En una pequeña ciudad de la antigua Grecia, cerca de los verdes olivares y bajo el inmenso cielo azul, vivía un hombre llamado Estrepsíades. A pesar de ser un labrador acomodado, su vida había tomado un rumbo complicado desde su matrimonio con una mujer de noble cuna y la pasión de su hijo Fidípides por la cría de caballos, lo cual los había llevado al borde de la ruina.
Agobiado por las deudas y desesperado por encontrar una solución, Estrepsíades tuvo la idea de enviar a su hijo al caviladero de Sócrates, un lugar notorio donde se enseñaba el arte de la persuasión, para que aprendiera a convencer a sus acreedores de olvidar las deudas. Sin embargo, Fidípides se negó rotundamente, dejando a Estrepsíades con la única opción de intentarlo por sí mismo.
Una mañana, Estrepsíades se dirigió al famoso caviladero con paso decidido pero el corazón lleno de dudas. Al llegar, fue recibido por un discípulo de Sócrates, quien le mostró algunos ejemplos de la agudeza del maestro mediante argumentos tan astutos como ridículos. Intrigado y un tanto confundido, Estrepsíades pidió conocer al mismísimo Sócrates.
El encuentro no fue menos peculiar: encontró a Sócrates suspendido en una cesta, absorto en el estudio del sol y las estrellas. El filósofo, al notar la presencia de Estrepsíades, bajó de su perchero celestial y comenzó a explicarle su visión del mundo, incluyendo la afirmación de que las nubes eran las verdaderas diosas de los rayos y los truenos.
—¿Y por qué motivo son mujeres? —preguntó Estrepsíades, cada vez más confundido.
—Porque, al igual que ellas, pueden transformarse en lo que deseen según a quién vean —respondió Sócrates con una sonrisa astuta, usando su lógica para burlarse de las personalidades influyentes de la época.
Decidido a aprender lo necesario para salvar su patrimonio, Estrepsíades ingresó al edificio con Sócrates, quien comenzó a enseñarle los fundamentos de su filosofía y el arte de la retórica. Día tras día, Estrepsíades se esforzaba por comprender las complejas ideas de su maestro y aplicarlas a su dilema.
Con el tiempo, aunque nunca llegó a dominar completamente las técnicas sofistas como lo hacían los discípulos más jóvenes de Sócrates, Estrepsíades desarrolló su propio método, mezclando la lógica aprendida con su sentido común de labrador. Armado con nuevos argumentos y una renovada confianza, regresó a casa, dispuesto a enfrentar a sus acreedores.
El día del enfrentamiento, Estrepsíades sorprendió a todos con su ingenio y su nueva habilidad para argumentar. Uno tras otro, sus acreedores quedaron confundidos y finalmente convencidos, no tanto por la solidez de sus argumentos, sino por la pasión y el convencimiento con que los presentaba.
Al ver el cambio en su padre, Fidípides se sintió inspirado y decidió que él también aprendería el arte de la persuasión, pero con el objetivo de mejorar y no solo para evadir responsabilidades. Con el tiempo, padre e hijo no solo salvaron su granja, sino que también transformaron su relación, aprendiendo el uno del otro y de las lecciones de Sócrates.
La historia de Estrepsíades, Fidípides y Sócrates se convirtió en una leyenda en su ciudad, recordada no solo como un ejemplo de cómo el conocimiento puede cambiar destinos, sino también como un testimonio del poder de la voluntad y el amor familiar. Y en el corazón de Estrepsíades, siempre quedó una profunda gratitud hacia el extraño filósofo que colgaba de una cesta, mirando las estrellas.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.