En un rincón del mundo, bajo cielos cambiantes, vivía un hombre llamado Roci, con sueños fulgurantes. El tiempo, su compañero, en un viaje sin fin, tejía historias en un tapiz de carmín.
Cuando era niño, el tiempo era un juego, en cada segundo, una risa, un ruego. Los días eran eternos, las noches serenas, el futuro, un misterio, sin penas ni cadenas. En la infancia, el sol siempre brillaba, cada momento, una aventura esperaba. El tiempo se estiraba, como un río sin fin, cada instante, un tesoro, guardado en su jardín. La escuela, los amigos, los días de verano, todo era sencillo, en el tiempo temprano. Las horas pasaban, sin prisa ni dolor, el mundo, un vasto campo, lleno de color.
Roci creció en un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos. Su infancia fue un periodo de exploración constante, donde cada rincón de su hogar se convertía en un nuevo mundo por descubrir. Sus amigos y él pasaban horas construyendo fuertes con ramas y hojas, inventando historias de héroes y villanos, y corriendo por los campos en busca de aventuras.
Luego llegó la juventud, como un vendaval, el tiempo corría, sin detenerse, sin igual. Las noches eran largas, llenas de pasión, el amor y la esperanza, en constante evolución. En cada segundo, un nuevo descubrimiento, el tiempo era veloz, un fugaz momento. Las risas y las lágrimas, en el mismo compás, el tiempo se tornaba, en un constante trasvés. Los sueños eran altos, las metas lejanas, el futuro brillante, las esperanzas tempranas.
Durante su juventud, Roci se trasladó a la ciudad para estudiar en la universidad. Fue un periodo de grandes cambios y descubrimientos. La vida en la ciudad era vibrante y llena de oportunidades. Conoció a personas de diferentes lugares, se enamoró por primera vez y comenzó a explorar sus verdaderas pasiones. Las noches de estudio se alternaban con las salidas nocturnas, y cada día parecía traer una nueva lección.
Roci se destacó en sus estudios y pronto comenzó a trabajar en una empresa que le permitió viajar por el mundo. Cada viaje era una aventura, cada destino, una nueva historia. Sin embargo, a pesar de su éxito y de las muchas experiencias que vivía, Roci siempre llevaba consigo un sentimiento de nostalgia por los días sencillos de su infancia en el pueblo.
Con el tiempo, Roci se estableció en su carrera y construyó una vida cómoda. Sin embargo, las demandas del trabajo y las responsabilidades comenzaron a pesar sobre él. Aunque estaba rodeado de colegas y amigos, a veces se sentía solo y desconectado. Las risas y la pasión de su juventud dieron paso a una vida más estructurada y predecible.
Un día, mientras estaba sentado en su oficina, mirando el horizonte a través de la ventana, Roci recordó las palabras de su abuelo: «La verdadera riqueza no está en las cosas que posees, sino en los momentos que vives y las personas con las que los compartes.» Estas palabras resonaron en su corazón y decidió que era hora de hacer un cambio.
Roci tomó una decisión audaz. Dejó su trabajo y regresó a su pueblo natal. Allí, redescubrió la paz y la belleza de la vida sencilla. Pasaba sus días ayudando a la comunidad, enseñando a los niños del pueblo y redescubriendo las maravillas de la naturaleza que lo habían fascinado en su infancia.
Con el tiempo, Roci se dio cuenta de que había encontrado lo que siempre había estado buscando: un sentido de propósito y conexión. Comprendió que, aunque el tiempo seguía avanzando, lo que realmente importaba eran las experiencias y las relaciones que cultivaba a lo largo del camino.
A medida que pasaban los años, Roci se convirtió en una figura querida y respetada en su comunidad. Sus historias y enseñanzas inspiraron a las nuevas generaciones, y su vida se convirtió en un testimonio del poder del amor, la amistad y la búsqueda de la verdadera felicidad.
Finalmente, en los últimos días de su vida, Roci reflexionó sobre su viaje. Había sido un viaje lleno de altibajos, de momentos de alegría y de desafíos, pero cada experiencia había tejido un tapiz rico y colorido. Rodeado de amigos y familiares, Roci dejó este mundo con una sonrisa en su rostro, sabiendo que había vivido una vida plena y significativa.
Y así, el tiempo continuó su curso, llevando consigo las historias y los recuerdos de Roci, un hombre que había aprendido que la verdadera riqueza se encuentra en el amor y en las experiencias compartidas. Su legado perduró en los corazones de aquellos que lo conocieron, y su historia se convirtió en una leyenda en el pequeño pueblo de las montañas.
Fin.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.