En un tranquilo pueblo rodeado de montañas, vivía una niña llamada Alma. Era una niña dulce y amable, con una risa contagiosa que iluminaba cualquier habitación. Sin embargo, detrás de esa sonrisa, Alma guardaba un secreto que la hacía sentir muy sola y triste. En casa, las cosas no eran como deberían ser.
Alma vivía con su madre, quien a menudo estaba cansada y estresada por el trabajo. Su padre, por otro lado, había estado ausente en su vida desde hacía mucho tiempo. A veces, Alma escuchaba a su madre hablar con un tono de tristeza, como si estuviera atrapada en un lugar oscuro. Alma no entendía del todo lo que pasaba, pero podía sentir que había algo malo.
Un día, mientras jugaba en el parque, Alma se encontró con su amigo David. Él era un niño observador y siempre había estado allí para apoyarla. “¿Cómo estás, Alma?”, preguntó David, notando que ella parecía pensativa.
“Estoy bien”, respondió Alma, aunque sabía que no era cierto. “Solo un poco cansada”.
David la miró con preocupación. “Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? Si hay algo que te preocupa, siempre estoy aquí”.
Alma sintió un nudo en el estómago. Quería abrirse a David, pero tenía miedo. “Es solo que… a veces, me siento sola. Mi mamá no siempre está presente, y a veces la casa es muy silenciosa”, confesó.
“¿Y tu papá? ¿No está contigo?”, preguntó David, curioso.
“Él se fue hace tiempo. No lo veo”, dijo Alma, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir. “A veces, me gustaría que las cosas fueran diferentes”.
David pensó en lo que Alma había dicho. Había escuchado sobre el maltrato intrafamiliar en la escuela, y entendía que no siempre se trataba solo de golpes. A veces, el maltrato podía ser emocional, y eso podía doler igual de fuerte. “Alma, lo que sientes es importante. Siempre tienes derecho a ser feliz y sentirte segura en casa”, le dijo, apoyando su mano en el hombro de su amiga.
“Lo sé, pero no sé cómo cambiarlo. A veces siento que no tengo control sobre nada”, respondió Alma, sintiéndose un poco más aliviada al hablar sobre sus sentimientos.
Justo en ese momento, se acercó un adulto amable, la trabajadora social del pueblo, que había estado observando la conversación desde lejos. “Hola, chicos. Escuché un poco de su charla. ¿Puedo unirme a ustedes?”, preguntó con una sonrisa cálida.
“Claro”, dijeron ambos al unísono, sorprendidos pero aliviados de tener a alguien más que pudiera escuchar.
“Soy la señora López, trabajadora social. Estoy aquí para ayudar a los niños y a sus familias. Escuché que hablabas de sentirte sola, Alma. Eso me preocupa. ¿Te gustaría contarme más sobre eso?”, preguntó con gentileza.
Alma, sintiéndose segura, empezó a hablar sobre su hogar y las veces que se sentía ignorada y triste. La señora López escuchaba atentamente, asintiendo con comprensión. “Es muy valiente de tu parte compartir tus sentimientos. A veces, hablar sobre lo que nos duele puede ser el primer paso para encontrar soluciones”, dijo.
David miró a Alma, apoyando su decisión de abrirse. “Sí, Alma, a veces no estamos solos, y es importante hablar sobre nuestros problemas”, agregó.
La señora López sonrió. “Exactamente, David. A veces, las familias pasan por momentos difíciles, pero hay maneras de buscar ayuda y encontrar apoyo. ¿Sabían que hay muchas personas que se preocupan por el bienestar de los niños? Y hay recursos disponibles para ayudar a las familias a mejorar su situación”, explicó.
Alma sintió un rayo de esperanza. “¿Realmente hay ayuda?”, preguntó con curiosidad.
“Sí, Alma. Hay muchas organizaciones y personas dispuestas a ayudar. Es importante que hables con alguien de confianza sobre tus sentimientos y que busques apoyo si sientes que lo necesitas. Nunca está de más pedir ayuda”, respondió la señora López con una voz tranquilizadora.
Con el tiempo, Alma comenzó a sentirse más fuerte. Decidió hablar con su mamá sobre lo que estaba sintiendo y a explicarle que la extrañaba. La señora López la animó a ser honesta con su madre. “A veces, las mamás también necesitan escuchar a sus hijos”, le dijo.
Un día, después de la escuela, Alma decidió que era el momento de hablar con su mamá. Se sentó junto a ella en la cocina y le dijo: “Mamá, he estado sintiendo que a veces estamos lejos, y me gustaría que pasáramos más tiempo juntas”.
Su madre, sorprendida, miró a Alma. “Lo siento, cariño. He estado tan ocupada con el trabajo que no me he dado cuenta de cuánto te necesito también”, admitió su madre, sintiéndose culpable.
Desde ese día, Alma y su madre comenzaron a hacer un esfuerzo por pasar más tiempo juntas. Cocinaban juntas, hablaban sobre su día y compartían risas. Alma también aprendió a expresar sus sentimientos y a pedir ayuda cuando la necesitaba.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.