Había una vez un niño llamado Hugo que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Hugo era un niño lleno de energía y siempre estaba en movimiento. Desde muy pequeño, su mayor pasión había sido correr. Le encantaba sentir el viento en su cara y la libertad que le daba moverse rápido. Su sueño más grande era participar en los Juegos Olímpicos y ganar una medalla para su país.
Hugo pasaba horas entrenando en los campos cercanos a su casa. Su padre, que había sido un corredor en su juventud, lo animaba y le daba consejos. Le enseñaba técnicas de respiración, cómo mejorar su postura y cómo mantener el ritmo durante las carreras. Hugo seguía cada consejo con dedicación y esfuerzo, soñando con el día en que pudiera competir en el gran estadio olímpico.
Un día, mientras entrenaba, Hugo vio un anuncio en la plaza del pueblo. Decía que se organizaría una competencia regional de atletismo y que los ganadores tendrían la oportunidad de ser seleccionados para el equipo nacional juvenil. El corazón de Hugo latió con fuerza. Esta era su oportunidad para demostrar su talento y acercarse a su sueño olímpico.
Hugo se inscribió en la competencia y comenzó a entrenar aún más duro. Se levantaba temprano todas las mañanas para correr antes de ir a la escuela y volvía a entrenar después de terminar sus tareas. Su determinación era inquebrantable y su pasión por correr crecía cada día más.
Finalmente, llegó el día de la competencia. Hugo estaba nervioso pero emocionado. Sabía que había entrenado mucho y estaba listo para dar lo mejor de sí. La competencia se celebró en una pista de atletismo en la ciudad cercana. Cuando llegó, vio a muchos otros niños que también estaban listos para competir. Algunos parecían muy rápidos, pero Hugo no se dejó intimidar.
La primera prueba en la que participó fue la carrera de 100 metros. Hugo se colocó en la línea de salida, sintiendo la tensión en el aire. Cuando sonó el disparo de salida, salió disparado como una flecha. Corrió con todas sus fuerzas, sintiendo que el mundo se desvanecía a su alrededor. Al cruzar la meta, escuchó los aplausos y los gritos de la multitud. Había ganado su primera carrera.
Hugo no pudo contener la emoción. Sus padres, que estaban en las gradas, lo abrazaron y felicitaron con orgullo. Pero la competencia no había terminado. Todavía quedaban otras pruebas y Hugo estaba decidido a dar lo mejor de sí en cada una de ellas.
La siguiente prueba fue la carrera de 400 metros. Esta vez, Hugo sabía que necesitaba controlar su ritmo y no gastar toda su energía al principio. Recordó los consejos de su padre y corrió con inteligencia, guardando fuerzas para el sprint final. Una vez más, cruzó la meta en primer lugar.
La última prueba fue la carrera de relevos, donde Hugo correría junto a tres compañeros. Era una prueba en la que la coordinación y el trabajo en equipo eran esenciales. Hugo y sus compañeros habían practicado mucho, y confiaban en sus habilidades. Cuando llegó su turno, Hugo corrió con todas sus fuerzas, pasando el testigo sin problemas. Su equipo ganó la carrera, asegurando otro triunfo para Hugo.
Al final del día, Hugo había ganado tres medallas de oro y había llamado la atención de los entrenadores del equipo nacional juvenil. Le ofrecieron un lugar en el equipo y la oportunidad de entrenar con los mejores atletas del país. Hugo no podía creerlo. Su sueño de participar en los Juegos Olímpicos estaba un paso más cerca de hacerse realidad.
Los meses siguientes fueron de intenso entrenamiento. Hugo se mudó a la ciudad para estar más cerca del centro de entrenamiento. Los días eran largos y duros, pero Hugo no se desanimaba. Cada vez que se sentía cansado o dudaba de sí mismo, pensaba en su sueño y en todo el esfuerzo que había puesto para llegar hasta allí.
Finalmente, llegó el día de los Juegos Olímpicos Juveniles. Hugo estaba más nervioso que nunca, pero también emocionado. Había trabajado muy duro para este momento y estaba decidido a dar lo mejor de sí. La competencia se celebró en un estadio enorme, lleno de espectadores de todo el mundo.
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Autor del Cuento
Soy Francisco J., apasionado de las historias y, lo más importante, padre de un pequeño. Durante el emocionante viaje de enseñar a mi hijo a leer, descubrí un pequeño secreto: cuando las historias incluyen a amigos, familiares o lugares conocidos, la magia realmente sucede. La conexión emocional con el cuento motiva a los niños a sumergirse más profundamente en las palabras y a descubrir el maravilloso mundo de la lectura. Saber más de mí.