en el campo de fútbol.
Mientras Samuel caminaba hacia el campo de fútbol, su corazón latía con fuerza por la emoción y los nervios. Al llegar, vio que el lugar ya estaba lleno de gente. Sus padres estaban allí, sonriendo y saludándolo desde las gradas. Samuel les devolvió la sonrisa y corrió hacia el vestuario para encontrarse con su equipo.
En el vestuario, el entrenador les dio una charla motivacional. Les recordó lo importante que era jugar en equipo, apoyarse mutuamente y, sobre todo, disfrutar del juego. Samuel escuchaba atentamente, asintiendo. Sabía que, aunque quería destacar, el fútbol era un deporte de equipo, y el éxito dependía de todos.
Cuando el partido comenzó, Samuel estaba listo. Corría por el campo con agilidad, pasando el balón a sus compañeros y buscando oportunidades para anotar. A pesar de su nerviosismo inicial, se sentía cada vez más en su elemento, disfrutando cada minuto del juego.
El equipo rival era fuerte, pero Samuel y sus compañeros no se rendían. Hubo momentos de tensión, jugadas peligrosas y varias oportunidades de gol. Samuel se esforzaba al máximo, recordando todo lo que había aprendido en los entrenamientos.
Finalmente, en un momento mágico, Samuel vio su oportunidad. Recibió un pase perfecto de un compañero y, con una mezcla de habilidad y determinación, dribló a un defensor y chutó con fuerza. El balón voló por el aire y se coló en la red, marcando un gol espectacular. El público estalló en aplausos. Samuel, emocionado y sorprendido por su propia hazaña, corrió hacia las gradas y dedicó el gol a sus padres, quienes lo aplaudían con lágrimas de orgullo en los ojos.
El partido continuó con la misma energía, y aunque hubo más goles de ambos equipos, lo que realmente brilló fue el espíritu de equipo y la pasión por el juego.
A medida que el partido se acercaba a su fin, el marcador estaba empatado. La tensión se podía sentir en el aire. Todos, jugadores y espectadores, estaban al borde de sus asientos. Samuel, aunque cansado, sabía que este era el momento de darlo todo.
En los últimos minutos, el equipo rival presionaba con fuerza, pero la defensa de Samuel y sus compañeros era firme. El pequeño, con su agilidad y rapidez, lograba interceptar un pase crucial del equipo contrario. Comenzó a correr hacia la portería rival, esquivando oponentes. El campo parecía extenderse frente a él, cada paso resonando con la esperanza y el esfuerzo de todo el equipo.
Justo cuando estaba a punto de chutar hacia la portería, un defensor del equipo contrario lo alcanzó, intentando quitarle el balón. En un acto de pura intuición y habilidad, Samuel hizo un movimiento sorprendente, pasando el balón a un compañero mejor posicionado. Este compañero, sin perder un segundo, chutó con precisión, marcando el gol de la victoria.
El silbato final sonó, y el equipo de Samuel estalló en júbilo. Habían ganado, pero más que eso, habían jugado como un verdadero equipo. Samuel se abrazó con sus compañeros, compartiendo la alegría del triunfo y la satisfacción de haber jugado bien.
Conclusión:
Mientras Samuel y su equipo celebraban, el pequeño se dio cuenta de algo importante. Aunque marcar un gol había sido un momento emocionante, lo que realmente le llenaba de felicidad era haber contribuido al equipo, haber compartido esa experiencia con sus amigos y haber aprendido el valor del trabajo en equipo y la humildad.
Sus padres se acercaron, orgullosos y felices. «Lo hiciste increíble, Samuel,» dijo su mamá, dándole un abrazo. «No solo jugaste bien, sino que también ayudaste a tu equipo. Eso es lo más importante.»
Samuel sonrió, entendiendo que, aunque ganar es emocionante, lo realmente valioso es participar, dar lo mejor de sí mismo y aprender a valorar a los demás. Así, con el corazón lleno de alegría y orgullo, Samuel cerró el día de su primer partido, ansioso por todas las aventuras y partidos que aún le esperaban.
Cuentos cortos que te pueden gustar
El Regalo del Corazón
Las Vacaciones de Jose, María y Ana
Bajo el Sol Verde: Cuentos de Naturaleza y Nuevas Esperanzas
Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.